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Lilian había quedado en volver a verse con Miriam, su mejor amiga, a la vuelta de las vacaciones de Semana Santa. Ambas estudiaban para sacarse ... el título de secundaria en la EPA Paulo Freire de Vitoria donde compartían confidencias desde hace un año. Pero ya no habrá oportunidad para otro café. Miriam, de 35 años, fue asesinada el pasado 25 de abril por su pareja en el piso que compartía desde hacía tan sólo unos días con su hermana y sus sobrinos en Haro. «Era la persona más buena que he conocido», lloraba este viernes por la mañana Lilian en la plaza de España, tras una concentración de repulsa contra nuevo crimen machista en la que profesores y compañeros de clase de Miriam y representantes institucionales arroparon a Jacqueline. Su hermana lloraba desconsolada por el cruel final de la persona que había llegado hace apenas un año desde Brasil para ayudarle a ella con sus dos hijos pequeños.
Miriam quería romper su relación con su agresor, con el que llevaba diez años, ya que hacía tiempo que le hacía la vida imposible, según confirmó Lilian. Y él no lo soportó y decidió reforzar su tortura sobre ella y convertirse en un verdugo cruel. «Me duele mucho. Hace un mes me comentó que tenía problemas con su pareja y yo le dije que denunciase; que aquí en España si te maltratan, puedes denunciar. Tú eres joven, tienes mucha vida, Vete a casa de tu hermana y nos vemos cuando regresemos. Y me dijo, lo voy a intentar...», relataba con la voz entrecortada.
Su entorno aún no podía asimilar lo ocurrido. Según relató entre lágrimas la propia hermana, aprovechó un momento en el que ella y los niños se encontraban fuera de la casa que acababan de alquilar en Haro para acabar con la vida de Miriam. Fue premeditado, confirmó la Guardia Civil de la localidad riojana. La joven teletrabajaba para una empresa de su país cuando su pareja la asaltó por sorpresa y le dio una cuchillada mortal en el cuello por la espalda. Jacqueline entró en la casa cuando el agresor aún estaba dentro y tras descubrir a su hermana muerta salió rápidamente de la casa con los niños a pedir ayuda. «He salvado a mis hijos, pero ella... ¿por qué? ¿por qué destruir una vida así?». La hermana logró cruzarse un instante con el individuo en el que vio una mirada que le hizo pensar en que no iba a parar.
Tras un bache personal, Jacquelin intentaba rehacer su vida junto a sus dos hijos pequeños en Vitoria y por eso pidió ayuda a Miriam, que se vino desde Brasil junto a su agresor. Todos estaban empadronados en Vitoria, pero Jacquelin acababa de conseguir que les alquilaran un piso en Haro al que se trasladó la familia entera antes de Semana Santa, sin romper sus vínculos con la capital alavesa. Miriam ya no aguantaba y él, apuntó la hermana, la amenazaba con quitarse la vida. «Estaba manipulándole diciendo que iba a cambiar y que prefería quitarse la vida que vivir sin ella», lamentó.
El asesino confesó el crimen por teléfono a la Guardia Civil, cuando se vio rodeado en el aparcamiento adonde había huido tras saltar de balcón en balcón desde el edificio donde cometió el crimen. Ha ingresado en prisión y la familia trata ahora de lograr recursos económicos para poder enterrar a Miriam en su Sao Paulo natal, donde vive el resto de la familia.
El Ayuntamiento de Vitoria ha puesto a disposición de los allegados cuanto apoyo psicológico, jurídico, sanitario, de protección y de acogida requieran. Este viernes, los concejales, con la alcaldesa Maider Etxebarria a la cabeza, respaldaron a Jacqueline en una concentración de repulsa a la que acudieron parlamentarios, junteros, la subdelegada del Gobierno central en Álava y miembros de las diferentes fuerzas policiales. Miren Elgarresta, presidenta de Emakunde, acompañó a Jacqueline, a la que trasladó todo su apoyo.
«Son muchas las mujeres que se encuentran la violencia más cruel en los espacios más íntimos, los que consideramos más seguros, como son sus hogares», indicó Elgarresta. «Es el machismo el que llega a convertir a algunos hombres en verdugos, el que les lleva a creer que la vida de las mujeres les pertenece», señaló mientras los profesores y alumnos de Paulo Freire plegaban la pancarta en la que se leía «Nos queremos vivas».
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