Dos mujeres ajenas al artículo hablan en la calle. Rafa Gutiérrez

Distancia social y whisky de malta vitoriano

se non é vero... ·

Antes ya hablábamos en voz alta, ahora más. A poco que enfoques la oreja hacia el objetivo te 'coscas' de todas las cuitas

Domingo, 3 de mayo 2020, 00:23

Este invento de la distancia social es una cabronada de no te menees. Al que se le ocurrió unir estos dos términos seguro que todavía le duele la cabeza por la ocurrencia que, como toda astracanada que se repite hasta la extenuación, ha contado con un notable éxito de crítica y público. Y es que vivimos tiempos de 'ideas brillantes' con que patear el diccionario y pasarse a la RAE por el arco del triunfo, sin respeto alguno ni la mínima consideración a las normas ni al decoro debidos.

Publicidad

A mí, se mire por donde se mire, más que distancia social esto me parece una simple distancia espacial; o distancia sideral si me apuran. Pero desde luego que esto no nos separa ni nos aleja en absoluto a unos de otros. Muy al contrario, creo que esta experiencia une mucho y acabará dando vidilla a la convivencia vecinal. Si no, denme un chance y déjenme que les ilustre la ensalada con un par de ejemplos.

Lo bueno que tiene esto de la separación del metro y medio es que cada vez que ves a dos ciudadanos pararse a charlar en la calle, manteniendo el margen métrico aconsejado por las autoridades y expertos, puedes enterarte de qué coño están hablando con pelos y señales a nada que enfoques tu oreja hacia el objetivo. Antes podías intuir el tema de conversación por los gestos. Ahora en cambio te 'coscas' de todas las cuitas.

Prueben a seguir el consejo. Te asomas a la ventana, observas y escuchas con atención. Porque si ya éramos un pueblo que habla alto de por sí, ahora parece que tuviéramos un megáfono cada vez que 'interlocutamos' en la calle. Y hablamos quince o veinte decibelios más alto para comunicarnos tratando de superar la barrera de los dos metros de distancia, como si estuviéramos a más de cincuenta.

El caso es que antes estábamos acostumbrados a echarnos encima de nuestro interlocutor y llenarle de felipes, perdigones o como le llamen a las gotitas de saliva que percutimos al hablar y que hoy rebosan de virus. Y ahora que debemos alejarnos, no acabamos de acomodar el tono y la intensidad vocal adecuados.

Publicidad

Y claro está, cada vez que contamos algún secretillo o alguna indiscreción del vecindario en la calle, pues se entera toda María Santísima de lo que estamos diciendo. El otro día, sin ir más lejos, me enteré del último cotilleo tras los aplausos de las ocho, escuchando a dos vecinas chismorreando.

Según refería una de ellas con todo lujo de detalles, la vecina de dos portales más allá era un poco ligera de cascos y se había enrollado con un vecino casado que, harto del confinamiento, se había buscado un entretenimiento dos pisos más abajo ante la apatía de su mujer. Lo curioso, decía una de ellas con un tono de cierta envidia insana, es que la señora estaba encantada de que el mariano se entretuviera fuera de casa, que esto del confinamiento le había puesto de un pesado que no había quien lo aguantara.

Publicidad

Si recuerdan, antes eran ciertos camareros cotillas -en Vitoria hubo algunos muy famosos que omitiré por no ser causa de discordia- los que desempeñaban la función de pegar la oreja para contar luego intimidades de los clientes que hablaban sin reparos en la barra del bar creyéndose a salvo de indiscreciones. Algunos asiduos, sabedores de la incontinencia verbal del 'bartender', lo utilizaban para propagar rumores, calumnias y maledicencias. Y no había más que pronunciar las palabras mágicas a tu contertulio -«te lo digo si me juras que no sale de aquí»- para ver a aquel chismoso entrometido al otro lado de la barra mover su cuello y retirarse el pelo tras la oreja para aguzar el oído y captar toda la información necesaria para propalar el infundio.

Hoy, cerrados los bares a cal y canto, la función del chisme y el cotilleo se ha socializado. Y como les decía, más que la distancia social se ha generado el eco social que causa nuestra propia voz en un diálogo con alguien a dos metros de distancia. Y no estando acostumbrados a gestionar el volumen, podemos convertir las indiscreciones en el pan nuestro de cada día.

Publicidad

Ni que decir tiene que ahora pongo menos la radio y en cambio me asomo al balconcillo más a menudo. Porque alucinarían con las historias que estoy escuchando estos días, yo que estaba un poco teniente hasta hace unas semanas. Y ahora, con la distancia y la subida del tono me entero de cuentos que mejor guardo bajo secreto de confesión, a riesgo de que me echen del barrio.

Pero para sorpresas agradables que puedo referir, la del whisky de malta me dejó flipado. Sin ir más lejos, el otro día escuchaba a dos fulanos ya talluditos discutiendo mientras paseaban el perro sobre que en Vitoria se hacía el mejor whisky de España. Uno de ellos lo sostenía con rotundidad diciendo que le acababan de dar el premio en la 'World Whisky Awards'. Casi me da un ataque de risa y a punto estuve de revelar la posición en mi atalaya metiendo baza en la conversación para reírme de semejante ocurrencia. Que se puede ser vitoriano de pro y no tan fantasma, pensé para mí.

Publicidad

A la salud

Pero picado por la curiosidad dejé a la pareja discutiendo sobre si tal cosa era verdad o mentira. Y me fui a Google para poder cerrar aquella discusión metiendo baza desde mi ventana. Ansioso, tecleé la marca que me pareció escuchar en la conversación. Cuál no sería mi sorpresa cuando vi que AGOT, tal era el nombre del whisky de malta vitoriano, aparecía como el producto de una microdestilería vitoriana -la Basque Moonshiners- gestionada por tres amigos gasteiztarras.

No podía creer que lo que imaginé como una fantasmada fuera tan cierto como que estamos confinados. Su 'Pioneer Edition' había sido galardonada con la primera distinción española. Doble destilación en alambique de cobre y envejecimiento en barricas de vino. Tócate las polainas.

Noticia Patrocinada

Salí al balcón y metí baza en la conversación, con unas toses previas para llamar su atención. Me aceptaron como uno más y en seguida les puse al día de mis averiguaciones. Y quedamos en que después del confinamiento echaríamos unos tragos de este whisky vitoriano para celebrarlo.

Y me dije que hace falta ser 'carachorra' para llamarle a esto distancia social, con lo que acerca. Y bendito whisky vitoriano del que pronto daremos cuenta.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad