Enmascaribobos
Detrás de todos los que vamos con la mascarilla puesta lo que hay es una ingente cantidad de enmascaribobos/as
En el juego eterno en el que hemos participado todos los niños las cosas estaban claras: o estabas entre los guardias o con los ladrones. ... Cada día podías ser guardia o ladrón, según como sucedieran las cosas al elegir, pero una vez decidido el bando, eso es lo que eras.
En general, todos preferíamos ser guardias; o buenos. Porque también cabía el simplificar el asunto a una tema de buenos y malos. Los buenos tenían más prestigio. Sobre todo si los buenos parecían malos, porque iban tapados, pero era solo para engañar a los malos de verdad.
En líneas generales, los buenos se camuflaban con un antifaz. El Zorro, El Llanero Solitario, el Coyote, el Guerrero del Antifaz, El Espadachín Enmascarado... Todos a cada cuál mejor se tapaban los ojos para realizar sus hazañas. Yo tuve antifaz casi siempre. Y espada. Me la echaron los 'reyes de verdad', con diez u once años. Es curioso que el primero, por orden cronológico, fuera también uno de mis primeros héroes. Una espada de verdad y muy bien pensada para niños. Estaba hecha de goma gris pero la parte inicial tenía un alma interior metálica. Así cuando dabas estocadas, la parte fundamental se doblaba para no hacer daño pero la espada no perdía su forma. Con mi espada fui el mejor Zorro imaginable y también fui capaz de reproducir a la perfección la estocada secreta de Enrique de Lagardère. El problema era que, como jugaba solo, tenía que matar a Nevers con mi estocada pero luego hacer de Nevers muerto. Llegué a bordar el desdoblamiento.
Mis héroes infantiles iban enmascarados: El Zorro, El Llanero Solitario, El Guerrero del Antifaz... y yo los imitaba
Más adelante los mismos Reyes Magos me dotaron de una fantástica pistola de vaquero. El regalo coincidió, misteriosamente, con la época en la que lo que más quería era ser El Llanero Solitario. Me hice una especie de cartuchera, y si no, usando el bolsillo hasta desgarrarlo. Conseguí ser tan habilidoso con mi revolver como el 'shane' de Raíces Profundas o el mismísimo Billy el Niño, con sus Colt 45. Mismo problema. Siempre era yo el más rápido y mataba al contrario, algún malo más malo que el betún, pero luego me tenía que morir yo. No es por nada pero llegué a hacerlo tan bien que una vez vino mi madre a ver qué me pasaba, al verme allí tirado, en el pasillo, durante horas.
El antifaz
Tuve la suerte de poder disfrutar de una enorme serie de héroes viendo los cómics, leyendo las novelas, gozando con ellos en el cine. Pero siempre fui más partidario de los enmascarados, de los de antifaz, espadachines o pistoleros, porque los malos, los cuatreros y demás se cubrían la nariz y la boca con pañuelo.
La máscara es cosa del teatro antiguo y de los carnavales venecianos. La mascarilla, de los hospitales. Cuando comenzó la necesidad de taparse boca y nariz, la mascarilla hospitalaria salió a la calle prácticamente tal cual. Poco a poco, sin embargo ha ido evolucionando hacia unos 'tapabocas-nariz' de diseño a cada cual más sofisticado, útiles incluso para reflejar la ideología que, se supone, el portador quiere dejar bien a la vista para que nadie dude de que él es español, o del Athletic, o lo que sea. He visto algunos de esos tapabocas personalizados que daban horror, porque sus portadores querían provocarlo, ellos sabrán por qué. Los de dibujitos para niños, los de florecillas y así, no tienen esta recarga pero muchos sí la tienen.
Es impresionante la imagen de todos/as paseando por la calle con la mascarilla puesta, con absoluta disciplina. Tanto que, lo que ahora mismo me tiene preocupado es resolver esta incongruencia: si los malos eran los que iban con la boca tapada, entonces, ¿qué pasa? ¿Que ahora somos todos malos?
Esto no es posible del todo porque malos, malos no somos casi nadie. Así que la cuestión que se plantea es: ¿qué somos entonces?
Me ha costado lo mío pero, como ya he dejado escrito aquí, estos días cuento con la ayuda de la luz clarividente del Mediterráneo, que me ha ayudado a descubrir una falta de mi niñez. En el mundo no hay solo malos y buenos. En el mundo hay, sobre todos bobos y bobas. Detrás de todos y todas los que vamos con la mascarilla puesta lo que hay es una ingente cantidad de enmascaribobos/as. Fíjate que somos bobos que no nos hemos dado cuenta de que la mascarilla era inútil hace unos meses, cuando no había, y ahora es obligatoria y las hay de todos los modelos que se quiera elegir. Fíjate que, desde que vamos todos/as con mascarilla los casos de contagio no han dejado de crecer, demostrando que tenía razón el primero, el que mintió diciendo que no era importante, aunque sí lo es...
¡Vaya! Me he quedado más ancho que largo, que una cosa es que me llamen bobo y otra saber que estoy haciendo el bobo porque debo hacerlo, porque no soy tan bobo como para no ponerme la mascarilla. Y no por la multa, sino porque me parece lógico que todos tratemos de tapar, aunque sea de forma tan boba, la principal vía de difusión del Covid-19.
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