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Ponce y su mujer, Paloma Cuevas. /Efe
Más miedo al fracaso que al toro
CONFESIONES DE TORERO

Más miedo al fracaso que al toro

El diestro Enrique Ponce cuenta en su biografía la afición a cantar boleros y rancheras, el enorme altar que despliega en el hotel, y su fe en la honradez de Camps

FERNANDO MIÑANA

Sábado, 23 de marzo 2013, 03:21

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Julio Iglesias bromea cuando intenta definir al maestro. «Si Enrique Ponce fuera futbolista, sería Raúl. Si Enrique Ponce fuera médico, sería Valentín Fuster. Si Enrique Ponce fuera cantante, sería... Julio Iglesias». El artista español es uno de los personajes que desenfunda la pluma para colaborar en el libro titulado 'Enrique Ponce. Un torero para la historia' (La esfera de los libros).

Enrique Ponce (Chiva, Valencia; 1971) cuenta con una legión de amigos, pues gasta fama de ser un compañero fiel. Por eso le salen de todos los ámbitos: el pintor Fernando Botero, el dramaturgo Albert Boadella, el cineasta Agustín Díaz Yanes, los cantantes Estrella Morente, Luis Miguel, Julio Iglesias o José Manuel Soto, los escritores Mario Vargas Llosa (autor del prólogo de esta obra), Gonzalo Santonja o Juan Manuel de Prada, los futbolistas Santi Cañizares, Fernando Hierro, Pedja Mijatovic y, por encima de todos, Raúl (en su finca en Jaén hay fotos de Mamen, su mujer, toreando una becerra), el tenista Juan Carlos Ferrero o los golfistas Sergio García y el difunto Seve Ballesteros, que se preocupó de corregirle el 'swing'.

Nunca presumirá de ello, pues la discreción ha marcado su carrera, su vida, pero fue el único torero que estuvo presente en la boda de los príncipes de Asturias. Aunque más que los famosos, de Ponce se subraya que también cultiva su amistad con los colegas de juventud, con los que jugaba al fútbol y al torico de la cuerda en Chiva. O la pasión por su familia. Desde su abuelo Leandro -centenario desde la semana pasada-, el hombre que lo convirtió en torero clásico, hasta su mujer, Paloma Cuevas, y sus hijas, Palomita y Bianca.

El libro recorre su brillante y longeva trayectoria por las plazas de España, Francia e Hispanoamérica, más de 20 años regalando su toreo profundo, diez seguidos (entre 1992 y 2001) lidiando más de 100 corridas. Y sus toros míticos ('Lironcito' , 'Carjutillo', 'Halcón'...), pero también relata su vida en el campo, en su imponente finca 'Cetrina', en Navas de San Juan Juan (Jaén), hectáreas y más hectáreas de dehesa con olivos, toros, caballos y venados. Un santuario atiborrado de fotos, trofeos y cabezas de toros legendarios. El rincón donde se reúne con sus amigos para tentar en la placita, jugar al fútbol y hasta cantar boleros y rancheras.

«Barbarie» en Cataluña

Ponce, que escribe esta biografía ayudándose del escritor Andrés Amorós, se atreve a mentar la política: tilda la prohibición de los toros en Cataluña de «disparate» y «barbarie» promovida por Esquerra Republicana y los nacionalistas; defiende a Francisco Camps («es uno de los hombres más honrados que yo he conocido», afirma), y cita el 11-M para hablar de manipulación.

El matador valenciano también aborda la religión y desvela el «amplísimo altar» que despliega, durante más de una hora, en la habitación del hotel el día de la corrida. En el centro coloca un tríptico de madera con el Abuelo de Jaén (un Cristo) y una foto que le regalaron en la que, dicen, salió la imagen de Jesús al positivarla. Y a los lados, las Vírgenes. Aseguran que tiene cerca de 400 imágenes. Y, en muchas ciudades, visita a las patronas la mañana antes de torear: como la de los Desamparados en Valencia, la de Begoña en Bilbao, o la de Guadalupe en México.

Y habla hasta de la muerte, a la que llega a aceptar para convertirse en leyenda, como entendió cuando vio a Paquirri camino de la enfermería en Pozoblanco tras ser enganchado por 'Avispado'. «Lo que temo más es el fracaso: eso me da más miedo que el toro».

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