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Durante años llevamos a los alumnos/as hasta Gaceo a que vieran las pinturas. Bueno, también íbamos a ver las iglesias de Salvatierra, el dolmen ... de la Hechicera... pero sobre todo íbamos a Gaceo. Porque nos gustaba mucho, especialmente a mí, que en esa iglesia de San Martín me casé. El rito, cuando íbamos, era pasar por la casa del bueno del señor Donato, que descansó hace tiempo, le saludábamos, ya nos conocía de sobra, y le pedíamos que nos dejara la llave para entrar a la iglesia. El señor Donato se medio reía, siempre se medio reía, y nos la negaba: «No van a saber abrir la puerta, ya voy yo». Y se metía a la casa a buscar la llave.
Tenía razón. La cerradura, de hierro, antiquísima, tenía truco. Primero había que meter un tramo la llave gigantesca, girar hacia un lado, luego meterla más y girar hacia el otro. El señor Donato mantuvo siempre su secreto, bueno, siempre no. Ya muy mayor llegó a dejármela después de enseñarme el truco.
En realidad, el señor Donato usaba la disculpa de la llave para formar parte del grupo y quedarse mientras dábamos las explicaciones. Yo solía interactuar con él: «Señor Donato, ¿esta imagen...?». Él se quejaba: «Que el que sabe es usted». Luego ya, de tú, pero, al final, algo decía. Le gustaba explicar especialmente la escena de la caldera de Pedro Botero. Ahí, ya, su medio sonrisa se abría más, cuando les decía a las chicas: «Hay que fijarse bien... a ver qué hay de especial en la caldera». Como no le respondían lo aclaraba: «¡Son todo mujeres!». Y se reía del todo.
Cuando terminábamos se ponía en la puerta para cerrarla pero también para decirnos: «¡Que hay que apagar la luz!». Nosotros le tranquilizábamos: «No se preocupe señor Donato, que ya la apagamos». Pero él insistía: «¡Que hay que apagar la luz!». Hasta que un día nos dimos cuenta de que no decía ¡que hay que apagar la luz! Decía ¡que hay que pagar la luz! Nunca nos afeó porque no pagáramos la luz, pero aprendimos la lección y desde entonces le dejábamos una propina, no para él, que nunca quiso nada, sino para los gastos de la iglesia, de la que él era el encargado sacristán.
Murió el señor Donato, como he dicho, y se acabaron aquellos buenos ratos con él. También el poder ir cualquier día a ver las pinturas. Ahora hay que pasar por la visita guiada y supongo yo que alguien se encargará de 'apagar' la luz de una manera más reglada. No lo sé, porque hace años que no voy, pero a lo mejor han puesto una de esas cajas-hucha con temporizador que dan las luces cuando se echa un euro. Las hemos visto todos en cantidad de iglesias. Es un sistema de lo más sencillo y eficaz.
Al hilo de que haya que pagar la luz. El otro día vinieron a Vitoria una sobrina que vive fuera y su pareja. Ella nació aquí y, al cabo de los años, quiso volver a ver cómo estaba y enseñársela a su chico. Dimos una vuelta juntos por el Casco Viejo, que estaba, como se dice, 'petao', y acabamos por la zona de El Portalón con la idea de hacernos una foto con un fondo bonito. Pensé en el conjunto de las Burullerías, con la torre de los Anda y la Catedral Vieja. Pero ocurría que las luces que iluminan la catedral por fuera estaban apagadas. No se veía ni la torre, ni nada. La foto quedó bien pero incompleta.
Hablamos de por qué estaría apagada... Si sería una avería o qué. A mí me vino el recuerdo del señor Donato y supuse, sin fundamento, seguro, que el Ayuntamiento había decidido apagar la iluminación para ahorrar porque hay que pagar la luz y, además, para dar ejemplo de que hay que procurar ahorrar consumo en tiempos de crisis energética.
Cuando nos despedimos tuve tiempo de ir pensando un par de cosas para el caso de que sea lo del ahorro lo causante. Una: si, como nos dicen la mayor parte de la factura de la luz no la genera el consumo sino la producción y el mantenimiento de la infraestructuras por parte de la empresa suministradora, más los impuestos que van al Estado, en realidad, con este tipo de medidas lo que se hace es perjudicar a la empresa y al Estado. Y a todos en consecuencia. Porque si la empresa gana más dinero, además de forrar el bolsillo de sus dirigentes, accionistas, lo que sea, tendrá que pagar más impuestos, lo que beneficia al Estado, es decir, a todos. Si empezamos con apagar las luces, la cosa se invierte. Ellos seguramente no van a ganar menos dinero, pero nosotros sí tendremos menos para nuestros gastos sociales. Mal asunto.
En realidad, lo que había que hacer es consumir más; los ayuntamientos y todos en general. O, en todo caso, si los ayuntamientos quieren ahorrar, que recurran a la hucha de temporizar. Nosotros gustosamente hubiéramos echado un euro, o dos si hiciera falta, para que se encendiera la luz de la catedral un minuto o más. Y, si otro lo mismo, pues lo mismo y así. Que tenía razón el señor Donato, ¡que hay que pagar la luz, no apagar!
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