La princesa valiente

Muchos hombres entenderán mi admiración por la última maravilla de la casa matriz de 'Cars' cuando afirmo que 'Brave' es la película que hubiese querido ver siendo niña; 'Brave', 'Cuando el viento silba' (Bryan Forbes, 1961), 'El regreso de la mujer pantera' (Robert Wise, Gunther von Fritsch, 1944) y 'Nicky, la aprendiz de bruja' (Hayao Miyazaki, 1989) y cualquier filme protagonizado por una niña curiosa, soñadora, indómita e independiente, casi en el extremo opuesto al canon de belleza y feminidad de las clásicas princesas Disney.

Discutir las bondades superficiales de 'Brave' puede parecer una cuestión baldía, más aún cuando se pueden palpar visualmente las formas sinuosas y dinámicas de unos personajes que son los altavoces de una planificación técnica extraordinaria. Pero hay que comprender que el interés de Pixar por la gramática de la imagen responde a la obsesión de armonizar la mirada del espectador con el discurso interno de la película.

Imitando uno de los muchos logros de 'Enredados' (Nathan Greno, Byron Howard, 2010), la cabellera de la princesa Valiente de 'Brave' actúa como elemento dinamizador de un metraje acelerado por el goteo de elisiones cromáticas (rojo sobre rojo) y elipsis de altura, un detalle que difícilmente puede pasar inadvertido para los ojos críticos más puristas. Y no solo eso, las acciones y emociones de 'Brave' descansan sobre un guion pulido por Brenda Chapman ('El príncipe de Egipto', 1998) y abrillantado por Mark Andrews y Steve Purcell, todos ellos interesados en dotar de coherencia al subtexto de una película que trata sobre los peligros que acechan a una niña que despierta a la adolescencia cuando su madre empieza a sentir los primeros síntomas del síndrome del nido vacío. Fascinante y compleja, en la medida en que la protagonista no sucumbe a los tópicos relacionados con la androginia, 'Brave' señala con la punta de su flecha un modelo post-disneyano en el que la narrativa clásica sirve de plataforma a las heroínas del futuro.