Algo más que río
Nuestras vidas son los ríos...». Siempre me gustó y me emocionó la metáfora de Jorge Manrique aunque pronto le añadí por mi cuenta una duda. ¿ ... Cada uno elige el río? Y no era una duda metafísica que tuviera que ver con el 'fatum', el destino, la voluntad de Dios, era más bien reflexionar si, cuando a uno le gusta un río, es porque él lo ha decidido o ha sido el río el que lo ha hecho por él.
Esto me pasa con el río Zaya. Evidentemente, yo he sido el que ha ido hasta él pero lo que me ocurrido con él, al haber ido, ya no sé si ha sido todo cosa mía.
Desde luego, el comienzo lo puedo dejar en tablas. No tengo la menor idea de por qué comenzamos a ir con las bicicletas a las Campas del Zaya, allá por los 15 o 16 años. Entonces no sabíamos nada de nada, ni siquiera prácticamente que había un río. Íbamos a jugar al fútbol y ya está. Bueno, y que el sitio tenía algún encanto especial, eso también, pero, ya digo, sin el río, ni el bosque, ni nada.
El segundo capítulo de lo que cuento está unido a la figura de Alfredo Donnay, cuando quise saber dónde estaba el molino de Legardagutxi y cómo eran las orillas del Zadorra que cantó tan amorosamente. Buscándolas, llegué de nuevo a las campas pero, esta vez, para intentar llegar a la orilla. Al hacerlo me tropecé con el río Zaya y me imaginé qué bonito lugar sería aquel en el que confluirían el Zaya y el Zadorra. Nunca hasta hoy he conseguido ver ese lugar, el último intento fue el otro día. Ya les contaré si lo logro más adelante.
Paralelamente, me interesé de manera más técnica por el río. Estaba buscando restos de posibles caminos romanos por la Llanada y reparé en que el puente de piedra que salva el Zaya, justo antes de las campas, servía a un camino que venía, más o menos, de la parte de Iruña. Como todavía no se había publicado el fenomenal 'Puentes de Álava', de Azkarate y Palacios, pude elucubrar con ello. Y, lo que son las cosas, haciendo más de lo mismo, llegué a Foronda, lo admiré como siempre, y más cuando algo aguas arriba encontré uno de los lugares más hermosos que todavía conozco. Lo forman el río, el puente de piedra sobre éste, una pequeña ermita, de San Cristóbal, lo que tiene su fondo, un cementerio que se le adosa, una praderita de película y un gran tapial de una casona, lo más parecido a una 'mansio' romana que conozco. Bueno no, hay otra en Jócano. Tan atractivo es el sitio que el mismo Zaya parece querer pasar por él lo más despacio posible, contribuyendo con ello a que su belleza mejore aún.
El paso siguiente fue más raro. Por todo. Porque tardé en saber que, lo ocurrido, tenía que ver con el Zaya y porque lo que pasó fue muy extraño y sorprendente. Resulta que un aficionado a las cuevas y a la antigüedad descubrió en una, junto al río Zubialde, un conjunto de pinturas parietales, en apariencia, de enorme antigüedad y valor. Luego resultó que algo fallaba y la cosa quedó en fraude. Pero el arroyo Zubialde se hizo muy famoso. Lo que le llevó a él a quejarse ante mí a un vecino de Apodaca que sostenía, supongo que con verdad, que el río del que se hablaba era en realidad el Río de Apodaca. Y, a mí, a descubrir que se estaba hablando del mismo río, el que aguas abajo es conocido como río Zaya.
Con todo este bagaje fluvial en mi morral, estos últimos días le ha tocado al Zaya ser el objeto de mis paseos. Unos paseos con los que intento conocer el máximo sobre los ríos que tienen que ver con Vitoria. A partir de su cauce principal, el Zadorra que, aunque nunca pasó por Vitoria, hoy sí lo hace. He realizado un trabajo previo teórico, revisando planos, buscando información y buscando los cursos desde el aire, gracias al Google Earth y ahora mismo los voy buscando e intentando seguir por sus orillas. Estoy a punto de completar el Alegría, me faltan justo las fuentes.
Patrimonio natural
Pero mientras busco la ocasión he comenzado también a seguir el Zaya. Comenzando por esa desembocadura que aún no he visto. Pero sí he aprendido que lo que llamábamos de chavales 'Campas del Zaya' tienen un nombre muy curioso, 'Parecicua', y que por allí hubo un pueblo muy antiguo de nombre San Mamés.
He vuelto al puente del que he hablado pero sobre todo, he vuelto a otro, grande, alto, de buena piedra. Dotado de un potente tajamar o corta aguas, capaz de resistir lo que le venga, que a veces es mucho. Completa el cuadro un roble solitario, a juego con el puente en antigüedad y belleza. Seguí la orilla del río, envuelto a cada paso de la atmósfera positiva que emanaba de sus flores naturales, variadas y policoloristas, y envuelto en la quietud del agua turbia por la tormenta, que no sucia, que sentía deslizarse tras tan hermosa barrera vegetal de árboles de todo tipo y flores de más. Tan a lo mío iba, mejor a lo del río que por poco si no llego hasta Foronda.
La experiencia me regaló el titular, el Zaya y sus orillas son algo más que un río, son un espacio mágico, un patrimonio visual y natural único. Hay que tener mucho cuidado con él. Hay que mimarlo, porque cada vez nos quedan menos. Yo ya sé que al compartirlo me estoy privando quizás de futuros paseos tan reservados como el que hice. Pero si a cambio el Zaya se mantiene intocable, conservando en sus curvas y recónditos todo lo que he contado, me aguantaré.
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