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¿Qué hay de lo mío?

Déjate de pactos de gobernabilidad, lo importante es lo importante: ¿Caerá un cascote en tu zona de confort con el nuevo gobierno? ¿Pillarás cacho? ¿A quién toca arrimarse?

los madrugadores

Lunes, 27 de junio 2016, 03:11

Ahora que ya hay escrutinio, viene lo de arrimarse. Déjate de pactos de gobernabilidad en las altas esferas de los que dirigirán los destinos del país y cosas de esas. Lo que a ti te interesa es qué va a pasar con lo tuyo . Cómo quedas tú en caso de que haya meneo en la cumbre. Si los resultados de la onda expansiva procedente de la cima van a zarandear tus intereses. ¿Caerá un cascote en tu zona de confort? En definitiva, si vas a pillar cacho.

Cuando toca defender la posesión hay que ser capaz de desplegar simpatía, aguzar la capacidad de reír chistes sin gracia, exprimir el don de gentes. Existen diferentes grados de concomitancia, de roce con el prójimo. Tenemos el esporádico «¡No me jodas, Andoni, que siempre os he apoyado!», que aflora regularmente coincidiendo con periodos electorales y cuyo grado de parentesco se circunscribe al amigo de la infancia, la vecindad puerta con puerta, la coincidencia en la partida del bar o la proximidad del asiento que ocupan vuestros culos en el Buesa Arena o en Mendizorroza.

Por otro lado, está el grado de consanguineidad. Aunque no es garantía, la fraternidad predispone a proceder al picoteo común de mejor grado, a desgajar lo gordo para que cada uno se lleve lo suyo al nido con buen talante. Alcanzar cotas de poder tiene incluso cierta relación con las notas necrológicas. En ambos casos brota una interminable retahíla de hermanos políticos, primos segundos, tíos putativos, sobrinos nietos y demás familia que ruegan una oración por la eterna permanencia de tu estatus, siempre que puedan tocar pelo. Hay que estar con los seres queridos en momentos trascendentales.

En otra escala está la figura del cuñao, ese que orbita en torno a los asuntos de la familia y que reclama su porción a pesar de su cuestionable capacidad. Y no olvidemos a los satélites, esos seres relativamente invisibles que parecen deambular anodinamente y que, con aparente casualidad, siempre aparecen para arrojarse sobre la presa si perciben la oportunidad de llevarse algún beneficio. Dependiendo de cada caso, se despliegan distintas técnicas para abordar la cuestión, el busilis, lo gordo, el tema, ¡lo mío, joder!

La maniobra de envolvimiento es más común en el último caso expuesto, en el que se trabajan la adulación y la risa estentórea. Se atacará el meollo de la cuestión en el momento idóneo. El arribista no hará zumo hasta que el grado de maduración no sea el indicado. La cortesía tiende a disminuir si la genealogía une los lazos con el dueño de la fuente de la que se ha de beber. No obstante, tarde o temprano llega el momento de hincarle el diente al asunto.

La floritura se materializa en un «Oye, si tienes un momento, te quería comentar una cosa». Está el súbito «Hablando de este tema » que llevas un buen rato esperando introducir en la conversación. Sin olvidar el más informal y consabido «¿Qué hay de lo mío?». El grado de formalidad varía, pero amigo, encájalo en el instante preciso, no vayas a cagarla. Y si percibes una transitoria insensibilidad auditiva en tu interlocutor, que es el que ahora corta el bacalao, persevera, no cejes en tu empeño. No son muchos los que sacan premio a la primera en la tragaperras.

El prójimo se necesita, sobre todo si se puede sacar provecho. Una tajada de esto, viruta de eso o rodaja de aquello. Dejar caer un «¡Lo bien que me vendría!» en el foro apropiado te puede dar más beneficio que una bonoloto. El poder imanta, tanto si es político como si es el que le concede a ese tío solterón y achacoso que tienes su cartera repleta de billetes.

La fiesta de la democracia concede al pueblo la facultad de delegar en representación el poder legislativo con el que, aunque no es lo suyo, algunos se llenan la faltriquera. Ayer votó ese señor con el que te cruzas por el barrio llevando El Correo bajo el brazo. Lo hizo por primera vez el joven que cree que el mundo necesita orearse con otros bríos. Y también la señora que ya traía de casa el sobre lamido con la papeleta dentro. Cada cual con su pretensión, con lo suyo, que es a lo que íbamos al principio, y que, de un modo u otro, acabamos reclamando; porque la cuestión es: ¿Qué hay de lo mío?

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