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JOSU EGUREN
Martes, 24 de septiembre 2013, 02:47
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Si me pidiesen juzgarla por su envoltorio, no tendría ninguna duda, 'Justin y la espada del valor' luce espléndida, como un corte de solomillo -coloreado artificialmente- listo para ser expuesto en las vitrinas refrigeradas de un gran centro comercial.
Denominación de origen nacional, objetivos ambiciosos, buena presencia, y un lujoso etiquetado en dos idiomas que subraya el propósito de un proyecto ideado con la intención de abrirse camino fuera de nuestras fronteras, destacan entre las virtudes que luce el segundo largometraje producido por los estudios granadinos Kandor Graphics. Con Antonio Banderas como mascarón de proa (el malagueño se reserva un importante papel secundario) y bajo la dirección de Manuel Sicilia -que debutó en la dirección de largometrajes de la mano de 'El lince perdido' (2008) un año antes de presentarse en la justa final por el Oscar al mejor cortometraje animado con 'La dama y la muerte'-, la película roza el notable en dos apartados que parecían reservados a los grandes estudios: variedad de escenarios y diseño de personajes, aunque se desinfla por completo cuando examinamos un motor narrativo que se mueve con la pereza medieval de un engranaje oxidado.
El titubeo entre el clasicismo y los gags anacrónicos -todos ellos trufados de comentarios cómicos nacionales y sonrojantes accesos de humor homófobo- delata la bisoñez de unos estudios que, en el intento de congregar públicos e influencias distintas, desatienden la misión de forjarse una identidad propia (si tomamos como referencia a la princesa de Pixar, Justin se sitúa a años luz de la poesía capilar de 'Brave'). Una historia mal cosida, en la que no se siente el aliento del peligro que acecha a los personajes, mina el trayecto de un héroe que niega el principio orteguiano de la 'última ratio' para imponer la fuerza de las armas sobre las reglas de una burocracia que aparece siempre ridiculizada.
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