Que nadie se asuste ni salga corriendo a preguntarle al señor Wiqui. No hace falta. Ahora mismo les explico el palabro. O, mejor, resumo lo que quiere decir, sin necesidad de mentar a Jenofonte, ni a los griegos de Ciro, ni nada de nada. Anábasis significa regreso a casa, derrotado.
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El 8 de octubre de 2022, más de 2.500 vitorianos/as tuvieron su anábasis particular porque volvieron a casa derrotados. El Burgos había vencido por tres goles a cero al Alavés. Por el camino, por intentar superar su enorme amargura, se decían entre ellos 'es que nos han superado en todo'. Y no se referían al partido. Eso, al final, era lo de menos. Se referían a lo que habían visto. Una ciudad mucho más bonita, más limpia, mejor que la suya.
Como estoy seguro de que habrá quien me esté afeando lo que digo porque sabe que los de la anábasis eran 10.000 y los afligidos de Burgos no eran tantos, añado un poco más de explicación complementaria. Desde Burgos regresaron los que fueran, no los he contado. Ahora bien, mi impresión es la de que si sumamos los que se han visto en una situación semejante, la de volver teniendo que reconocer que las ciudades en las que habían estado les habían gustado más que la suya, se alcanzaría la cifra, como poco. Y estoy hablando de ciudades de nuestro entorno, sin necesidad de ir a buscarlas por allá lejos. Capitales de provincia, de muy parecido estilo al de nuestra capital de territorio histórico y de comunidad autónoma.
Hay que decir que, aunque no se quiera contar la historia de los derrotados con mucho detalle, sí es necesario acotar parte de lo sucedido. No a cómo fueron los goles del Burgos, sino a cómo fue la estancia de nuestro ejército de seguidores en Burgos. En concreto en qué zona de Burgos estuvieron y, por tanto, qué es lo que vieron que les pudo desolar tanto.
Ellos, como todo el que va a otra ciudad desde la suya, estuvieron en el centro. Lo que vieron es cómo estaba el centro y no les quedó otra que compararlo con cómo está el de Vitoria. Es posible que, de haber tenido tiempo, hubieran conocido los alrededores, las barriadas, y la cosa hubiera cambiado. Porque, a Vitoria, en eso, en cómo ha desarrollado sus magníficas alas urbanas y las ha dotado de servicios de todo tipo, especialmente de zonas ajardinadas y de expansión natural, no le gana ninguna otra. Incluso yo diría que aventaja a muchas. Pero los que van a otra ciudad, y me da lo mismo que sea por España que por donde sea, van siempre a los centros y se hacen una imagen de la ciudad en conjunto por cómo han encontrado el centro.
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Me han preguntado 'Ramón, ¿cómo ves Vitoria?'. Y mi respuesta ha tenido que ser doble, como no podía ser de otra manera tratándose de una ciudad que tiene todo doble: dos catedrales, dos nombres... ¡No!, en serio, respondo. Veo una Vitoria que está muy bien y otra que está muy mal. En el centro está fatal. Y no porque las lonjas no están ocupadas, que lo están la mayoría, sino porque hay cosas que no entiende nadie de los que vienen, o de nosotros, que pasan en el centro y que no hay manera de que nadie haga algo para evitarlas de una manera eficaz.
Vaya por delante que reconozco la dificultad de tener bien un centro que, en buena parte, es la antigua ciudad de la colina del Campilllo, con sus calles incómodas, sus viviendas incómodas, sus dificultades muy inherentes para tenerlo limpio... Ahora, ¿por qué no se me hizo caso cuando dije que lo mejor que se podía hacer con un Casco que no es antiguo sino viejo, porque sus casas eran malas y se quedaron viejas en seguida, era tirarlo? Mantener la estructura almendrada, ampliar algún cantón, dejar hacer casas nuevas con estilo antiguo, con garajes, ascensores... y tirarlo todo, en el sentido metafórico de reorganizarlo todo desde los cimientos. Pero no se hizo y el resultado es el que es. ¿Por qué se concentra en el Casco Viejo la mayor densidad de población desfavorecida?
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En el Ensanche, durante años, se prefirió tener edificios desocupados a que se pudieran tirar las fachadas y rehacerlas iguales. Se consintió, sin embargo, que se construyeran otros nuevos que no juzgaré pero que rompían la estética decimonónica del conjunto. No se defendió su valor paisajístico mientras se ponía todo tipo de pegas a los propietarios para reformar las viviendas. Podría seguir, pero me quiero centrar en tres o cuatro cosas muy concretas.
No hay otra ciudad de nuestro estilo que tenga todas las fachadas del centro pintarrajeadas. No sé cómo lo hacen, pero lo consiguen. Lo de Vitoria es un caso único para mal. En ninguna otra ciudad parecida, los usuarios de las calles peatonales se juegan la vida como en esta, ante bicis y patinetes auténticamente asesinos en potencia. Tampoco es fácil ver tanta basura acumulada junto a los buzones de recogida o en cualquier esquina. No conozco ninguna otra ciudad de las que conozco que tenga la calle principal a oscuras. Lo de Dato es un caso absolutamente atípico. De día no hay manera de ver la calle, sus fachadas con sus miradores que, por cierto, se inventaron aquí, su telón de fondo ferroviario, que está muy bien... Los magnolios lo impiden. Por la noche ya no es que no se vean las fachadas es que no se ve nada. Hay farolas, pocas, pero es igual la luz que dan que se la comen los magnolios. Me pregunto: '¿Por qué no se quitan de una vez? ¡Qué pasaría!'.
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Ya que me habéis preguntado, os he respondido. Hay dos Vitorias. Una, la nueva, que me gusta muchísimo y otra que me gustaría que me gustara más, porque es la mía. Yo soy de la 'Cuchi', de Portal del Rey, de Postas, de San Antonio, de Siervas de Jesús. Por eso sé de lo que hablo.
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