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Sergio Carracedo
Lunes, 22 de abril 2019, 02:19
La Chabola de la Hechicera, Aizkomendi o Sorginetxe son los sugerentes nombres que identifican a tres de los dólmenes más conocidos de Álava, pero hay ... muchos más. Hasta hace poco, había 86 registrados en el territorio. Pero ya no. Un estudio del geólogo y profesor del departamento de Geodinámica de la UPV, Luis Miguel Martínez Torres, analiza una a una las construcciones más antiguas levantadas por el hombre en esta provincia. Y la cuenta no sale. «De los 86 catalogados, 26 han sido destruidos, se han perdido, pertenecen a un territorio vecino o no son localizables», asegura este geólogo experto en megalitos. Con ello, la cifra se rebaja a 60, aunque «7 de ellos sólo pueden considerarse túmulos, ni siquiera megalitos, por lo que el total de dólmenes en Álava, a fecha de hoy, son 53», certifica.
El estudio, plasmado en un libro publicado recientemente, lleva por título 'Dólmenes de Álava: materiales y sistemas de construcción neolíticos'. Es el número 16 de la serie 'Memorias de los Yacimientos Alaveses' editada por la Diputación foral. Se trata del segundo de esta colección elaborado por Luis Miguel Martínez, después de lanzar 'Aspectos geóticos de los menhires alaveses', que ya va por su segunda edición tras una gran acogida. Ambos se centran en el megalitismo que «ocupa el 50% de la historia de la construcción». «Estudiamos las pirámides, los templos clásicos, el románico o el gótico, con muchas etapas y estilos, pero abarcan un periodo de tiempo menor», defiende. La vigésimo quinta obra de este autor examina «las primeras estructuras arquitectónicas, que delimitan un volumen, y que se conservan gracias a que se erigieron con piedra y no con otros elementos perecederos». En ella describe y analiza estos monumentos desde una nueva perspectiva centrada en los materiales utilizados y en los sistemas de construcción.
Para ello, ha sido esencial conocer a fondo cada una de las canteras antiguas de Álava, así como el origen de las piedras de las 487 iglesias alavesas anteriores a 1900, materia abordada en su libro 'La tierra de los pilares' (2005). Ello ha permitido al autor determinar la procedencia de cada uno de los ortostatos que componen los 53 dólmenes alaveses.
Para construirlos hace 7.000 años -los más antiguos- o hace 3.500 los más recientes, los hombres del neolítico extrajeron los bloques pétreos y los transportaron largas distancias. «Entre 4 y 7 kilómetros», determina este experto. Aunque en el caso del megalito de Pariburu, recientemente estudiado, la «carencia de grandes piedras de construcción en el centro de la Llanada», obligó a transportar «los bloques, de unos 1.400 kilos de peso, desde puntos como Olárizu, Apodaka o Zaldiaran, a 12 kilómetros, y dos de ellos desde las canteras de Ajarte (Treviño), a 14 kilómetros de distancia», aclara el geólogo.
«Lo más habitual es encontrarse con piedras de 1.500 a 2.000 kilos». Sin embargo, algunas de las utilizadas en Álava pesan diez veces más, «entre 12 y 14 toneladas, como es el caso de Aizkomendi, en Eguilaz». Para el transporte de estas pesadas piezas desde los puntos de extracción Martínez Torres sugiere que las pudieron trasladar «con la ayuda de ganado» y recuerda que en el neolítico los humanos ya eran agricultores-ganaderos y que un par de bueyes, en la actualidad, son capaces de arrastrar pesos de 4.500 kilos.
El transporte «Algunas piedras se extrajeron a 14 kilómetros del lugar donde se erigió el megalito»
El peso «Lo habitual son bloques de 1.500 a 2.000 kilos. Sin embargo, algunos pesan entre 12 y 14 toneladas»
El conocimiento de la procedencia y la manufactura de los materiales utilizados en los dólmenes ha permitido al autor definir cómo se erigieron e incluso el orden de colocación de cada pieza. Así, determina que «tras preparar el sustrato se transportaba y erigía la losa generatriz», la primera que se colocaba y que al final quedaba al fondo del panteón. «Sobre ella se transmitirían casi todas las fuerzas de la cámara, a modo de clave, porque en ella se apoyaban las dos siguientes losas. Primero se levantaba una y luego, enfrentada, su simétrica, descansando sobre las anteriores. Así, hasta formar la cámara», similar a un castillo de naipes, con las piedras apoyadas unas en otras e inclinadas hacia el interior. La única abertura del habitáculo se comunicaba con el exterior a través de un estrecho corredor.
Seguidamente, se cubría todo y se aprovechaba la pendiente generada para colocar la losa superior. Una vez cerrada la cámara se vaciaba el interior, si había sido rellenado, y el material extraído se reutilizaba para formar el túmulo que cubría toda la construcción. Por ello, el aspecto actual de los dólmenes no es el que tenía en el momento en que fueron realizados.
Anteriores a las pirámides de Egipto o a Stonehenge, algunos megalitos alaveses han sufrido la severidad de las fuerzas de la naturaleza a lo largo de los milenios. El libro de Martínez-Torres, que contiene un gráfico de cómo se construyó La Chabola de la Hechicera, «describe por primera vez el sistema de construcción de dólmenes ibéricos en la Rioja Alavesa», asegura el autor, aunque fue en el XXX Congreso Geológico Internacional, celebrado en Pekín en 1996, cuando el autor presentó por primera vez cómo se erigieron los dólmenes con muro de losas imbricadas o levemente superpuestas. Por su geometría, «se comportan como un sismógrafo», asegura. Ello le ha permitido deducir que «un terremoto hace 4.700 años, en la conocida falla de Pamplona, causó el derrumbe de algunos de los dólmenes de Rioja Alavesa. El ortostato oriental de tres de ellos -el de San Martín, Los Llanos y Salcedo-, se cayó, lo que alteró la construcción original».
El libro contiene una ficha de cada uno de los 53 panteones en los que el autor analiza aspectos históricos, geológicos y constructivos. Además, detalla la procedencia de los bloques pétreos utilizados en cada uno y lo completa con planos del lugar donde se levantan, la ubicación exacta y fotografías de todos ellos, lo que constituye un exhaustivo estudio que destaca el carácter monumental de estas construcciones. Ello lo convierte en una herramienta útil para la divulgación del patrimonio arqueológico de Álava.
Agrupados por estaciones megalíticas, apunta el experto, la mayor concentración de estos sepulcros monumentales se encuentra en la sierra de Entzia y montes de Iturrieta, con 21, y con la presencia, además, de numerosos menhires y túmulos. Por el contrario, la zona de Aramaio y Gorbea sólo cuenta con 2. «Los ayuntamientos más dolménicos son Kuartango, con ocho, y Laguardia, con cinco». A pesar de la merma en el número de dólmenes atribuidos a la provincia en décadas pasadas, este investigador no descarta que «haya más».
El dolmen de Arrobigaña, cerca de Eguino, no está en Álava sino en Gipuzkoa; Elgueamendi y Elguea son dos túmulos guipuzcoanos, mientras que algún otro megalito estaba registrado con varios nombres, por lo que la cifra no era real. Estas son tres de las razones de la disminución del número de dólmenes catalogados en Álava, de 86 a 53. Pero no son las únicas.
El de Ambotoste, en Aramaio, es una «acumulación reciente»; el de Berokia, en Galarreta, es un «depósito natural», lo mismo que el de Larrazabal III, en la sierra de Entzia. En la sierra de Gibijo resultaron ilocalizables dos dólmenes bajo el nombre de Las Esperas, por lo que estima posible que se trate del Lejazar meridional. Tampoco hay evidencias del catalogado como Lejazar septentrional, del de Zulanzo, el de Raso Lezana, Larrazabal N, Kapitarte II, Arrigorrista II y El Robledal.
Siete de ellos sólo pueden considerarse túmulos, algunos han sido imposibles de localizar y lo más lamentable es que cuatro han sido destruidos por la mano del hombre y el paso del tiempo. Es el caso de Arrodantza en la sierra de Entzia, Askorrigaña en la sierra de Badaia, Los Andrinales en Ribabellosa, y Kapelamendi en Durana.
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