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La imponente iglesia, iluminada por su fantástico rosetón, sirve de sala de usos múltiples, aunque carece de acceso independiente.

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La imponente iglesia, iluminada por su fantástico rosetón, sirve de sala de usos múltiples, aunque carece de acceso independiente. Reportaje fotográfico: Igor Aizpuru

La bendita profanación creativa de Betoño

De las Carmelitas Descalzas al lienzo y el Autocad. Tras un rosario de años vacío, los 350 alumnos de la única Escuela Superior de Diseño de Euskadi han hecho suyo el convento. El sueño malogrado de Krea ya es historia

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Sábado, 9 de noviembre 2019, 23:36

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Es la hora del Ángelus pero aquí nadie está rezando. En la iglesia ni Dios guarda silencio. En la cripta no huele a cirio ni a incienso: flotan aromas de barniz y aguafuerte. Recorres ese claustro, bellísimo, con sus arcos ojivales y sus capiteles, y no puedes evitar ponerte en la piel de aquellas monjas silenciosas, aquellas siervas austeras. Qué pensaría la sor Milagritos de turno, la tal hermana Dolores, la señora madre superiora, al ver todo esto. A buen seguro se harían cruces, se quedarían ojipláticas ante esta horda de mozalbetes descarriados, con sus sudaderas anchas, sus piercings, sus tatuajes y sus bambas desgastadas. Ellos han tomado el cenobio con sus portátiles, sus maquetas, sus lienzos en blanco. Ellos, los estudiantes de la Escuela Superior de Arte y Diseño, han profanado con creatividad su morada, el convento de Betoño. Bendito sea el Señor.

Ha costado toda una década, pero las aspiraciones megalómanas que levantaron Krea a golpe de talonario y deuda se han acabado encauzando por los derroteros de la racionalidad. El maravilloso convento de Betoño tiene por fin uso desde este inicio de curso tras unos años lánguidos, en los que pasó de apetitoso centro de creación cultural de campanillas a indigesto mamotreto. Nadie sabía qué diantres hacer con él. Su reforma costó 18 millones de euros y cuatro años de obras. Descartada esa factoría de la vanguardia que pergeñó la Vital, se sucedió un rosario de planes fallidos -se barajó crear aquí la sede alavesa de Deusto, luego una universidad americana...-, hasta que se optó por destinar el espacio a la única escuela superior de diseño del País Vasco, la IDarte. Han pasado pocas semanas de su traslado, tiempo suficiente para resolver que, esta sí, fue una buena idea.

El cambio le ha devuelto el orgullo al centro, a sus profesores y a sus alumnos, esas mentes creativas, todavía tiernas, que han dejado de hincar los codos en las sempiternas mesas escolares de color verde moco, de arrastrar sus ideas por esos pasillos con baldosas de feo terrazo que cubrían las obsoletas instalaciones de Zaramaga. Han abandonado el antiguo colegio, con sus aulas constreñidas, para ocupar este edificio, amplio, con sus estancias diáfanas. Al verles aquí queda claro hasta qué punto el continente puede llegar a condicionar el contenido. Del poder que tiene un espacio a la hora de desarrollar una actividad creativa.

«Para empezar, la gran diferencia es que este es un sitio agradable, que se presta a que alumnos de distintas especialidades puedan trabajar juntos», apunta la directora de la Escuela, Esti Iregi. A su cargo, 350 estudiantes de cinco disciplinas (Ilustración, Fotografía, Diseño de Interiores, Diseño Gráfico y Animación), algunas homologables a un grado universitario, otras similares a una formación superior.

La vieja capilla alberga una sala de pintura.
La vieja capilla alberga una sala de pintura.

Una mudanza compleja

Todos parecen encantados con el cambio, a todas luces a mejor, de Zaramaga a Betoño. Pero la mudanza no ha sido en absoluto sencilla. «En mayo nos confirmaron que, finalmente, nos trasladábamos. Así que, en realidad, tuvimos muy poco tiempo para prepararnos. Llegó un momento en que pensaba que no tendríamos ni dónde sentarnos», reconoce la responsable del centro.

Les pasó un poco como a ese inquilino que, al llegar a un nuevo hogar, por muy bonito que sea, tiene que buscar acomodo en un sitio que él no ha reformado, que no está adaptado ni a su gusto ni a sus necesidades reales. Un ejemplo. El edificio estaba amueblado con unas mesas de diseño, de formidable acabado, en las que no se escatimó ni un céntimo -solo los sofisticadísimos enchufes que llevan acopladas ya cuestan un potosí y medio-, pero que, en realidad, limitaba mucho la configuración de las clases. «Son fijas, algunas aulas están pensadas para quince personas, con quince espacios de trabajo individuales, pero, ¿qué pasa si tenemos grupo de 16?», plantea la secretaria académica, Mel Mardaraz.

Como en el caso de las mesas, a lo largo de estas semanas, ha habido que realizar pequeños ajustes en el centro. Porque, en realidad, convertir Krea en IDarte no ha supuesto ninguna intervención de calado. De hecho, no se ha tocado un solo tabique y apenas se ha tenido que dar alguna mano de pintura, prueba de la plena vigencia de la obra de los arquitectos Roberto Ercilla y Miguel Ángel Campos.

Sin embargo, que el edificio fue pensado para un uso muy diferente al actual se nota. Y mucho. En una de las aulas, donde los de Diseño de Interiores andan a vueltas con los planos de viviendas de ensueño, el hormigón deja paso a una tarima a prueba de pliés y relevés. La estancia se pensó para utilizarla como sala de baile. De hecho, las barras para realizar los ejercicios se tuvieron que desatornillar para aprovecharlas en el Conservatorio. Al menos parece que del nonato Krea, como pasa con los gorrinos bien cebados, se ha acabado aprovechando hasta los andares.

El edificio todavía guarda espacios en desuso. Toda la planta superior, con su terraza forrada de madera, con esas habitaciones que iban a acoger la residencia de artistas, un restaurante, estudios de grabación, una radio... Toda esa superficie está a la espera de la llegada de la sede alavesa de Teknika, el centro de investigación vinculado a la FP, que se centrará en el 3D y los videojuegos. Mientras, el resto de dependencias es un hervidero.

La parte baja de esa estructura, de ese brazo de vidrio que abraza el viejo convento, a la que los alumnos más socarrones ya han apodado como 'el gusano', acoge un espacio de trabajo abierto. Esta semana, por allí estaban 'hackeando' muebles de Ikea, en una iniciativa de la firma sueca que consiste en invitar a los jóvenes a reimaginar nuevos usos para sus productos. A su lado, solo separados por unos paneles móviles de aglomerado, a modo de biombos, otro grupo trabaja en la asignatura de diseño escénico.

1. El claustro se ha concebido como un espacio de trabajo flexible. 2. Los alumnos han hecho suyos los espacios con la iluminación.
Imagen principal - 1. El claustro se ha concebido como un espacio de trabajo flexible. 2. Los alumnos han hecho suyos los espacios con la iluminación.
Imagen secundaria 1 - 1. El claustro se ha concebido como un espacio de trabajo flexible. 2. Los alumnos han hecho suyos los espacios con la iluminación.
Imagen secundaria 2 - 1. El claustro se ha concebido como un espacio de trabajo flexible. 2. Los alumnos han hecho suyos los espacios con la iluminación.

El mismo espíritu de espacio flexible respira el claustro, con mesas móviles, en las que los chicos diseñan con sus portátiles, comparan proyectos y tiran líneas a escuadra y cartabón. Las aulas se distribuyen alrededor de las galerías, en las antiguas celdas de las monjas. Y en la antigua cripta han encontrado acomodo los talleres. Allí se imparten materias como serigrafía y allí se guarda la vieja prensa -con pinta de pesar un quintal- y el vetusto tórculo, con sus rodillos ennegrecidos por la tinta de los grabados. Son sólo una parte del material que se ha aprovechado de la anterior escuela.

Sin un comedor, sin una cafetería acondicionada en el centro, a media mañana se crea un pequeño overbooking en la máquina de vending. Como cowboys hambrientos, los chavales empiezan a desenfundar el bocata de los envoltorios de papel de aluminio y otros huyen en desbandada hacia los pocos bares del entorno, que han visto estas últimas semanas cómo entre su parroquia habitual, los currelas de carajillo y bocata de panceta, se han colado estos artistas en ciernes. «Algunos han empezado a ofrecer menú universitario. Estamos gentrificando Betoño», bromea la directora.

Al adentrarse en la primera planta, donde Oihane Elorza pinta con esmero un mural ondulante sobre las paredes todavía inmaculadas, queda claro que el edificio de estilo neogótico, que diseñó Javier Aguirre en 1904, resulta más tortuoso que funcional. Para acceder a unas salas más grandes es necesario pasar por otras más pequeñas. Tiene algo de laberíntico este sitio. Pasa e la capilla, donde te sientes un poco como Adso de Melk. Pero al contrario que en 'El nombre de la rosa', este no es un scriptorium lóbrego. La luz entra a raudales en esta sala repleta de caballetes donde la inspiración, a la fuerza, tiene que llegar por vía divina. Por una puertita se accede al fantástico templo, de cruz latina, bóveda de crucería y un maravilloso rosetón. Sin púlpito, aquí la profesora explica técnicas de ilustración. Sin altar, los chicos toman apuntes. Sin órgano, el coro, está dispuesto para entonar cánticos de talento. Salmos de creatividad. Bendito sacrilegio el de Betoño.

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