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Rifles de asalto son exhibidos para su venta en una sala de exposiciones de Virginia. :: JIM LO SCALZO/EFE
Las armas de fuego como un mal que se  contagia en EE UU
MUNDO

Las armas de fuego como un mal que se contagia en EE UU

Los expertos califican el creciente fenómeno de enfermedad social y piden a las autoridades que se trate como un asunto de salud pública

JUAN PABLO NÓBREGA

Domingo, 19 de agosto 2012, 11:32

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El asesinato de 12 jóvenes mientras veían la última entrega de Batman en un cine de Colorado a comienzos de mes mostró una vez más que nadie está libre de un encuentro mortal con un pistolero solitario en EE UU. Dos semanas después, siete feligreses sijs que acudieron a una ceremonia en Milwaukee cayeron bajo las balas de un neonazi, y en un campus universitario en Texas otros tres inocentes sucumbían a los disparos de un perturbado que perdió los papeles al quedarse sin empleo. Ante tan conocido guión, el país volvió a quedar dividido. Por un lado, los partidarios de un estricto control de armas para mitigar los crecientes brotes de violencia y, por otro, los defensores de las viejas leyes del Oeste americano (más de la mitad de la población), que equiparan el derecho a llevar una pistola en el coche con la libertad de expresión o el sufragio universal.

En medio de ese fuego cruzado, sociólogos y psicólogos han abierto nuevas formas de abordar el problema no necesariamente reñidas con una revisión de viejas leyes que han permitido a la población civil acumular un arsenal de 300 millones de artefactos para matar. ¿Se puede equiparar un arma de fuego con un virus, un coche, el tabaco o el alcohol? Sí, aseguran rotundos los expertos, convencidos de que ese tipo de violencia es una enfermedad social que puede combatirse con las misma herramientas que se emplean contra los accidentes de tráfico o los problemas de salud que generan las adicciones.

Lo que se necesita, dicen los especialistas, es un enfoque integral de salud pública. Las muertes por accidentes de tráfico, por ejemplo, se han recortado drásticamente en las últimas décadas gracias a la mejora de la seguridad en las carreteras y la aplicación de medidas más estrictas de conducción. El parque automovilístico no cesa de crecer pero hay menos siniestros graves y menos víctimas. Una muestra de por dónde van los tiros: hubo un momento en que los guardarraíles se curvaron hasta el suelo en lugar de terminar en afiladas barras de metal que suponían un grave riesgo en caso de choque. «Cuánta gente se dejó la vida empalada en esos hierros mientras toda la culpa se la llevaba siempre el conductor», reflexiona el doctor Garen Wintemute, al frente del programa de investigación para prevenir la violencia en la Universidad de California.

Solo con aquella reglamentación adoptada en la década de 1990 no se redujeron las muertes de forma automática, lo mismo que sería insuficiente ahora abordar el complejo asunto de la violencia con armas centrando los esfuerzos en las personas implicadas en tiroteos. Lo que quieren los analistas es una aproximación pragmática basada en la realidad de una sociedad saturada de armas y buscar nuevas formas de prevenir el daño que causan.

«Una nueva norma social»

Considerado uno de los mayores expertos en violencia con armas de EE UU, Stephen Hargarten nunca tuvo tan clara la necesidad de aplicar este enfoque hasta que se encontró ayudando a las víctimas del crimen en el templo sij de Milwaukee. «Ésta es la realidad con la que tendremos que convivir si tenemos más acceso a las armas. Debemos encontrar una nueva norma social para luchar contra esta plaga», declaró a la agencia AP. «¿Vamos a esperar a que se produzca otra masacre o hay algo que podemos hacer para prevenirla?».

Ya se barajan varias tácticas que podrían incidir en la reducción de ese tipo de violencia. En primer lugar, identificar a las personas que son más proclives. Un estudio demuestra que un amplio porcentaje de los dueños de armas son más propensos a excederse con el alcohol o conducir bajo sus efectos. Otra fórmula es tipificar como enfermedad la posesión de armas de fuego. «Esto evoluciona como cualquier dolencia contagiosa», asegura Daniel Webster, investigador en un centro de Baltimore. Después de un asesinato múltiple, la gente siente la necesidad de comprar una pistola para protegerse. Hacer un seguimiento de esta tendencia puede ayudar a reducir el fenómeno.

Nuevas leyes y una mayor vigilancia también supondrían un importante avance. A diferencia de la mayoría de los bienes de consumo, no existe un sistema nacional que supervise la seguridad de las armas de fuego. Los defectos de fábrica son responsables de centenares de accidentes mortales cada año. También se piden normas más estrictas para que establecimientos y tiendas online no dispensen sus productos como si fueran lechugas y prohibir la venta de equipos sofisticados, esos rifles automáticos propios de un ejército y presentes en las recientes masacres.

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