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En el espacio del creador cabe hasta una sala de exposiciones privada.

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En el espacio del creador cabe hasta una sala de exposiciones privada. Igor Azipuru

La gran belleza de la quincalla

EFECTOS ESPACIALES ·

El artista vitoriano Koko Rico trabaja en un pabellón industrial, un atelier poligonero. Allí conserva un tesoro de cachivaches que, en sus manos, mutan en obras de arte

Jorge Barbó

Domingo, 25 de noviembre 2018, 01:58

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La pezuña de un ñu. Los fórceps oxidados de un obstetra. La oreja de Wynton Marsalis. El nido de un mirlo. Una bola de discoteca. Una jeringuilla del siglo XIX con una cápsula de morfina... Le proponemos un pequeño juego, uno de esos acertijos semánticos. Trate de adivinar a qué todo corresponden estas partes, intente averiguar qué tienen en común estos objetos tan aparentemente dispares. Tómese su tiempo y vuelva a leer, no hay prisa. ¿Ya? ¿Y ahora? ¿Tampoco? No ha conseguido dar con la solución, ¿verdad? Normal. Sólo el orgulloso propietario de tanta fruslería tiene la respuesta.

El cepillo de un carpintero. Una careta de luchador mexicano. Una pipeta de laboratorio. Cabezas de muñeca. Tarros de boticario con fosfato trisódico. Un xilófono. Hormas de zapato... El artista vitoriano Koko Rico, el padre de ese pequeño zoo de bronce que campa libre alrededor de la Catedral Nueva, custodia un ingente tesoro de cachivaches en su estudio. Es este un enorme pabellón industrial en Oreitiasolo en el que el creador da forma a sus obsesiones y deforma su realidad. Aquí se han gestado buena parte de esas criaturas fantásticas y esos inquietantes seres amorfos que han convertido a Rico en uno de los tipos más fascinantes de la ciudad. A pesar de su discreción, a pesar de vivir casi enclaustrado aquí, en este atelier poligonero, él es como un genial chisporrotazo que, de cuando en cuando, le funde los plomos al aburrimiento vitoriano.

Detalles de los extraños objetos que se acumulan en las estanterías. Igor Aizpuru
Imagen principal - Detalles de los extraños objetos que se acumulan en las estanterías.
Imagen secundaria 1 - Detalles de los extraños objetos que se acumulan en las estanterías.
Imagen secundaria 2 - Detalles de los extraños objetos que se acumulan en las estanterías.

Un llavero niquelado con el payaso Fofó en miniatura. El cartucho de una escopeta de caza. Un pie de escayola. Un colador para infusiones. Un huevo de oca. Una garlopa. Una vetustísima máquina para fabricar caramelos... Todo es susceptible de formar parte de una obra. Todo, por roñoso, por cochambroso y herrumbroso que en apariencia pueda resultar encierra, en realidad, una pequeña gran belleza. Rescatada de rastrillos y brocantes de medio pelo, la quincalla de Koko cobra en manos del escultor un valor incalculable. Es más, bien visto, su mera acumulación en estanterías ya funciona como instalación artística.

Un maniquí. Unas bolas chinas. Un tiranosaurio comiéndose a un pato de peluche. Un paquete de cigarrillos 'Ideales' (blancos). Los moldes de una dentadura. La alineación incompleta de un equipo de futbolín. Astas de venado... Cuesta mucho apreciar las verdaderas dimensiones del espacio entre tanto cachivache, pero en este estudio cabe una sala de exposiciones privada en la que el creador conserva buena parte de su obra. La luz azulada de los fluorescentes le confiere al lugar un aura como de rara nave espacial, donde no desentonan en absoluto esos alienígenas antropomorfos que empezó a parir, como en serie, hace unos años. Entre otras piezas, entre cabezas de escayola y moldes de manos, en un portón se agolpan cientos de polaroids, igualito que en un Instagram al natural, con cientos de amigos, de celebrities del artisteo retratadas sin 'hashtags' ni filtros.

Un manómetro. Un muestrario de dientes postizos. Un cáliz de madera. Una lechuza disecada. El crucifijo de un ataúd. Un bosquecito de suculentas en maceta... Una cristalera deja ver una parte del estudio dedicada a vivienda. El cristal hace las veces de frontera natural entre los dos mundos de Koko. A un lado, la acumulación, el exceso, lo abigarrado y lo barroco de su taller. Al otro, una cama, un sofá y unas sillas de esa sobriedad casi ascética que reina en su vida.

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