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No se sabe qué fue de su madre pero la camada de erizos que entró a finales de julio en el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de Martioda encontró en estas instalaciones los cuidados que ella no les pudo ofrecer. Los ejemplares eran lactantes cuando aparecieron con apenas 50 gramos en una huerta y hoy, con un peso de 300 que aún debe aumentar, comen ya solos. Fruta en pedazos, entre otros platos. Estos auténticos supervivientes forman parte de la larga lista de pacientes que atiende actualmente este ‘hospital’ dependiente de la Diputación alavesa donde han ingresado 618 animales –hasta el pasado viernes– en lo que va de año, en torno a un 27% más que a estas alturas de 2016.
Las entradas en el centro «aumentan todos los años, sobre todo, porque la gente nos conoce más y hay una mayor colaboración ciudadana», reflexiona Laura Elorza, bióloga en Martioda desde hace una década y media, convencida del paso adelante dado en materia de «concienciación». La intervención del ser humano resulta fundamental para llegar a tiempo al rescate de algunos animales y, a la vez, la mayor amenaza para la fauna silvestre.
Esta misma semana, por ejemplo, ingresó un ave rapaz herida por disparo. También reciben ejemplares atropellados en la carretera, intoxicados, que han chocado contra el tendido eléctrico, víctimas de trampas... Sin embargo, en primavera y verano destacan las «causas naturales» y se multiplican los pollos que han caído de sus nidos. En invierno, en cambio, abundan los casos de debilidad al ser «más difícil encontrar alimento» en el entorno natural.
Con todos los animales, eso sí, los profesionales de Martioda intentan que «el contacto con ellos sea mínimo para que no se acostumbren a nosotros» y el regreso a la naturaleza resulte más sencillo. En torno a seis de cada diez atendidos –un ratio que se mantiene similar con el paso del tiempo– alcanzan esa recuperación que les permite volver a la libertad, como lo harán en los próximos días un milano o un zorro que accedió siendo un cachorro a este ‘hospital’. A los mamíferos les marcan con un microchip y a las aves se les coloca una anilla metálica en la pata «con un número grabado a modo de DNI», describe Elorza. La gran mayoría se sueltan en los meses estivales ya que su supervivencia arroja en invierno «un pronóstico menos esperanzador».
En el centro, donde hoy residen unos 70 animales, son mayoría las aves entre sus inquilinos. De hecho, el ‘top 10’ de ejemplares cuidados en estas instalaciones –abiertas en 1975, las más veteranas de la Península– está compuesto por alados como buitres leonados, cernícalos vulgares o busardos ratoneros. «Los mamíferos son algo más esquivos e incluso más difíciles de ver», aclara la bióloga. Los corzos y los tejones, y «casi siempre por atropello», aparecen en este caso entre las principales entradas en Martioda. Pero allí se da la bienvenida a cualquier tipo de fauna silvestre y, así, han recibido desde azores a murciélagos. Ahora cuentan con una tortuga mora, «que llegó de Marruecos metida en un equipaje de camping».
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