Borrar
Utensilios y documentos recuperados de la Batalla, en una exposición.

El francés que volvió a Vitoria en busca de un tesoro

Francisco Góngora

Martes, 15 de julio 2014, 02:39

Un buen amigo me reconocía que se había recorrido cuando era más joven muchas de las cuevas del Gorbea en busca de tesoros escondidos. No tuvo suerte a pesar de las palizas que se dio cavando. En la gruta de Los Goros (Los Huetos) aparecieron algunas piezas de gran valor y con motivo de las excavaciones en Otaza para construir el aeropuerto de Foronda se encontraron 5.000 monedas de vellón del tiempo de Alfonso VIII, un tesorillo. Ese tipo de hallazgos existen por fortuna y alimentan la imaginación de los más sensibles a estos estímulos de exploración.

Pero cuando se creó la leyenda total fue el 21 de junio de 1813 con motivo de la Batalla de Vitoria y sus consecuencias en el inmenso convoy que arrastraba José I con gran parte de la riqueza española en cuadros y dinero. Fue el mayor botín de la historia moderna y escritores e historiadores como Benito Pérez Galdós propagarían en sus Episodios Nacionales descripciones que despertaron mucha avaricia: «En lo de meter mano a los cofres de dinero, a los bolsones de cuero y a las Cajas de Guerra que contenían los inmensos caudales, distinguíanse principalmente los aldeanos de los alrededores de Vitoria y multitud de individuos de equívoca conducta de la que de la misma ciudad habían acudido», escribía Galdós.

Como se ha demostrado con documentos, es verdad que hubo vitorianos que pudieron llevarse parte del botín, además de los soldados ingleses, portugueses y españoles y hasta el propio Wellington que fue, sin duda, el que más se benefició con más de 80 cuadros de gran calidad que podríamos denominar la colección Vitoria que aún se expone en su casa de Apsley House. Una leyenda dice también que la extraordinaria profesionalidad de los anticuarios vitorianos se cuajó tras la batalla. Es verdad que hay aldeanos que han utilizado las monedas del convoy como arras para las bodas de sus hijos, que se han encontrado monedas en los humedales de Salburua o que hubo a quien llamaban marqués de repente, por su extraordinario y rápido enriquecimiento.

Y, por supuesto, hubo soldados franceses que aún en la huida tuvieron tiempo de esconder algún botín. Muchos volvieron en silencio y se llevaron lo que habían guardado porque era peligroso y muy pesado huir con riquezas. Pero hubo uno que volvió nada menos que 34 años después con la convicción de que lo encontraría.

La historia de «monsieur Ducasse»

«Se pone en conocimiento del Señor Alcalde, por un francés, que en un sitio de la ciudad perteneciente al común hay o debe haber un tesoro». Este escueto comunicado, recogido en el frontispicio de un expediente perteneciente al Registro General del Ayuntamiento de Vitoria y fechado en julio de 1847, informa de los detalles de ese episodio insólito.

El historiador Carlos Ortiz de Urbina y el escritor Miguel Gutiérrez Fraile han desarrollado en algunos artículos esta historia que trata de la búsqueda de un supuesto tesoro oculto, que fue emprendida por el Ayuntamiento de la ciudad y sufragada por un ciudadano francés, un tal «monsieur Ducasse», que, si bien no produjo resultado alguno, mantuvo en vilo durante varios días a las autoridades locales y dio alas a la imaginación de la ciudadanía. Aún hoy, hay ciudadanos que sueñan con descubrir, en algún oscuro sótano o tras un falso muro de escayola, el «tesoro de Ducasse», relataba Miguel en un artículo de EL CORREO.

Del misterioso ciudadano galo, sólo se sabe que estaba lo suficientemente seguro de la existencia de un tesoro, en lo que entonces eran las afueras de Vitoria, que no dudó en sufragar de su propio bolsillo la búsqueda. Lo que hace sospechar que el tal Ducasse había escondido o había recibido el testimonio de primera mano la fortuna que más tarde se propuso recuperar. De ser así, el francés tuvo que ser un veterano combatiente de la Batalla de Vitoria 21 de junio de 1813 en la que las tropas de Wellington derrotaron a los franceses y luego se dedicaron al saqueo del convoy con sus tesoros».

Más de tres décadas después, el 15 de julio de 1847, monsieur Ducasse se presentaba ante los miembros del Consistorio vitoriano dispuesto a poner la ciudad patas arriba para encontrar «un tesoro oculto en una casa de propios». En su poder portaba un permiso expedido por el Jefe Político de Álava, en representación de la entonces soberana de España, Isabel II. Ducasse firmó un acuerdo con las autoridades vitorianas, por el cual, según indica el legajo perteneciente al Ayuntamiento, se obligaba «a satisfacer los gastos que ocasione el descubrimiento, con la condición de que se le dieran dos terceras partes de lo que se hallase, quedando la otra para el Ayuntamiento. Pero que, encontrándose algo, serán los gastos por mitad de su cuenta y de la ciudad».

Así, se excavó en horas inusuales entre las diez de la noche y la una de la madrugada del día 15 de julio, según relata Ortiz de Urbina en la Gaceta Municipal (Número 118). Era un espacio situado, según se recoge en el documento verificado por el Consistorio, «en la calle del Prado entre la acera de la izquierda y el Camino Real, frente a la puerta de la iglesia del ex convento de Santa Clara». El lugar ocupa hoy el espacio entre la calle del Prado y el parque de La Florida, en la zona donde se erige el Parlamento vasco. Nada se encontró. Entre los habitantes de Vitoria, el misterio continúa, subraya Gutiérrez Fraile.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo El francés que volvió a Vitoria en busca de un tesoro

El francés que volvió a Vitoria en busca de un tesoro