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Abiertos en Carnal
Se dejaron la vergüenza ajena en casa. Casi 7.000 vitorianos de 26 comparsas se vuelcan en el desfile más colorido del año, con las calles atiborradas de disfrazados
Hay quien se disfraza a diario de rectitud para imponer respeto a sus subordinados. Hay quien se (im)pone esa corbata asfixiante para aparentar ... ganas de comerse el mundo en la oficina. Hay quien se maquilla con polvos de positivismo y el 'rouge' de los labios bien subido para disimular la amargura y la aflicción. Y luego están los que, vaya cosas, sólo se sienten ellos mismos cuando la imagen que les devuelve el espejo es la de un tipo con pelucón verde fosforito, una nariz de gomaespuma y unos zapatones. Así, vestidos siguiendo la etiqueta del más puro hedonismo y la más incorrecta transgresión, están la mar de cómodos en su piel. Son ellos. Abiertos en Carnal.
Sin miedo al ridículo y dejando la vergüenza (la propia y también la ajena) bien encerrada en casa bajo las cien llaves del disfrute, miles de vitorianos se echaron este sábado a las calles en una de las jornadas de Carnaval más multitudinarias que se recuerdan en los últimos años. El buen tiempo hizo que ya de buena mañana una pacífica invasión de trogloditas con WhatsApp, de superhéroes con abdominales de gomaespuma, de curas herejes y de animales de dos patas entre bestias maquilladas, enmascaradas y empelucadas de todo pelaje y condición tomaran las calles.
Al sol mañanero, en la flamante plaza Santa Bárbara rugía un tigre con los dientes todavía de leche y el hocico pintado de betún. Un Hulk tirillas se columpiaba mecido por un señor barbado y algo barrigón, travestido de Elsa de Frozen con su coleta rubia, su maquillaje con purpurina y todo: ver a tu aita de tal guisa tiene que dejar secuelas leves a la fuerza. «Ha sido cosa de mi mujer», se excusaba el susodicho, que los días de labor responde al nombre de Fran Ezquerro. De profesión, tornero fresador.
Al lado protestaba a ladrido limpio el pobre Bost, un bulldog francés, ya cómico de por sí, al que le disfrazaron de Minion. Fue una ocurrencia de la pequeña Nahia, que transmutó en una «superhéroa» musculosa y empoderada que se negó en redondo disfrazarse de princesa como el resto de sus amigas de la 'ikas'. «Lleva días diciendo que quería ser Superman y le hemos tenido que comprar un disfraz de niño», explicaba su ama, vestida de caperucita, mientras su lobo (poco) feroz compraba un manojo de puerros en el mercadillo «para poner una purrusalda». La fantasía y la prosaica y cotidiana realidad nunca estuvieron tan cerca.
En el poteo Zape (sin Zipi), Mr. Increíble y Batman compartían marianitos bien cargados de surrealismo mientras los Pintores de Vitoria desfilaban por la Dato y al pobre Caminante le ponían un shakesperiano disfraz tirando a poco favorecedor. Ya a la hora del café, de sobremesa, en una terraza de la plaza de Los Fueros un rebaño de vacas con buena leche mugían y pastaban en un frondoso y campo de chupitos de verde y etílico orujo de hierbas. «Hemos reciclado el disfraz de mi despedida de soltero», reconocía Arkaitz Romo. Ellos el cencerro lo llevaban ya de serie.
Éxito sin caretas
Minutos antes de las 18.00 horas, en Portal de Villarreal, ni el maquillaje más espeso, ni las caretas más irreconocibles conseguían disimular las ganas de fiesta de los 6.989 participantes en el gran desfile de Carnaval (que se repetirá hoy a las 12.00 horas), en el que 26 comparsas derramaron su fantasía por las calles. No se consiguió batir el récord del año pasado, cuando 7.039 disfrazados acudieron a la llamada de Don Carnal, una cifra que confirma el tirón de esta cita.
«Yo no recuerdo un año con tanta gente viéndolo y, sobre todo, en el que haya hecho tan buen tiempo, sin chubasqueros que siempre deslucen los disfraces», evidenciaba la pizpireta Josefina Arnal, que se sumergió en el mar de la fiesta con un elegante antifaz veneciano. Entre un político corrupto con su pelo engominado y su maletín por el que asomaban billetes del Monopoly y un Mr. Potato de fieltro, la buena de Josefina se hizo un hueco (no fue fácil) para ver el desfile a la altura del Artium. Los primeros en salir, con algo de retraso, fueron los de la Asociación Dominicana Adiva, que contagiaron su cálida sabrosura. Les siguió esa fantasía musical de ébano y marfil de Urkide, no muy lejos de los vecinos de Abetxuko, que se marcaron un agitanado elogio zíngaro.
Una a una, las comparsas lucieron el trabajo de meses con esas carrozas -algunas, como la de Coras, verdaderas virguerías-, las horas de ensayo de sus coreografías -qué pensaría Don Miguel al ver bailar a Quijote, Sancho y Dulcinea al ritmo de la última de Tamara (la mala)- y, sobre todo, esos trajes, esos disfraces cosidos a puntadas de fantasía y que dejan mostrar a quien los lleva su verdadero yo. Abierto en Canal.
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