El Jefe, en plena actuación este sábado en Barcelona.

¡Cuidado, el jefe!

Llega Springsteen a Euskadi y no será extraño que en Anoeta te encuentres con tu jefe, pero el de verdad, que embute su abdomen en una camiseta de la gira. ¡Así de variopinto es el público de 'El Jefe'!

los madrugadores

Lunes, 16 de mayo 2016, 01:00

¿Cuando erais unos críos no os mandaban callar cuando hablaban los mayores? ¿Y qué hacíamos? Pues seguir cascando y enredando que es lo que pide la sustancia pueril. ¡Y mira que, a veces, la imposición oral venía con un refuerzo en forma de colleja! Pues ni por esas. La voz de los progenitores, sea grave o aguda, no cala en los maleables tímpanos de la progenie. Circunvala el pabellón auditivo sin apenas hacer mella. ¿Qué sabrán los viejos?

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Y en esto, llega desde Estados Unidos un señor de 66 años, abre la boca y te subyuga. Se le inflan las venas del cuello igual que a tu madre cuando le revolvías los cajones, pero él está sobre un escenario y entona unas melodías más sugestivas. El tío podría ser tu padre ¡incluso tu abuelo! Si así fuera, serías un Springsteen. Si El Jefe canta, no se hable más.

Mañana, Los Madrugadores vamos a Donostia a acatar lo que diga ese señor, con edad de distraer la jubilación con largos paseos que dominen la hipertensión, y que tiene mejor presencia que una escalivada con langosta en el Arzak. Y, queridos y queridas, en conciertos de tal magnitud vives experiencias de lo más variopinto, con las tragaderas ensanchadas por la coyuntura porque, de otro modo, ¿aguantarías los codazos que te aplica el enardecido -y desconocido- entusiasta que brinca a tu lado con cada canción? Por no hablar de la fragancia avinagrada que emanan los cuerpos apiñados. Ese particular efluvio de la aglomeración. El pesado manto que generan las estrecheces de una concurrencia con apenas resquicios para que el aire pueda atravesarla. Todo eso pasa a un segundo plano porque el directo de El Jefe quizá no vuelva a pasar por tu vida.

El conglomerado humano de estas extraordinarias citas musicales puede ofrecerte imágenes imborrables. Puedes ver al jefe, sí; pero el que fiscaliza tu trabajo cada jornada, el que acecha para ajustar tu tiempo para el bocata, ese que verifica tus salidas para tomarte el café. Y contemplarás cómo su volumen abdominal queda embutido en la camiseta oficial de la gira y ha enmarañado los cuatro pelos ralos de su cabeza para adquirir una apariencia de outsider. ¡Mírale, fuera de su hábitat parece otra persona! Retén en tu mente su imagen cuando compre los calzoncillos con el logo de Springsteen en la zona de merchandising. Ese será un buen momento para hacerte el encontradizo y saludar con fingida sorpresa. Tu ¡hola! será su ¡hostias, qué pillada! Su ¡hombre! será tu ¡esto mañana lo cuento en el curro!

¡Qué sorpresas puede dar un concierto de El Jefe!

Y las caras. Porque el griterío puede ahogar la voz con la que coreas las letras de las canciones, pero la diversidad de expresiones que contemplas en los rostros es un espléndido muestrario gestual. Bocas abiertas con amplitud cavernaria, semblantes extáticos y muecas de complacencia. Sonrisas. Contorsiones siguiendo el ritmo, cabeceo vehemente acompañando la melodía.

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Balanceo, brincos con pisotón y palmas. Bamboleo, sacudidas elásticas con empujón y puños en alto.

Y cuando se acabe, habrá gargantas ajadas que comenten la experiencia y miradas de esas que expresan sin hablar. Entre el éxodo de la multitud que se repliega al hogar, quizá vuelvas a coincidir con tu jefe. En el trabajo no llevará esa camiseta que le daba otra sustancia, cosas del protocolo. Y es que la amalgama de seguidores de Springsteen es variopinta. Cosas del carisma, o dicho de otra forma mucho más directa, ¡joder, es el Jefe!

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