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Embalse de Ullibarri: donde el agua ruge
Pese a la inmensidad de la instalación, el 'motor' del embalse lo forma un grupo de tres máquinas en una pequeña sala
Hay dos sonidos característicos en Ullibarri. El del exterior es una lluvia que no cesa, cae con virulencia y expulsa una fina brisa, que conduce ... el frío hasta el hueso más recóndito del cuerpo. Incluso así, esa sensación no deja de ser más llevadera y agradable que el ruido del interior. El estruendo de un generador y una turbina recibe a quienes entran en el puesto de control de la presa. Son las máquinas que funcionan a modo de 'motor' de la presa, los que bombean el agua desde el embalse al cauce del Zadorra los 675 litros por segundo que corresponden al caudal ecológico que mantienen la vida del río.
Esa 'sinfonía', a diferencia de la cascada, nunca deja de sonar. Ni siquiera cuando la presa está en 'calma', con el volumen ideal y las compuertas cerradas. Al generador y la turbina les acompaña una máquina de aceite a presión, para mantener bien engrasado el corazón del embalse. A su lado, innumerables medidores, aparatos y un escritorio con ordenadores y lleno de gráficas del último episodio de inundaciones, todavía en fase de análisis por parte de los técnicos.
Vigilancia durante 24 horas
A ambos lados del puesto de control se extiende un pasillo hueco, con un túnel de escasa altura que conduce por inmensos patios acorazados, que frenan miles de millones de litros de agua y algunas estalactitas. Cuanto más se distancia uno de la sala de control, el sonido se aleja e, incluso, puede escuchar cómo algunas gotas rebotan en el interior de la presa. En la inmensa estructura no suelen trabajar más de seis personas por turno, pero en situaciones extremas, como la de hace dos semanas, la vigilancia dura 24 horas.
Si en la base de la presa se impulsa el agua, la 'cima' la engulle. Siete días después de que el Zadorra comenzara a inundar Abetxuko, el agua manaba sin descanso por tres de las siete compuertas, a una intensidad cuatro veces inferior a la fase de mayor desembalse. Aun así, asomarse a la barandilla situada a 548 metros sobre el nivel del mar implica acercarse a una pared líquida, que se derrumba sin descanso hacia el Zadorra.
Buena parte de la gestión está ya automatizada. De hecho, el inicio del desembalse desde que la Confederación Hidrográfica del Ebro y la Agencia Vasca del Agua fijan los criterios es «casi instantánea». Sin embargo, la apertura de las compuertas se realiza desde un pequeño habitáculo con un cuadro de control que abre y regula la 'cremallera'. Ese espacio, que se intuye minúsculo por las dimensiones de las trampillas de lo alto de la presa, es el único secreto que se guardan los gestores de la presa en la visita de EL CORREO.
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