La humanidad siempre ha tenido miedo de lo que no conoce. Según Howells, desde sus inicios los grupos humanos debieron confrontarse con 'los cuatro caballos de la vida': la muerte, el hambre, la enfermedad y la codicia de otros hombres. Buscando respuestas a esos enigmas surgieron las religiones y por lo tanto las explicaciones para nuestros males. Cuando, en el S XIV, la Peste Negra asoló el mundo conocido, la mortalidad causada por esta enfermedad se acercó a los 100 millones de personas. Muchas fueron las interpretaciones sobre su origen, los procesos de sanación y el combate contra la misma. Se buscaron explicaciones divinas (castigo del cielo, nuestros pecados, el vicio carnal…), también chivos expiatorios (los judíos como causantes, lo que derivó en importantes pogromos) y tratamientos acordes con las creencias imperantes: para prevenir el mal el remedio más eficaz era poner una cruz en la puerta de las viviendas o caminar por la ciudad con flores olorosas en la nariz. Todo ello se quebró en el Siglo de las luces, y será la razón la que sustituirá a la teología. Desde entonces las respuestas se alejarán de la religiosidad para buscar en el método científico su base explicativa. Se sabrá que la bacteria 'Yersinia Pestis' será la causante, que la picadura de las pulgas infectadas propagará la enfermedad, que las medidas de higiene y aislamiento serán necesarias, que medicamentos como varios antibióticos son eficaces. Así ha sido durante siglos, hasta que en el S XXI las redes sociales y las nuevas tecnologías has suplido a los canales tradicionales de información. De repente nos encontramos ante un nuevo coronavirus, del que desconocemos origen y tratamiento, una nueva enfermedad en tiempos en los que creíamos ser casi inmortales dotados de ordenadores inteligentes, dispositivos móviles sofisticados y una nueva vida, en parte asentada en una realidad virtual. Y no, resulta que no es así, que nuestra feliz realidad en internet, en la que sólo nos veíamos preocupados por virus como 'troyanos' o 'spyware' no nos inmuniza de la vida real, la única que existe y en la que no podemos pagar un antivirus. Y primero inundamos a nuestros amigos con 'memes' y vídeos graciosos sobre un catarrillo de nada, para pasar en una segunda fase a tomar conciencia de la realidad de la situación activando el 'modo histeria' y vaciando los hipermercados de viandas y las farmacias de mascarillas o gel desinfectante. Colegios cerrados, teatro, conciertos y congresos suspendidos y hasta las conferencias de los Celedones de Oro anuladas están situando a Vitoria-Gasteiz ante una situación no conocida desde hace siglos. De nuevo lo desconocido.
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«In medio virtus». Decía Aristóteles, en 'Ética para Nicomano', que el acierto no lo encontraremos ni actuando con pusilanimidad ni haciéndolo desde el exceso. Por lo tanto, no es momento para bromas, pero tampoco para histerias, no estamos ante un incruento resfriado, pero tampoco ante la peste negra. Hagamos caso de los científicos, de los epidemiólogos, de los responsables sanitarios y de nuestros representantes institucionales. La sensatez será seguramente el remedio más eficaz contra este maldito Covid-19. Ayer me decía un amigo que ante la eventualidad de que se agotaran las existencias de vino de Rioja Alavesa, él se iba corriendo a por un par de cajas. Quizás tenga razón y el mejor remedio para pasar este trago, sea un buen trago.
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