Emilio Pradanas y Maite Módenes abrazan al pequeño Alain, en compañía de Manuel de Paz y Antonio Morais. jesús andrade
Adiós a las mascarillas en Álava

«Pido la compra a casa por no ir al 'súper', así que como para quitarme la mascarilla»

Los mayores reciben con reticencia la retirada del protector en interiores y piden prudencia y mucho «respeto» para ellos al ser más vulnerables al virus

Viernes, 22 de abril 2022, 01:14

En los últimos dos años aquello de la calle era eso que Sara Vergara veía a través de la ventanilla del coche en sus múltiples ... idas y venidas del médico. Durante ese tiempo, el de esta pandemia, nunca le ha tentado la idea de hacer ningún plan más allá de las cuatro paredes de su hogar. Ayer, por primera vez, su rutina se rompía y, tan presumida, salía a arreglarse las uñas en un salón de belleza de Dendaraba. «Después, si me apetece, iré a tomar ahora un café y, si no, volveré a casa. Para mí no es ningún problema», zanjaba convencida mientras señalaba a su manicurista la uña rota de su índice derecho.

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Estos casos son los más excepcionales, pero no pocos mayores han visto su vida social reducida a la mínima expresión. «Llevo desde el 7 de marzo de 2020 sin ir a ningún bar», decía otra mujer que prefería no dar su nombre. Algunos les importa poco reconocerlo y otros no quieren que les tachen de paranoicos pero, si en algo coinciden la mayoría, es en pedir prudencia, cautela y, sobre todo, mucho, mucho «respeto».

A Emilio Pradanas todavía la covid le produce algún que otro desvelo y sobre todo malos recuerdos, los de los 13 de días postrado en una cama de hospital batallando contra la asfixia. Él y su mujer, Maite Módenes, tuvieron la mala fortuna de ingresar cuando estaban ya vacunados. Ambos confesaban que, hoy todavía, siguen teniendo «miedo». Y por eso, tampoco acogían con mucha alegría la retirada del tapabocas por ejemplo en la hostelería. «El otro día fui a un restaurante y los camareros no llevaban mascarilla», se quejaba.

«Yo no me la quitaré hasta que permitan prescindir de ella de todos sitios»

Sea como sea, los más mayores quieren garantías de seguridad. Y cuando no las tienen, ellos mismos se las ponen. «Estoy pidiendo la compra a casa para evitar ir al súper, así que como para quitarme la mascarilla», confesaba María Jesús Gutiérrez, que decía sentirse incómoda llenando el carro y guardando cola en la caja si el resto de clientes caminan a cara descubierta.

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La rutina en la era covid, sin duda, ha cambiado muchas costumbres. «Yo seguiré igual, me quitaré la mascarilla fuera y me la pondré dentro», decía Miguel Ángel Rodrigo que, eso sí, reconocía que el txikito se lo tomará en la terraza. «He quedado con un amigo y, como no hace tanto frío, nos sentaremos en la plaza de España, en los soportales, a cubierto por si llueve».

Misma técnica emula Pilar Iglesias que ve la decisión del adiós al cubrebocas «prematura» y que teme que vendrá acompañada de un nuevo repunte postvacacional. «Yo voy a esperar hasta después del 1 de mayo», prefería. «Pero tampoco estoy obsesionada. De hecho, ya me empieza agobiar un poco estar tanto tiempo con ella puesta», se sinceraba esta abuela que se acordaba mucho de su nieta. «Delante de ella procuro llevarla para incentivarla a que tenga cuidado. De hecho, suele recordarle a su madre que se la ponga en los ascensores», cuenta entre risas.

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«Llevo dos años sin salir de mi casa. Solo para ir y volver del médico»

Mascarilla con los nietos

De recoger a los nietos venía Imelda Rodríguez. Recién se acaba de quitar la mascarilla. «En la puerta del cole se juntan muchos padres». Pero si a algo ya no quiere renunciar es a compartir con sus peques como siempre. Ganas de achucharlos tenía también Resurrección Maroto. Cumplía 95 años el pasado domingo y ayer se daba unos retoques en la peluquería del Bizan de San Martín, siempre con la máscara puesta. «Todavía me da un poquitín de reparo», se excusaba. «Yo lo haré cuando digan ya de quitarla en todos sitios»

También los había más deseosos de dejar de sentir el aliento en la cara, como Manuel de Paz. No porque se sienta más inmune frente al 'bicho', sino porque la dichosa mascarilla le ha supuesto mucho «engorro» e incluso un disgusto. «Llevo sonotone y gafas y, ya no es solo que se me empañen los cristales. Hace poco me quité la mascarilla, se me cayó el aparato y lo perdí. La broma me costó 2.000 euros», contaba todavía afectado.

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«Estuve ingresada y no se me ha quitado el miedo del cuerpo»

Caso aparte son aquellas personas que ya cuentan muchas canas y que han pasado el coronavirus sin apenas percibirlo. «Hace un mes lo pasé y solo he tenido unas décimas», contaba aliviada Mariví Ibáñez que se mostraba comprensiva con los que esperaban ansiosos despedirse de la última gran restricción de la pandemia. «Ahora en Semana Santa había muchas veces que andaba por la calle y decía: '¡Pero si voy sola! ¿Cómo me voy a contagiar?'».

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