Elecciones: de sabios a gilipollas
Se non é vero... ·
No resulta extraño que el personal esté hecho un lío y que uno no sepa a qué atenerse para acabar con esta bromaYa estamos de hoz y coz en campaña electoral, si es que hemos dejado de estarlo en algún momento durante los últimos años. Y uno ... no deja de pensar que está ante un 'déjà vu'. Como cuando un vitoriano se cruza con un tipo en los confines de Mongolia Exterior, se frota la barbilla pensativo y exclama cariacontecido: «¡Joder!, ese tío me es cara conocida».
Vivimos condenados al eterno retorno, subiendo la misma piedra por la ladera de la montaña, una y otra vez, para verla rodar cuesta abajo una vez que hemos alcanzado la cima. Así que esta situación me recuerda a aquella anécdota que narraba Woody Allen: «Mi abuela me llevó a un restaurante al aire libre. Pedimos sopa y empezó a llover. Estuvimos más de dos horas y no pudimos acabárnosla».
Las elecciones se parecen a esa sopa interminable en un día de lluvia. No se acaba nunca por más que no paremos de tomar una cucharada tras otra, ni de votar a unos o a otros. Pero en esta ocasión, la próxima cita electoral de noviembre resulta bien curiosa por el trasfondo y los ecos que se adivinan entre bambalinas.
Al parecer, en las últimas elecciones del mes de abril, algunos votantes se equivocaron. Y no votaron bien. Que mira que hace falta ser torpes. Que te equivoques en la quiniela, pase. Pero en esto de los diputados y senadores es imperdonable.
Si recuerdan, hace unos años siempre escuchábamos tras las citas electorales aquel soniquete de que el pueblo era sabio y que nunca se equivocaba. Y que había que administrar la situación por rocambolesca o complicada que esta fuera, porque en eso consistía la política: en el arte de lo posible. Ahora, en cambio, hemos pasado de llamar sabio al personal a llamarle gilipollas y de reclamarle que diga 'Diego' donde dijeron 'digo'. Y que vuelva a votar las veces que haga falta hasta que acierte de una puñetera vez. Que ya les vale.
Aquí, en Álava, cómo no, la cosa alcanza niveles escatológicos porque uno debe suponer que habiéndose celebrado la cita electoral el día del santo patrono, San Prudencio, en su infinita sabiduría este iluminaría las seseras y pensamientos de sus devotos, llevándoles a acertar en su decisión a la hora de depositar el voto en la urna.
Pero está visto que ni por esas. Que no se puede contar con el patrón para estas cuitas. Porque, para más inri, la alavesa es de las pocas circunscripciones en las que hasta cambian alguno de los candidatos; bien por cosas de las prisas con el padrón bien porque ahora concurre alguno nuevo. Aunque ya puestos, en vez de arreglarlo, igual lo volvemos a estropear complicando aún más las cosas. Que como dice el refrán, no hay situación mala que no sea susceptible de empeorar.
Pero a lo que íbamos. Que resulta que como algunos votaron mal, por culpa de un puñado de badulaques y de su mala cabeza, ahora tenemos que votar todos otra vez. Y no solo los responsables del fiasco. Que digo yo que había que hacer como en el colegio, que van a septiembre los holgazanes o los descuidados. Pero aquí resulta que nos mandan a todos al examen de recuperación, con gesto compungido.
Aún recuerdo aquellos días de abril en que no te abría la puerta el vecino, así te estuviera dando un perrenque cardíaco, por si acaso te querían nombrar miembro o 'miembra' de mesa y te jodían el súper puente. Digo yo que estas elecciones de noviembre serán menos problemáticas; que en invierno los vitorianos somos más comedidos y de prácticas más aquilatadas. Y la semana anterior tenemos día de difuntos para recordar a nuestros deudos y estaremos más dispuestos a la colaboración solidaria y desinteresada.
Pero volviendo a las elecciones y a la cuestión que me tiene a mal traer, el problema añadido que se nos plantea ahora es que todavía no sabemos a ciencia cierta quién votó mal en abril y quién lo hizo adecuadamente. Porque depende de a quién le preguntes, claro. Que para gustos están los colores.
Y no resulta extraño, por tanto, que el personal esté hecho un lío y que uno no sepa a qué atenerse para acabar con esta broma de verse obligado a repetir, 'tripitir' o 'cuatripitir' elección tras elección para no llegar a ningún sitio. Que como cojan vicio, esto va a convertirse en una suerte de onanismo electoral.
Con afán de aportar soluciones, dicen los ciudadanos más avezados y comprometidos que a lo mejor fuera más práctico, para evitar la sucesión de los problemas acaecidos, que en vez de mandar propaganda electoral a nuestros buzones nos mandaran un ejemplar de la guía del buen votante indicándonos el sentido más conveniente de nuestro voto. Así, podríamos seguir las instrucciones al pie de la letra, y todos tan contentos.
Yo, cuando tengo dudas existenciales, recurro a un vecino del pueblo. Que para chanzas, adivinanzas y oráculos es un hacha y supera con creces los que se echaban en la antigua Grecia. Me dice Valentín que no entiende nada de lo que ocurre. Que si son los ciudadanos los que tienen que cambiar de opinión en menos de seis meses para arreglar los entuertos de la política, o sobran los políticos o sobran los ciudadanos. Y que cualquier cosa es mejor a que mande uno. Y que la democracia es un mal sistema, aunque los demás son muchísimo peores. Y qué malo es que quienes tienen que cuidarla no hagan sino manosearla. En dos palabras, remata, que nos quieran menos, pero que nos quieran mejor.
Y me digo que Valentín parece bruto y simple. Pero que muestra mucho mayor conocimiento y mayor aprecio por la política y por la democracia que el que demuestran algunos de sus profesionales. O eso me pareció a mí, escuchándole con el debido respeto.
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