Juli celebra un gol con poniéndose la nariz de payaso

Toca mudanza

Juli, un amigo que durante dos temporadas lo ha dado todo en el Deportivo Alavés, está de traslado. Cosas de la trashumancia futbolera

los madrugadores

Lunes, 4 de julio 2016, 03:19

Juli, un amigo que durante dos temporadas lo ha dado todo en el Deportivo Alavés, está de traslado. Cosas de la trashumancia futbolera.

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Por eso, hoy el tema va de mudanzas.

Mover esto y menear aquello. Poner a prueba la elasticidad del músculo y la resistencia del lumbago. Precisar al milímetro la traslación del mobiliario para salvaguardar la integridad de los marcos de las puertas. Buscar el ángulo, hacer un escorzo, hallar el grado de inclinación para que el armario ropero traspase las fronteras del dormitorio mientras te preguntas, ¿cómo pudo entrar aquí este armatoste sin fórceps?

Si toca mudanza toca zafarrancho, y, sin menoscabo de las empresas especializadas en la materia, para ésta echaremos mano de los amigos; la brigada fraternal dispuesta al vaciado del hogar. Plásticos con pompas de aire para proteger la porcelana, hojas de periódico que envuelvan lo menudo y cinta de embalaje que sella las cajas de cartón en las que transportar cachivaches y cacharros que siempre fueron una inutilidad y que reposan apilados en un taquillón.

Puede ser que descubras que tu amigo no es minimalista. Su gusto por lo barroco se traduce en un piso con menaje plomizo, de los que atormentan al sostenerlos en vilo. Conocerás entre sudores lo que es un chifonier, un bargueño y un escabel victoriano; o sea, un taburete, pero en fino. ¿Qué te mueva el boudoir? ¡Ah, el tocador!

Al manipular los enseres brotan céntimos de los intersticios del sofá, de los cajones surgen artilugios inverosímiles y rebosan todo tipo de documentos clasificados al tuntún en carpetas que amenazan la estabilidad de las baldas. Por cierto, ¿cuántos libros de los que engalanan tu biblioteca has leído? Llegas a preguntarte cuánto darían en el Cash Converters por toda esa morralla; pero te lo acabas quedando todo, incluidos los tratados de leyes, por si algún día quieres terminar la carrera de abogado.

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Nada mejor para certificar que un amigo es un tesoro: acrecentar la dificultad de la evacuación de los bártulos cuando ésta ha de hacerse bajando por la escalera ¡viviendo en un quinto!

En circunstancias como ésta, encuentras puntos de apoyo inverosímiles para los trastos que portas mientras desciendes los peldaños. Los riñones son excelentes para llevar incrustada la pata de la cama hasta el portal. Menos mal que algún vecino se interpondrá en el trayecto y habrás de desandar parte del mismo, reposar y reacondicionar la posición del objeto. Ahora es el cabecero el que te aguijonea el bazo.

A veces hay ascensor. Solo uno. Amontonas, comprimes y estrujas todo para conseguir el máximo rendimiento del montacargas en cada trayecto. Lo retienes obstruyendo el sensor de cierre con el cuadro de las cuatro torres de Vitoria o el enorme perro de porcelana que reposaba en el recibidor. Comienza la sinfonía de golpes reclamando el derecho usufructuario vecinal del elevador. Con más de media carga, aguantas el tirón y soportas otra andanada de porrazos, esta vez sazonados con algún exabrupto. Te enrocas y completas el habitáculo. Estás de mudanza.

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Golpes, roces y chirridos del trajín de un traslado. Una sinfonía estridente. La sicofonía que provoca la migración de los del quinto y que percibe el resto de la comunidad anhelando su finiquito. ¡Y cómo suena una habitación vacía! La reverberación que ya no amortigua el mobiliario. Las paredes con esa mácula del espacio que antes ocupaban los retratos y la oquedad de las escarpias de los que colgaban. Se hace raro.

Desalojada la morada, un refrigerio antes de colonizar el nuevo domicilio. La cervecita no saldrá de la nevera, que encaja ya su estructura en la furgoneta, entre un zapatero y la alacena, sin nada en su interior. Así que, al bar de al lado y que pague aquel que no tenga la cartera en el otro pantalón, el que se ha enfundado para estar más fluido en el ejercicio de la mudanza.

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Después de la cooperación mostrada, no deslustres el compadreo por el valor de un tentempié.

Y no te escaquees, sobre todo si los demás te han asistido antes en ese arduo trance. ¡Mira que hacer la mudanza el día en que me caso! Ni siquiera tienes novia. No te gusta el cine, lees poco y no practicas ningún deporte. Además, a pesar de ello, preservas flexibilidad y la robustez idónea para la carga y descarga. Sé que toca las narices, pero hoy, toca mudanza.

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