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El gran espectáculo 'Humanity at Music' llena de emoción el Buesa
La creación de Fernando Velázquez sobre la Corporación Mondragón sumó un millar de voluntades para fusionar, música, danza y aspectos visuales
Era una historia contada por gente, mucha gente. Y que abarcaba más de seis décadas, divididas en diferentes etapas. La sabiduría musical de Fernando Velázquez ya había marcado ocho momentos, asimilados a los respectivos movimientos de su sinfonía 'Humanity at Music'. Todo ello, para contar con una épica de película la historia de la Corporación Mondragón, una película de aventuras gestadas en equipo. O, como en la propuesta que se apoderó este sábado del pabellón vitoriano Buesa Arena, a través de equipos diversos capaces de sumar también entre sí. Por algo la pieza lleva el subtítulo de 'Sinfonía cooperativa'.
Las impagables letras de Jon Sarasua brillaban en las múltiples tesituras de los coros y solistas, que competían en sonoridades y alcance emocional con las propias melodías que desgranaba la Orquesta Sinfónica de Euskadi. Ya desde la obertura 'Irteera', la dimensión de la propuesta estaba claramente multiplicada para quienes hubieran escuchado cualquier versión precedente, ya fuera en alguna de las presentaciones en directo o en la propia grabación.
El salto de los 40 minutos registrados en el disco a las cerca de dos horas de gran montaje escénico y musical aportaba otro empaque a la obra del compositor vizcaíno Fernando Velázquez. Pero no sólo se trataba de esto: el espíritu de cooperación que presidía todo el proyecto también pudo respirarse a través de las colaboraciones de casi dos centenares de bailarines y de cientos de voces de diferentes masas corales.
Una decena de txistularis rompía el silencio en el inicio de la gala y los músicos se ubicaban en torno a la zona circular elevada, ante la orquesta. La presentadora salió a escena con unos tremendos ecos en la voz amplificada, que dificultaban la comprensión de sus palabras, entre las cuales estuvo una oferta de participación para los asistentes y el anuncio de los textos de las diversas piezas, que se iban a lanzar como subtítulos en el bloque de marcadores de la cancha del Baskonia. El personal de las gradas, desde luego, estaba predispuesto a colaborar y las palmas acompañaron al mutis escénico de los txistus.
Un motor incomparable
Un millar de voluntades sumadas construía el más grande espectáculo gestado en el ámbito vasco. Y, desde luego, como ya advertía el compositor hace unas fechas, era algo que había que disfrutar in situ, ya que la energía del directo -con ese motor incomparable que es la Orquesta Sinfónica de Euskadi- impactaba con fuerza musical y potencia visual a los miles de asistentes a esta gran celebración.
Además, el público dio ejemplo y, mediante unos globos con una luz, pudieron sumarse al homenaje a los ancestros, en un rito que a algunos les recordaba a priori los luminosos faroles asociados a cultos orientales. Pero lo cierto es que hubo más ecos festivos, con lo que parecían miles de pequeñas luciérnagas bailando en las gradas dentro de esferas blancas y anaranjadas.
La música siempre estaba apoyada por elementos de diversa naturaleza. Y la palabra poética lo hizo a través de los cinco bertsolaris que tomaron el escenario en medio de efectos de flujos líquidos y eléctricos, en un contraste sonoro minimalista con la gran masa de instrumentos y voces. Aludieron a cuestiones como la libertad, la responsabilidad o el trabajo y la emancipación.
Hubo también frases destacadas en textos sobre el suelo, como «el precio es lo que pagas. Valor es lo que recibes», en castellano, euskera e inglés. Discursos también los hubo con movimiento, con Kukai Dantza Taldea y pasos a tres, coreografías contemporáneas o de raíces en el folklore vasco. Y con imágenes tan llenas de vida como el final, con los payasos, los bailarines y todos los artistas bajo una lluvia de confeti. También, de aplausos.