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Panorámica de Pobes, en cuyos alrededores tuvo lugar uno de los sucesos. Rafa Gutiérrez
Los extraños casos de las mujeres ahogadas

Los extraños casos de las mujeres ahogadas

En la crónica negra de Álava un hecho se repite: mujeres que perdían la vida en el agua. Sucesos a los que se les atribuían las razones más peregrinas

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Jueves, 28 de junio 2018, 15:18

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Hablar de sucesos ocurridos hace muchos años, en siglos pasados, ayuda a poner en contexto cosas de nuestro presente. El pasado 8 de marzo una multitud de mujeres hizo patente su hartazgo con ese machismo declarado o incosciente que extiende sus tentáculos en la sociedad. Las reivindicaciones ya se habían producido antes, pero ese día fue un golpe encima de la mesa. Y tal vez esa luz nos ayuda ahora a observar hechos del pasado con verdadero espanto. No se trata de enjuiciar nada ni a nadie; somos hijos de nuestro tiempo. Pero las comparaciones tal vez sí sirvan para convencernos de que el camino hacia la igualdad es largo.

Con el dominio espiritual de la Iglesia se hizo ley la inferioridad de las mujeres sobre los hombres; para eso Dios las creó de su costilla y fueron vehículo del pecado original. Ese 'mandamiento' lo aplicó con ansia de tortura la Inquisición. Fueron acusadas de forma arbitraria como herejes, brujas, blasfemas o prostitutas por tribunales que no merecen ese nombre. Un machismo y una forma de ver la vida que se llevaba a todos los contextos. Así, no resulta extraño que cuando alguna mujer sufría un percance o moría en extrañas circunstancias, no se indagase con el ahínco necesario o, directamente, que no se investigase.

El Archivo Histórico Provincial de Álava da fe de algunos de esos sucesos con explicaciones absolutamente peregrinas por parte de los especialistas que los atendieron. Y resulta curioso que con cierta frecuencia se repita uno de ellos: el de las mujeres ahogadas, algunas desnudas. Pese a las evidencias, los dictámenes eran cuanto menos sorprendentes. «La muerte no fue violenta», rezaban muchos de ellos sin entrar en más pormenores. El hecho de ser una persona sana, joven o hallada desnuda no parecía causar extrañeza.

En el año 1720, Francisca de Ocio apareció tirada en el riachuelo que cruza por Berganzo, en el término denominado del Cantón, un paraje que los lugareños consideraban peligroso. En ese mismo lugar apareció muerta otra mujer, un año antes, con signos de ahogamiento al ir a coger unas 'hojas de culebra' (planta tóxica) que se utilizaban para 'curar' la menstruación, ya que se suponía que el periodo generaba episodios de demencia. A ambas las encontaron como Dios las trajo al mundo.

«Supresión menstrual»

Un testigo del pueblo declaró ante el juez que Francisca de Ocio «adolecía de entendimiento y mostraba signos de delirio y tenía sus facultades perturbadas...». El cirujano y el médico llevaron a cabo una evaluación del cadáver muy peculiar. «Haber reconocido el cuerpo de la difunta sin haber encontrado en él señal de envenenamiento ni heridas hechas con instrumentos cortantes». Descartan el ahogamiento y achacan su muerte «a una supresión menstrual con graves obstruciones que han provocado efectos histéricos ofendiendo por lo vaporoso y aúreo lo animal por consentimiento del útero...». Así sigue el informe, ininteligible.

En 1783 se descubre cerca de Manurga a Lorenza López de Letona en una balsa de agua, desnuda y presuntamente ahogada. Un declarante testificó sobre ella: «Estando sirviendo en Manurga del Real Valle de Zuya vino a casa de su padre y durante los días que ha estado se le ha notado alterada la cabeza, con algunas simplezas, que se le ocurrían confesándoselas al cura. Un día después del rosario siguió al presbítero hasta la puerta de la sacristía, por lo cual acabó llamando al padre de Lorenza aconsejándole que avisara a su vez al cirujano para hacerle a su hija un par de sangrías».

El galeno que auscultó a la muerta dictaminó luego que «si Lorenza se hallaba en su sano juicio se hace imposible por la poca cantidad de agua que contiene la balsa en la que se encontró, poco más de un pie de hondo, que se ahogara. Es un suceso que se puede achacar a los conatos de la sumersión, los movimientos que ejerció para librarse del mismo, y su escaso raciocinio». Zanja su testimonio asegurando que «se atribuye su muerte a los movimientos liberales que ejerció y no encuentro otra causa a que atribuirla su defunción sino a dicho ofuscamiento a lo que todos estamos expuestos».

Cuando estaba a punto de extinguise el año 1784 apareció otra mujer muerta entre los pueblos de Castillo y Pobes en un cruce de caminos. Nadie conoce su identidad, nombre ni apellidos. Era una completa desconocida para todos los lugareños y de la comarca. Se llega a la conclusión de que puede ser una mendiga de las que iban de casa en casa pidiendo limosna. Una costumbre muy arraigada en aquella época.

«Muerte natural»

El médico que procedió al levantamiento del cádaver aseguró que: «habiendo registrado dicho cuerpo no he hallado motivo alguno para certificar que su óbito resultó por violencia o arma de fuego» y el caso fue cerrado como «muerte natural». Fue enterrada en una parcela alrededor de la iglesia de san Miguel (Hereña) en una tumba anónima.

En el año 1806, acudió a Yurre Bernarda Urrutia, a casa del cura a coger una mula por recomendación de su padre. Narran las actas municipales que «resbaló y cayó al cauce del molino que estaba en medio del pueblo y se ahogó de inmediato». El vecindario comentó con profusión durante meses el fatal desenlace.

El terapeuta que acudió al lugar de la tragedia certificó en su informe que «conocí de vista y de palabra a la sobredicha y una vez inspeccionado su cuerpo no tenía herida, magulladora, contusiónes, ni otro indicio que demuestre el haber sido violentada».

Su reconocimiento afirma que fue exhaustivo, «de pies, muslos, cuerpo, brazos y cabeza». Y sobre su muerte atestigua que fue originada, «por tener muy acelerada la respiración».

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