Ver fotos
Contagiados por la fiebre del oro negro
La Feria de la Trufa Negra reúne en Ribabellosa a productores y devotos del exquisito manjar para celebrar una campaña en la que se han recogido más de 600 kilos
Llegaron al sur de los Apalaches y también a Colorado y a Montana y al Yukón, en Canadá. Pero fue en California y muy en ... concreto en Coloma, en los alrededores de la actual Sacramento, donde miles de personas llegaron, con los picos bien afilados, movidos por la vaga promesa de encontrar oro en las minas de Sutter's Mill. Era 1849 y aquellos tipos corajudos se jugaban el pellejo cruzando Estados Unidos de cabo a rabo, en interminables viajes en carromatos tirados por caballos exhaustos. Todos contagiados por la fiebre del oro. Este domingo, cientos de personas han llegado en sus monovolúmenes y sus SUVs lustrosos hasta Ribabellosa. Su viaje ha sido bastante más corto y muchísimo menos penoso: como mucho tuvieron que dar un par de vueltas para aparcar. Pero igual que aquellos intrépidos yanquis, ellos también llegaron hasta la mismita muga con Burgos contagiados por la fiebre del oro negro.
La localidad de Ribera Baja ha celebrado este domingo la quinta edición de la Feria Internacional de la Trufa Negra, en cuya organización colabora EL CORREO. Cientos de personas llegaron hasta allí rendidos a ese placer subterráneo, esa amorfa joya gastronómica que es la 'melanosporum'. Pero muchos también acudieron hasta ese polideportivo donde flotaba un sutil aroma sulfuroso con la vaga promesa de amasar una pequeña fortuna poniéndose a producir trufado oro negro. «La gente viene y quiere comprar una planta de encina para sembrar en el jardín. Se creen que al año que viene ya van a estar recogiendo trufas: qué equivocados están», contaba Francisco Borque en su puestito.
Borque se trajo sus injertos micorrizados de encina, de jara y roble desde la localidad turolense de Sarrión. «Cada vez hay más interesados en plantar encinas truferas, pero es un cultivo que requiere mucho cuidado y es a muy largo plazo: lo normal es tener una primera cosecha pasados los diez o doce años», descubría el experto. Unos puestos más allá, Ángel Sáenz no paraba de despachar planteros, unos tallos con cierto aspecto frágil, listos para enterrar, con sus piedrecitas y todo. «Todo depende del suelo, que es fundamental; si el terreno no vale, jamás saldrá una trufa», abundaba el hombre, que este domingo tuvo que disuadir a más de uno que pretendía comprar una plantita, a ocho euros la unidad, para cultivarla en una maceta.
En el fondo del asunto, el alto valor que alcanza el codiciado hongo. En la feria, el kilo cotizaba a 800 euros, a precio de oro, sí, pero son cien menos de lo que costaba el año pasado, cuando la 'melanosporum' alcanzó los 900 eurazos en la feria. «Es que este año ha venido una buena cosecha, con tormentas en verano» apuntaba Sáenz. Según las estimaciones oficiales, durante la campaña, que todavía no ha concluido, se recogerán más de 600 kilos de este manjar en todo el territorio.
El dato
-
800 euros alcanzó el kilo de trufa de invierno en la Vedición de la Feria Internacional de la Trufa Negra, que se ha celebrado este domingo en Ribabellosa y que ha contado con más de 40 expositores.
«Fresquísima»
«Venimos todos años desde Bilbao para pasar la mañana y comprar, la trufa alavesa es fresquísima y no tiene nada que ver a la que encuentras en las tiendas gourmet», destacó Mamen Segura, que se llevó un hermoso ejemplar, de unos 100 gramos. «Con esto tengo para casi todo el año, rallo cada vez muy poquito y el resto, la voy congelando», apuntó la mujer que también se llevó una buena ristra de salchichón de jabalí. Porque, vaya si resultaba difícil resistirse a tanta buena vianda que se vendió durante la jornada. A saber: panes de miga prieta, tomates bien carnosos (¡en pleno enero!), botillo artesano, el sempiterno pastel vasco y patés trufados, quesos trufados y demás delicias ungidas con el preciadísimo hongo.
Los cocineros Iñaki Diente y Xabi Barambones prepararon un menú de campanillas que trataba de demostrar toda la versatilidad del producto. Y los de Slow Food, con ese afanoso Alberto López de Ipiña que es el perejil de todas las salsas, no pararon de servir hamburguesitas, tostaditas de paté y unos cuenquitos con patata, aceite de Moreda y trufa. Para el mediodía no quedaban ni las migas.
Ajena al bullicio y a los ritmos euskaldunes que salían de los altavoces, Tris –dócil, estilosa, de pelo lustroso– aguardaba para protagonizar uno de los momentos más esperados de la jornada, la demostración de búsqueda de trufa con perro. Recordaba un poco a esos atletas concentrados en el vestuario, que se disponen a salir a la pista. «No todos los perros sirven, hay que educarlos desde pequeños y lo más importante es el binomio perro-dueño», destacó su adiestrador, Rafa Díaz, del Club Perro Trufero de Burgos. Y no decepcionó. Al buen solete, este ejemplar de pastor vasco hizo las delicias del personal.
«¿Y Ortzi también podría encontrar trufas?», le preguntó, todo inocente, el pequeño Unai Serrano. «Claro, pero le tendrás que enseñar mucho», le respondió su ama. El aludido, un labrador con pintas de pachorras no se dio por ídem. Se limitó a rascarse la oreja con la pata trasera y, sí, a lamerse durante largo rato sus santas gónadas. La fiebre del oro negro no afecta a todos por igual.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión