¡Yo te bautizo en el nombre del demonio!
Para Antonio Machado, los recuerdos de infancia se remontaban a un patio de Sevilla y un huerto claro donde maduraba el limonero. Los míos se ... remontan a las monjas del Hogar San José de Ariznavarra. A las botellas de leche con chapa de aluminio. Al chino al que echábamos las perras gordas por una ranurita que tenía en el gorro cónico de paja para acabar con el hambre. O a las correrías por los confines de una ciudad que estaba siendo perimetrada entonces por la que más tarde llamaríamos 'circunvalación vieja'.
Hoy, cautivo y desarmado en mi domicilio, me pregunto cuáles serán los recuerdos de estos niños que viven estas semanas un confinamiento en sus casas sin comprender muy bien la causa que les lleva a abandonar a amigos y compañeros de clase para recluirse en su domicilio, sin acceso a la calle, a las zonas de juego ni a las plazas y jardines por las que corrían hace apenas unos días. Con la sola perspectiva que les permiten ventanas, balcones y terrazas convertidas en escenario de aplausos, caceroladas, escenificaciones y representaciones variopintas.
Los niños tampoco acaban de entender a ciencia cierta que sus padres, normalmente alejados de la vida escolar cotidiana, lejos de sus mañanas y de sus tardes de extraescolares, les dediquen ahora todo su tiempo como un regalo maravilloso e inesperado. Sin que apenas miren el reloj o el móvil como hacían normalmente dosificando a pedacitos el escaso tiempo libre.
Vivimos sobre el filo del Covid-19 sin reparar que una vez superado nada será igual
Hasta tal punto que muchos pequeños piensan en secreto sobre la bendición que aquel enemigo invisible, el corona virus, derrama sobre ellos permitiéndoles compartir la vida diaria con sus progenitores. Un padre accesible para hacer los deberes, una madre cercana para repartir caricias, besos y zapatillazos. Y qué bien recibidas las tres cosas.
Qué pensamientos contradictorios los de muchos niños rezando a escondidas para que aquel virus magnífico y todopoderoso les permita disfrutar de sus padres un poquito más; de noches de cuentos fantásticos y lecturas teatralizadas; de juegos de adivinanzas; de interminables partidas de cartas, juegos de mesa y trucos de magia; de carreras y trampas agotadoras para acabar rendidos al final de la jornada, padres e hijos; de poder dormir huyendo de las pesadillas y de la muerte que ronda calles, hospitales y residencias.
A buen seguro, nuestros niños no recordarán el miedo y la muerte rondando hospitales, por entre pasillos atestados de enfermos infectados necesitados de respiradores y de atención permanente. Recordarán, en cambio, aquel tiempo de felicidad en el que disfrutaron 'full time' de sus padres. Con absoluto egoísmo y sin complejo alguno. Sin tener que compartirlos con la cuadrilla, con un trabajo absorbente, con el fútbol del fin de semana, con la partida de la tarde de sábado, con los amigos en el bar y con tantos competidores que habitualmente secuestraban su compañía en la vida anterior al virus.
Mientras los más pequeños dormían, en la Euskadi Rue del Percebe 13 sólo un altercado digno de mención alteraba la atmósfera general de cooperación ciudadana el primer día de cierre de locales de hostelería. Un individuo era detenido en Santurtzi después de resistirse a aquellos cenizos de uniforme empeñados en echarle del local en que tan a gustito estaba. Se trataba de un puticlub donde el fulano, indignado por ser reducido y detenido, clamaba por el establecimiento de servicios mínimos para evacuar estrés y relajar la ansiedad provocada por el confinamiento.
En toda situación límite se registran, junto a un sinfín de actitudes heroicas, actitudes miserables que dibujan la dualidad que tan bien define al bípedo implume. Ejemplos de solidaridad, de piedad, de afecto o de altruismo se prodigan también a la velocidad del virus y se derraman por entre la gente desde los balcones entre aplausos y lágrimas de emoción.
De las actitudes miserables sólo citaré una por no arruinar el día. La palma se la lleva una tal Clara Ponsatí, de la que no daré más datos que el hecho de ser catalana y supremacista 'au même temp'. Viendo el incremento que se producía en la cifra de infectados en Madrid y la escasa afección por entonces en Cataluña, y entendiendo que el virus afectaba más a los otros que a los suyos, se permitió la licencia de ironizar con los muertos. 'De Madrid al cielo', tuiteó Ponsatí, no sé si pretendiendo afirmar, por contraposición, que de Barcelona se va al infierno. Porque hay quienes piensan, como ella, que las banderas sanan, y hacen chistes de la desgracia y de la muerte de los otros, frente al coraje y a la pretendida capacidad de supervivencia autonómica.
A esta miserable, que pediría perdón con la boca pequeña como el Rey emérito -lo siento mucho, me he equivocado, no se volverá a repetir- la pasearía por los pabellones de los hospitales para que viera, tocara y oliera la cruda realidad de la muerte en Madrid, y en Barcelona y en Vitoria. Para que supiera lo que es morir de verdad y no una teoría, una hipótesis o un juego de palabras macabro con el que ironizar en Twitter. Para que mamara el horror que destila ver morir a la gente, sintiendo la vida escapándose como arena entre los dedos de las manos de cuidadores impotentes.
No di con mejor maldición para persona tan miserable como la que echara al viento el capitán Ahab, desde la cubierta de Pequod, bautizando el arpón con que abatir a Moby Dick. '¡Ego non baptizo te in nomine patris, sed in nomine diaboli!. No te bautizo en el nombre del padre, ¡sino en el nombre del diablo!
Tiempos extraños estos para niños, adultos, viejos y algún/a que otro/a hijo/a de puta. Siempre pensé que la imagen del apocalipsis sería la de alguien con un machete en la cintura y un kalashnikov colgando del hombro, enfrentándose a un enemigo que pretendiera destruir el mundo o acabar con la libertad. Y resultó que, una vez derrumbados todos nuestros mitos, lavarse las manos y no dispararle a nadie constituiría el mayor acto de heroicidad.
En la historia, el acrónimo a. C. -antes de Cristo- cambiará su significado para referir la época previa al Coronavirus -antes del Covid-19-. Nosotros vivimos cada día de confinamiento sobre ese filo histórico, sin reparar en ello siquiera y sin saber que, una vez superado, ya nada será igual.
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