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Uno de los 'payasos de la tele'

Con Miliki desaparecen los Payasos

Fallece a los 83 años el clown Emilio Aragón, icono sentimental para varias generaciones de telespectadores españoles

OSKAR L. BELATEGUI obelategui@elcorreo.com

Lunes, 19 de noviembre 2012, 13:37

Tras su aspecto de hombre bueno escondía, como todos los payasos, un poso de tristeza. Emilio Aragón, Miliki, nunca se conformó con que varias generaciones de españoles mantuvieran grabado a fuego en su memoria sentimental aquel «¿cómo están ustedes?» preguntado repetidamente en histérica gradación. Los treintañeros y cuarentones siguen cantándoles a sus niños las mismas canciones que ellos repetían de críos frente a un televisor en blanco y negro: 'Susanita tiene un ratón', 'La gallina Turuleta', 'Hola don Pepito, hola don José'.

Lejos de aceptar un papelito acomodaticio en las series de su hijo Emilio -rechazó su oferta para ser su padre en 'Médico de familia'-, Miliki siguió actuando en espectáculos, grabando discos y escribiendo sus memorias y libros de ficción. Hace unos pocos meses presentaba una novela, 'Mientras duermen los murciélagos', donde evocaba el esplendor de un mundo que vio desmoronarse: el circo.

Una neumonía acabó ayer a los 83 años en la clínica Ruber de Madrid con la vida de un artista que siempre supo la responsabilidad que conllevaba dibujar una sonrisa en el rostro de un niño. «Si me ves negándome a firmar un autógrafo es inevitable que se rompa esa imagen que se ha formado en tu cerebro durante tu crecimiento. Es una responsabilidad agotadora», reconocía a este periodista hace una década. En los últimos tiempos había pasado a ser el padre de Emilio Aragón, Milikito, aquel niño de seis años mudo y armado con un cencerro, que a la larga cambiaría el serrín de la pista por los despachos de un emporio televisivo. Miliki no lo decía, pero soñaba con que alguno de sus ocho nietos le pidieran la nariz de payaso.

El presidente Rajoy envió un telegrama de pésame a la familia resaltando que 'Los Payasos de la Tele' permanece como «un hito de nuestra historia audiovisual que entretuvo e hizo reír a varias generaciones de españoles, además de contribuir a hacer mejores ciudadanos». Y es que hablar de la familia Aragón es hablar de la historia del circo en América y España. Como en la endogámica realeza europea, un vistazo a su árbol genealógico revela dinastías circenses emparentadas entre sí y nombres míticos, como los de Zampabollos o Nabucodonosorcito.

El destino de Miliki bajo los focos se empezó a fraguar hace más de 150 años en el Gran Circo Fouraux. La principal estrella de la función era la 'ecuyére' Virginia Fouraux, una intrépida y bellísima amazona que realizaba acrobacias a lomos de un caballo. En una gira por España, Virginia conquistó a Gabriel Aragón, un seminarista que no dudó en abandonarlo todo para seguirla. Su estrategia de seducción pasó por convertirse en payaso, y así, rebautizado El Gran Pepino, se iniciaba una estirpe de clowns musicales. De los quince hijos que tuvieron llegamos hasta el trío formado por Pompoff, Teddy y Emig, este último padre a su vez de Gabriel -Gaby-, Alonso -Fofó- y Emilio -Miliki-.

Amigo de Buster Keaton

A nuestro hombre, nacido en Carmona (Sevilla), la itinerancia le iba a acompañar el resto de sus días. En Madrid cursa el bachillerato y recibe una estricta formación musical. Educado en los modos de vida burgueses, disfruta junto a sus hermanos de las películas de Buster Keaton y los Marx. En las vacaciones descubrirá que sus padres son famosos, empapándose de aplausos desde las butacas del teatro Arriaga de Bilbao y el Olimpia de París. Cuando finaliza la Guerra Civil, Emilio tiene diez años y ya ensaya roles con sus hermanos: Gaby será la cordura puesta a prueba; Miliki, el niño grande, capaz de generar el caos con su desarmante inocencia; Fofó, el más carismático de los tres, la comicidad y la ternura en estado puro. Su nombre artístico se lo puso, sin pretenderlo, una ama de cría vasca que en vez de Emilio le llamaba Emiliki. «Le quité la e y hasta hoy».

«Fofó y yo éramos los augustos, los que tropezábamos, los Sancho Panzas», describía. «Gaby era el serio, el Quijote. Yo siempre he sido más melancólico y romántico». Los carteles de la época anunciaban a los hermanos Aragón, «famosos clowns musicales», en un intento de paliar el hambre y la grisura de posguerra con su espectáculo de variedades en los sórdidos circuitos de vodevil. Las simpatías republicanas de Pompoff y Teddy, que habían actuado en zona 'roja' durante la contienda, no facilitaban las cosas.

En 1946 fallece el padre de los hermanos Aragón y estos embarcan rumbo a Cuba con un contrato de cuatro meses para actuar en una televisión de La Habana. Miliki tiene 16 años y desconoce que a bordo del 'Marqués de Comillas' viaja un bebé, hijo de un cantante de ópera que emigra a México, llamado Plácido Domingo. También ignora que no regresará a España hasta veintisiete años después. Convertidos en estrellas de la televisión cubana, los hermanos inician un periplo por Iberoamérica y los Estados Unidos. Galas en el Tropicana, apariciones en el show de Ed Sullivan...

Emilio Aragón cultiva las amistades de Cantinflas, Harpo Marx, Jimmy Durante y Pablo Casals. Buster Keaton fue el que le dejó una huella más profunda. «Sabía dónde estaba el secreto para provocar carcajadas». En Cuba conocerá a Rita, una isleña de buena familia que se convirtió en su esposa hasta el final de sus días. Allí nacerán tres de sus cuatro hijos, dos de los cuales, Rita y Emilio, seguirán la tradición familiar.

En 1973, 'Los Payasos de la Tele' regresan a España con un contrato de trece programas que acabaría prorrogándose hasta 1983. Lejos ya de la pequeña pantalla y de la jubilación, Miliki siguió ganando Grammys con sus recopilaciones de canciones y recorriendo ciudades con el Circo del Arte, un ruinoso espectáculo que acabaría instalándose en Granada como escuela de artistas y que cerró hace pocos años entre auditorías y deudas. «Mi padre triunfó en las dos grandes pasiones de su vida: la familia y el trabajo», recordaba ayer Emilio hijo a las puertas del tanatorio. Miliki jamás colgó la nariz. «El público, ese monstruo de mil cabezas, entiende cuándo eres falso o no».

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