El día que la Ertzaintza se hizo de Vitoria
El 1 de septiembre de 1995, 45 agentes culminaron el despliegue de este cuerpo en todo el País Vasco. «Sólo hubo problemas con la izquierda abertzale radical», recuerdan
Dieciocho Renault 19 y un par de furgonetas Mercedes salieron en fila india de la academia de Arkaute cuando pasaban pocos minutos de la medianoche. ... En su interior iban 45 agentes. Todos convertidos en pioneros sin pretenderlo. Protagonizaron –con más espíritu que medios– el despliegue de la Ertzaintza en Vitoria. Hoy martes se cumplen 25 años de aquella icónica imagen.
Icónica porque culminó la lenta implantación de este cuerpo por todo el País Vasco en detrimento de la Guardia Civil y de la Policía Nacional. Aquel 1 de septiembre de 1995, las txapelas rojas también se hicieron cargo de la seguridad de la cárcel, entonces en Nanclares de la Oca, y del Palacio de Justicia. Ahí siguen, convertidos ya en un elemento más de la sociedad alavesa.
La mayoría de aquel contingente, la sede vitoriana arrancó con 319 efectivos, se han jubilado. Nuestro primer protagonista es de los pocos que aguantan al pie del cañón, ahora en un puesto de responsabilidad. «Recuerdo como a las doce de la noche, el entonces nagusi, Enrique Sarasa –fallecido de infarto en 2008– dio la orden de salida», refresca este integrante de la segunda promoción de la Ertzaintza, cuerpo creado en 1982. El pasado 1 de agosto salió a las calles la número 28, para situarnos.
Como la apertura de la comisaría de Portal de Foronda se demoró hasta la primavera del siguiente año, la academia de Arkaute se convirtió en su provisional primera sede. Dividieron la ciudad en cinco zonas y el área rural en tres. Prácticamente igual que ahora. «Durante todos los meses que duró la construcción de la comisaría de Portal de Foronda estuvimos de custodia con nuestras Franchi (una escopeta de postas) y la Star 9 milímetros (una pistola). Qué frío pasamos», proclama otro antiguo ertzaina, que contaba con 40 años en aquel verano de 1995.
«El rata y el Pepu»
La delincuencia distaba bastante de la actual. La heroína aún se dejaba sentir. Nada se sabía todavía de las bandas organizadas de ladrones de pisos y «'el rata' y 'el Pepu'» eran los dos delincuentes más habituales de los calabozos. Su mayor quebradero de cabeza, no obstante, fue otro.
«Los vitorianos nos acogieron muy bien. Sólo tuvimos problemas con los de siempre (en referencia al sector más radical de la izquierda abertzale). Hubo un par de años de 'acción pedagógica'. Nos echaron un pulso y lo ganamos», abunda este mando.
Esa visión la corroboran sus compañeros. «Fue muy duro. Cada fin de semana había lío en el Casco Viejo. Aquello nos absorbió tiempo, medios y recursos», considera otro veterano, éste de la tercera promoción y que ya tiene 60 años. Eran los tiempos de la kale borroka. «Nos hacían emboscadas. Había llamadas anónimas sobre supuestos delitos y cuando llegabas te freían a pedradas y cócteles molotov entre gritos de 'txakurrak' (perros)...». Optaron por mandar a efectivos de paisano de avanzadilla.
«En una manifestación, medio centenar de 'ciervos' (como denominan los policías a los radicales abertzales) se refugiaron en un bar de 'la Cuchi'. En la puerta había un cartel en euskera que ponía 'Prohibida la entrada a zipaios y a hijos de zipaios'. Atascaron el váter con los cócteles molotov y máscaras», rebobina otro exertzaina.
Bomba en Gregorio Altube
En 1995, ETA y sus acólitos trataban de imponer su dictadura del miedo a base de amonal y de tiros en la nuca. «En la plaza Gregorio Altube, en Aranbizkarra, apareció un paquete junto a un cajero con un papel que ponía 'bomba'. Casi no nos dio tiempo a desalojar a vecinos y paseantes», narra otro exagente, nacido a finales de los años 50.
De aquella fase de aprendizaje forzoso surgió la obligación de notificar la convocatoria de cualquier manifestación –«te las encontrabas por la calle, por lo que empezamos a identificar a los responsables y a multarles»–, la necesidad de contar con material de calidad – «los primeros escudos se partían con una pedrada» o de andar con mil ojos – «una vez nos lanzaron granadas a Arkaute, menos mal que tan sólo explotaron tres»–.
También debieron lidiar con la desconfianza inicial en su bando, de los cuerpos de seguridad de ámbito nacional. «Nuestro responsable de Investigación solicitó una lista de delincuentes a Policía Nacional y le mandaron una hoja de una persona desaparecida. No se fiaban de nosotros aún». Aquello cambió con los años y las cicatrices compartidas. Porque ETA también les colocó en su punto de mira.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión