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Trincheras en Albertia, con el monte Maroto al fondo. Revista Saibigain
Historias perdidas de Álava

«Le vi corriendo sin cabeza»

Los testimonios sobre los combates en Albertia, Maroto y Jarindo, arrasados por los bombardeos, describen la crudeza de la Guerra Civil en Álava

Lunes, 17 de diciembre 2018, 01:15

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El santurzano Miguel Lafuente Biribai tenía apenas 19 años cuando, enrolado en el batallón de las Juventudes Socialistas Unificadas Meabe 2 Stalin, se encontraba el 31 de marzo de 1937 defendiendo las trincheras del monte Albertia. Su testimonio y el de otros soldados republicanos y nacionales que estuvieron allí aquella fecha reflejan con toda la intensidad y crudeza los padecimientos de una guerra.

A las ocho menos cuarto comenzó una preparación artillera sin parangón. 130 cañones de distintos calibres machacan el frente desde Albertia, en Villarreal, al Murumendi, en Aramaio; un repentino infierno de fuego y metralla que obligó a los 10.000 milicianos y gudaris vascos que protegían la línea a buscar la protección de refugios excavados en las contrapendientes durante el invierno. A toda esa masa artillera se unieron unos 40 aviones de los 150 que había reunido Mola. La táctica era sencilla, primero las bombas y luego el ametrallamiento continuo un avión tras otro. Si no te destrozaban te volvían loco.

Nadie podía escapar de aquel shock que producía la combinación letal de artillería y aviación, y los pocos que se quedaron fuera tuvieron que arrojarse al fondo de las trincheras. Muchos no lo lograron y el paisaje empezó a poblarse de cuerpos destrozados arrojados aquí y allá, incluso colgando de los árboles. Después del intenso bombardeo durante dos horas, los oficiales envían a los hombres desde los refugios a los parapetos para defender la posición frente a la infantería rebelde, soldados de la IV Brigada de Navarra, que se acerca. Algunos no se mueven y los oficiales disparan sobre ellos para obligarles a luchar. «A mí me mandan a un nido de ametralladoras. Las trincheras eran en zigzag», cuenta 'Txisko', apodo con el que era conocido, según un relato que la Asociación Sancho de Beurko publicó en su revista digital 'Saibigain' bajo el título 'Seis días de guerra en el Norte de Álava'.

«No sé cómo podía haber gente viva, si hasta había tíos colgados de árboles y ninguno entero»

manuel gárate, cabo

Comienza la ofensiva de Mola. «Y me meto. Éramos unos siete», prosigue. «Un obús pega abajo y levanta unas cuantas piedras que golpean a uno en el costado. Entonces me dicen: '¡Oye 'Txisko', sácale!'. Yo era el que menos sabía de ametralladoras. Me puse a gatas, y me lo echaron encima. Aquel cañonazo pegó abajo, pero luego rectificaron el tiro y el siguiente, de lleno en el nido. Miré para arriba: vi brazos, cabezas, piernas... Todos murieron; me salvé por décimas de segundo», relataba. Y continuaba: «Vi también a un amigo al que hacía yo un corazón, otras veces una flor –yo dibujaba muy bien– cuando le escribía a la novia. Un obús le llevó la cabeza; y estuvo corriendo cuatro o cinco metros sin cabeza».

El general Mola, jefe del Ejército del Norte, llevaba semanas organizando una operación clave para el desarrollo de la contienda tras el fracaso ante Madrid. La preparación de la masa artillera era la antesala del ataque de la infantería para conquistar esas posiciones en manos de milicianos y gudaris vascos. Era el comienzo de la ofensiva para romper el Frente de Álava con el objetivo por parte de las tropas nacionales de conquistar Bilbao a cualquier precio, lo que finalmente consiguieron el 19 de junio de 1937.

Con ese fin se había formado un ejército de 43.000 hombres y otros 18.000 en formación. Los franquistas contaban con 130 cañones y obuses y 150 aviones, en su mayor parte alemanes e italianos. Era la primera vez que se formaba una concentración de fuego tan grande en la la Guerra Civil. Enfrente, 42.000 soldados, milicianos y gudaris, divididos en 70 batallones. Esta vez no combatirían al ataque, sino a la defensiva, parapetados en los montes.

El coronel alemán Von Richthofen, jefe del estado mayor de la Legión Cóndor, siguió desde las seis de la mañana en el observatorio del Usakoatxa, encima de la cantera de Landa, los combates. Dejó escrito en su diario de guerra su sorpresa ante la resistencia de aquellos milicianos a los que había despreciado. Fue la aviación la que se reveló como la nueva arma más decisiva porque caía sobre el frente, pero también sobre carreteras y vías de suministro y apoyo, y sobre los pueblos de la retaguardia –Durango, Elorrio... luego Gernika– con el argumento de que querían impedir la reacción del Ejército vasco.

Entre los atacantes del monte Albertia se encontraba Manuel Gárate, cabo de la primera compañía del Batallón Flandes, integrado en la IV Brigada de Navarra. «Empezamos a subir, pero al llegar a un claro una ametralladora nos empezó a zumbar justo al asomar el morro. Solamente la primera ráfaga se llevó por delante por lo menos a media docena, nos quedamos clavados, pero poco tiempo; enseguida una sección los copó por la derecha apoyados por los morteros y con todo lo que teníamos para fijarlos, y pudimos cruzar el claro y tirar para arriba», describía.

Bajas republicanas

«Todo estaba machacado, pero vi un cañón pequeño que estaba intacto, y también prisioneros de una pieza. Yo no sé cómo podía haber gente viva allí, si hasta había tíos colgados de los árboles y ninguno estaba entero», cuenta Gárate al investigador Josu Aguirregabiria, autor de la publicación, en una entrevista. Las cifras de bajas republicanas no están claras, pero el periodista nacional Víctor Ruiz Albéniz habla de 52 muertos y 27 prisioneros en el Albertia ese día.

El mismo sufrimiento y la lucha, en ocasiones cuerpo a cuerpo, se reprodujeron en el monte Maroto, defendido por el batallón Avellaneda (PNV). Las acciones de heroísmo se repitieron en los tres montes. Cuando se retiraron de sus posiciones hacia el Jarindo, los voluntarios vascos habían agotado 490 bombas de mano y frenado a los franquistas con ayuda de los milicianos del Mateos. Tuvieron 155 bajas, de ellas 60 muertos y desaparecidos. Se esperaba el ataque, pero no aquella abrumadora intensidad. Las tropas republicanas tuvieron que abandonar sus posiciones hasta un nuevo frente que tenía como eje Urkiola y Barazar. La guerra se desplazaría hacia Bizkaia.

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