A la banda atada
En el patio del colegio, también en la Plaza España, jugábamos a la banda atada. Uno, elegido a 'pies', tenía que tocar a los demás, ... que corrían para evitarlo. Si le daba a uno, éste, se tenía que unir a él por la mano. Ahora, los dos intentaban seguir dando a los demás, sin soltarse. Poco a poco, la banda se iba alargando y haciéndose más difícil mantenerla unida. Como el que mandaba corría en cualquier dirección tratando de dar a los que quedaban, la cadena que iba pegada a él por las manos se rompía por los latigazos. En ese momento, el juego se detenía hasta que se volvía a encadenar la cadena. Y así hasta que quedaba uno. Éste ganaba y era el siguiente director de la banda.
Más en serio, trasladamos el concepto si no de banda sí de ser del 'cole' a peleas a castañazos con los de otro 'cole'. A veces incluso cambiando las castañas por alguna piedra también.
Años después supimos de la existencia de bandas de verdad. No voy a decir nombres pero, como todos los sabemos, basta con recordar que surgieron en los barrios nuevos, también viejos, de Vitoria. No eran muy agresivas, ni mucho menos delictivas, pero sí fueron un fastidio porque, una de sus especialidades era armar bronca en las fiestas de los barrios que no eran los suyos, buscándoles la boca a los de la banda del otro barrio o simplemente, buscándole la boca a alguien para empezar la camorra. Hubo fiestas que eran buenísimas que acabaron dejándose de organizar porque siempre acababan mal por su culpa.
Últimamente se vuelve a hablar de las bandas. En relación con casos de violencia, en general bastante gratuita, en el sentido de que las ganancias conseguidas por los pegadores no parecen guardar equilibrio con el daño infringido a la víctima. Se ha llegado a decir, por parte de alguna de ellas, que daba la impresión de que los agresores estuvieran como jugando.
Me he acordado de la banda atada y también de las bandas de barrio. En un caso, el juego era juego claramente, en el otro también había algo de juego. El juego de la marginalidad de ser de barrio, el juego de ir descubriendo la hombría a base de dar o recibir algún que otro golpe de los de la banda rival.
Hace años hice ademán de quitarle a un alumno la gorra en clase y respondió con violencia. Luego supe por qué
A mí no me sorprendería que hubiera bandas ahora mismo en Vitoria. Lo que no puedo afirmar es de qué tipo. Supongo que se seguirá jugando a la banda atada, rivalidad entre 'coles' seguro que sigue existiendo pero de lo que se está hablando es de si hay o no hay bandas dedicadas formalmente a la delincuencia. No digo tipo a la que ha sido recientemente desarticulada, en parte en Vitoria, donde va a ser juzgada por cierto, que esa es de libro, sino a bandas de jóvenes bien estructuradas, con nombre, símbolos, territorios, ceremonias de iniciación... que pudieran ser responsables de los últimos ataques y sucedidos. Las autoridades tienden a negarlo y sin embargo...
Hace años, por razones profesionales, me pasó que le dije a un alumno que no podía estar en clase con su gorra. Como no me hizo caso hice ademán de quitársela. Su reacción fue de las más violentas que he tenido que afrontar en todos mis años de docente. Afortunadamente, no insistí, sino que indagué. Me enteré de que las gorras son como la seña de identidad de una banda y, algo más, que el plástico de la visera se rompe una vez que el que quiere entrar ha superado una prueba, pegarle a alguien, por ejemplo. Lo que cuento forma parte de mis recuerdos ya muy lejanos pero de los que uno no puede desprenderse, sobre todo cuando el día a día se lo recuerda.
Difícil de saber
Si hay o no bandas ahora mismo en Vitoria es difícil de saber. Desde luego, no si esperamos que nos lo aclaren el alcalde, los responsables de la Seguridad Ciudadana... Los que lo pueden saber son los propios policías, pero estos tampoco lo van a decir por razones lógicas de jerarquía. De manera que seguimos sin saberlo. Lo que no quiere decir que, como somos personas que nos gusta estar informadas, que seguimos el día día de nuestra ciudad con el máximo interés, no podemos ir elaborando la sospecha de que alguien nos quiera poner la banda en los ojos para que no veamos la realidad de lo que pueda estar ocurriendo. Que alguien nos quiera colar el viejo truco de negar la realidad para que deje de serlo.
En cualquier caso, a nosotros, a los que pensábamos que teníamos una ciudad segura pero lo vamos dejando de hacer al enterarnos de que hay peleas organizadas los fines de semana en Portal del Rey o de que de vez en cuando le pegan a alguien para robarle un poco o por el solo gusto de pegarle. A los que tenemos que escuchar, de repente, que algo pasa con las patrullas de guardias municipales que deben velar por que estas cosas no ocurran, lo que más nos importa es que, como en la banda atada, los encargados se encarguen de tener bien atados a los que nos están inquietando.
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