La cocina de El Pilar que rompe fronteras
En el centro cívico. ·
Una iniciativa vecinal invita durante este mes a mujeres migrantes a guisar su tradición culinaria para favorecer el intercambio culturalEn Vitoria no se venden caraotas. Lo más parecido a esa legumbre venezolana que comercializan las tiendas locales son las alubias negras. A lo ... que aquí llamamos carne mechada, en el país latinoamericano se conoce como «pelúa», por ese aspecto que toma el guiso cuando se introduce dentro de una arepa. Lo que ocurre en los fogones es sólo un reflejo de que, como en el resto de la vida, en la capital alavesa nada es como en las localidades de Caracas, Maracaibo o Valencia. Pero a un grupo de mujeres que provienen de esos núcleos urbanos sus sabores de origen (ahora adaptados a la gastronomía vasca) sí les están ayudando a integrarse en la ciudad y a impulsar un intercambio cultural que no siempre suele darse.
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Durante este mes de octubre y en la primera semana de noviembre, Maritza, Luisana, Jacqueline o Ana Estefani se están juntando cada sábado por la mañana con vitorianas vecinas del barrio de El Pilar en el centro cívico. En cada jornada, en las que las elaboraciones representan algo que más que una muestra de la tradición culinaria de sus lugares de procedencia, las embajadoras de la cita provienen de una nacionalidad distinta.
Senegal abrió el ciclo que continuaron Venezuela –cita en la que participó este periódico– y Marruecos y por la cocina de este distrito «multicultural» también pasarán próximamente mujeres de Guinea Conakry y Camerún.
Tras los encuentros se recopilarán en un recetario los platos de las distintas nacionalidades
«La idea es que cada una conecte con su tierra y se lo enseñe a los demás, que se genere un espacio en el que tú comes donde quizás no te hubieras imaginado. En Vitoria y en El Pilar hay mucha diversidad, pero no suele darse esa convivencia», explica la impulsora de esta iniciativa y también residente del barrio, Paula García Jiménez.
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«Cuando he viajado siempre me he interesado mucho por cómo vive cada cultura su parte culinaria. También he visto encuentros de cocinas del mundo en otras ciudades en los que las mujeres migrantes comparten sus platos tradicionales, pero aquí yo no había visto nada similar», incide García sobre el origen de esta actividad, que ha podido financiar gracias al concurso municipal de ideas jóvenes Haziak.
«Una oportunidad»
En la sala de El Pilar a todas las venezolanas presentes les vienen recuerdos de un pasado que dejaron atrás en busca de una vida mejor que aún persiguen. Luisana ve amasar el peculiar pan de jamón (relleno de pasas, aceitunas, jamón york y bacon) y dice sentirse «en casa». «Lo hacía con mi madre», apunta. Ella dejó su ciudad natal hace sólo tres meses y la llegada ha sido «complicada». «Una realmente viene a trabajar y... sin experiencia o formación, en España es complicado», esboza con pesadumbre.
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Luisana es la más joven de todas las que se han reunido aquí este sábado. Aún así, sus compañeras, por mucho más camino que lleven recorrido, entienden bien el sentimiento que menciona. Maritza, por ejemplo, que tuvo que huir de su país hace un año por un caso de violencia de género, lamenta en este sentido «que nadie piense por cabeza ajena».
Se refiere a que de normal «el resto lleva sus propias dinámicas y no tenemos oportunidad de conocer a otras personas», así que pone en valor «estas actividades lindas que nos permiten integrarnos». «Hemos vivido un cambio cultural muy fuerte porque allí conocíamos al vecino y siempre estábamos para darle la mano al otro, pese a que por más que trabajáramos nunca nos alcanzara el sueldo. Aquí eso cuesta, pero poder comentar en torno a la comida es una oportunidad», agrega Sonia, mientras Fina, una vitoriana de toda la vida, sonríe porque ella ha venido «a aprender» y lo ha conseguido.
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Cuando estas convocatorias acaben, Paula creará un libro en el que recopilará todas las recetas cocinadas en estos encuentros y lo repartirá «a pequeña escala», en bares o centros cívicos para que ese conocimiento traspase a nuevos hogares. También abre la puerta a ampliar estos talleres. «Sería bonito que pudiéramos dar cabida a más países», desliza.
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