Furor en el hipermercado
¿Te imaginas solo en un supermercado con toda la mercancía a tu disposición? Eso sí, no podrías comprar absolutamente nada
los madrugadores
Lunes, 30 de mayo 2016, 01:12
¡Que el banco nos ha enviado un sms! Doble sobresalto. Uno: todavía hay quien utiliza esa vía mensajera. Dos: entidad financiera notificando algo suele ser sinónimo de deuda. Pero no. Nos agracian con 'un crédito preconcedido', y entonces pasamos del sobresalto a la duda. Tras la pertinente consulta en Wikipedia, averiguamos que el banco, sin que lo hayamos solicitado, pone a nuestra disposición una considerable cantidad de dinero para hacer uso de ella como queramos y cuando nos plazca.
Disponer a voluntad de algo, sin cortapisas, a tu libre albedrío. No es que le hagamos ascos pero, ¿y si en lugar del dinero nos dejasen unas horas solos en un hipermercado? Todo para nosotros. Como las antojadizas celebridades que piden que les cierren el establecimiento para que nadie les importune a la hora de hacer sus compras. Pues eso, pero sin comprar. Deambular entre pasillos, pendonear toqueteando artículos y vagabundear por diferentes secciones a nuestro gusto.
Pero debemos ser cautos. No por tener que evitar estropicios, ese es uno de los encantos de la aventura, sino porque la inmensidad del hipermercado puede hacernos malgastar el tiempo y no gozar de la plenitud de nuestros dominios. ¡Tomemos posesión de ese reino del consumo! ¡Abramos las puertas de ese maremágnum de bienes fungibles!
Y en el acceso, el primer divertimento. Podemos comprobar cuánto tarda en detectar el sensor de las puertas automáticas a alguien que entra a la carrera. El resultado del experimento determinará si nuestra primera visita es a la parafarmacia del hipermercado para cortar la hemorragia nasal.
Luego, a la sección de lácteos a levantar la tapa de los yogures en busca de premio. Y si no, a por la cubierta dorada del café soluble que da un sueldo vitalicio.
Derribemos con una sandía rodante la arquitectura de latas de atún apiladas con precisión. Compitamos empujando los carros de compra por los pasillos, usando la megafonía de las cajeras para narrar las peripecias de la carrera, y colocando tambores de detergente y untando con mantequilla el suelo para añadir emociones.
Los extintores
Esos extintores, ¿van a caducar sin que mane nada de ellos? Hagamos que fluya la espuma dando un toque de frescor invernal en la sección de moda baño e inmortalicemos el acontecimiento con las cámaras digitales del departamento de fotografía.
Tras solazarnos tumbados en un solárium portátil, busquemos el contraste de temperaturas tendiéndonos en la vitrina de los congelados entre merluzas tiesas y sepias rígidas.
Probemos la resistencia de los colchones de muelles y los somieres de láminas. ¿Cederán antes con nuestros desaforados saltos o con la carga de una bici estática, dos estanterías repletas de bollería y cuatro palés de legumbres?
Si nos sobra tiempo, repongamos fuerzas. Metamos algo estrafalario al coleto. Comamos carambola indonesia y rambután malasio; navajas al natural y puñados de ajonjolí. Crucemos la frontera. Maridemos y conjuguemos en una pizza kiwi con chorizo que arranca lágrimas de picor; alubia y salsa de arándanos; ternilla de cerdo y paté de cardo borriquero; láminas de pechuga de oca asilvestrada y aleta de morsa danzarina. Y reguemos todo con combinados imposibles de licores que solo con su inhalación tumbarían al Yeti. En un hipermercado hay eso, y mucho más.
Antes de agotar la potestad sobre nuestro imperio, testemos la resistencia de los huevos impactando sobre una frente humana. ¿Sabríamos diferenciar si venía gallo o gallina?
Hurguemos en el almacén e irrumpamos en el pasillo central, en el que se hacen las promociones y te ofrecen palitos de surimi o fuet, a los mandos de dos fenwick. Enfrentadas cada una en un extremo, arremetamos en singular combate. Una justa moderna a motor.
No abarcamos por completo la hiperbólica superficie comercial pero, en una escaramuza en la sección textil, constatemos si caben más de dos personas en las hechuras de una faja desmedida y lo que desbordan nuestras carnes al ceñirnos en la talla mediana de una camisa de girasoles.
No somos vándalos. Si el desorden es patente, nada como el agua purificadora. Haciendo fuego en una barbacoa de la sección de camping y montaña, se accionarán los rociadores del sistema antiincendios del techo y el chaparrón enmendará el desaguisado.
Obrar a tu antojo en un hipermercado por unas horas sería una experiencia tan imborrable como la deuda a base de intereses que adquirirías con un crédito preconcebido. No lo dudéis, queremos furor en el hipermercado y no el horror en tu banco amigo.