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Alberto Contador, con gesto serio, ofrece sus impresiones acompañado de Bjarne Riis. :: EFE
«La sentencia dice que no me he dopado y me aplican la pena máxima»
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«La sentencia dice que no me he dopado y me aplican la pena máxima»

Contador, «muy desilusionado», descarta retirarse y no aclara si recurrirá a la justicia ordinaria

J. GÓMEZ PEÑA ENVIADO ESPECIAL

Miércoles, 8 de febrero 2012, 09:25

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Castigado por dopaje hasta el próximo 5 de agosto, Alberto Contador se va temporalmente del ciclismo, su casa, pero deja la luz encendida. «Voy a seguir plenamente en ese deporte. Y lo voy a seguir practicando de forma limpia, como he hecho toda mi vida», dijo ayer ante un hormiguero de micrófonos y un cielo de cámaras. Hasta su familia temía que por rabia diera un puñetazo en la mesa y se retirara. Y no. Aún pedalea.

Apenas unas horas después de ser condenado a dos años de suspensión -sanción máxima- por el Tribunal de Arbitraje del Deporte (TAS), el ciclista madrileño se puso otra vez de cara a la opinión pública. El traje, serio, armonizaba con su rostro. Cara de contrarreloj, concentrado, un toque de gomina y las patillas en punta. Triste, aunque con una certeza que le aliviaba: «La resolución del TAS deja claro que no me he dopado». Aun así, le han tachado de su palmarés el Tour 2010, el Giro 2011 y otra docena de carreras. «Me las podrán quitar, pero en la memoria de la gente queda quién las ganó de verdad», declaró como hablándose a sí mismo. Le aplaudió su gente, su familia, su esposa. Su abrigo. «¿Cómo me siento? Con una desilusión enorme». Y anunció que irá «hasta el final» en su defensa, aunque sin aclarar si recurrirá a la justicia ordinaria.

Pinto es el centro geográfico de España, un lugar al sur de Madrid. El paisaje infantil del mejor ciclista del mundo. La localidad donde Contador se asoma al balcón del Ayuntamiento para celebrar sus victorias y, también, la sede de sus ruedas de prensa cuando se cruza el dopaje. Otra vez campanas de funeral en el Hotel Las Artes. Un millar de cables culebreaban por el suelo de la sala de conferencias. Las tripas de la prensa internacional. En la primera fila, la madre de Contador, Francisca, le colocaba una sonrisa a uno de sus peores días. «Ya estamos acostumbrados a que esto funcione así», lamentaba. Todos en la familia creen que «han ido a por él». Que lo del complejo alimenticio contaminado es una disculpa para decapitarle. Nada más ver a Contador aparecer por la boca del pasillo se aplastaron las manos aplaudiendo. El grito de guerra: «¡Contador, Contador, Contador!».

Con el ciclista entró el mánager del Saxo Bank, Bjarne Riis. El mismo gesto frío con el que batió a Induráin en el Tour de 1996. Inmutable. «Creo en Alberto y en su carrera. Todo esto ha sido un accidente. Apoyamos incondicionalmente a Alberto. Estaré orgulloso de tenerle al lado en el futuro. Le he visto hacer cosas que sólo he visto en Merckx e Induráin», alabó el técnico danés.

El contrato entre el ciclista madrileño y el Saxo Bank queda invalidado tras la sanción. Habrá que renegociarlo. Contador, que no podrá disputar ni el Tour 2012 ni los Juegos Olímpicos, dijo ayer que su «primera opción» para seguir en activo es el Saxo Bank, una escuadra que sin él queda reducida a la nada.

Cuando hace año y medio se anunció que había dado positivo por clembuterol en el Tour 2010, Contador dijo que si era sancionado dejaba el ciclismo. Ayer giró. «Seguiré». Aunque con incertidumbre. «No sé cómo va a reaccionar mi cuerpo a todo este estrés, a dos años de calvario. No se lo deseo a nadie».

Sus ojos reflejaban impotencia: «Tengo un sentimiento de decepción, de desilusión. En este año y medio no ha pasado una mañana en la que haya dejado de preguntarme el porqué de esta pesadilla. Y más duro ha sido ver el sufrimiento de mi familia». Contador tiene los ojos grandes. Cabe todo. Un mar de lágrimas, pero las contuvo. Su carrera deportiva está llena de señales de stop: fue excluido del Tour 2006, vetado en el Tour 2008, ahora le anulan su victoria en el Tour 2010 y no podrá estar en el Tour 2012. «Mi estado de ánimo no es ahora el mejor, pero sé que esto me hará más fuerte», se arengó.

Le dolía la sentencia del TAS. «No lo entiendo. Estoy en descuerdo con ella. Dice que todo se debe a un complejo alimenticio contaminado con clembuterol y que yo no he tenido intención de doparme. Así y todo me aplican la sanción máxima. Hay muchas cosas en esa sentencia que no entiendo, pero que quedan para mí». Ayer se guardó buena parte de su rabia. Ni arremetió conta la Unión Ciclista Internacional (UCI) ni contra la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), los dos organismos que le acusaron de dopaje ante el TAS. Contador ya no quiere más líos. Cargará con un castigo que considera injusto y volverá a correr en agosto.

Todo lo posible

«Cuando estuve ante los jueces del TAS les pedí que, por favor, me dijeran si había alguna cosa más que podía hacer para demostrar mi inocencia. He hecho todo lo posible». Entonces se detuvo en las cinco horas que estuvo sentado en una silla delante del polígrafo. «Como un delincuente». De nada le ha servido. Ni los antecedentes de otros deportistas a los que el clembuterol les ha supuesto castigos menores. «¿Se ha sentido perseguido?», le preguntaron. «No quiero entrar en eso. El ciclismo es un mundo en el que quiero estar muchos años». Esa declaración tenía tono de rendición. Ni con un millón de euros en abogados e informes científicos ha podido con la UCI y la AMA, firme defensora de su código antidopaje.

Contador tiene un mes para recurrir ante la justicia ordinaria. «Iré hasta el final», aunque no se atrevió a hablar del recurso. Ha perdido esta guerra jurídica. «Si lees mi sentencia, ves que algo falla. No soy abogado pero está claro que la justicia deportiva difiere de la ordinaria».

Así es: en la primera, el acusado tiene que demostrar su inocencia, mientras que ante un tribunal no deportivo es el fiscal el que tiene que probar que el acusado es culpable. Contador, con una tropa de abogados, ha tratado de abrir una ventana en ese muro jurídico y ha recibido un portazo. En plena cara. Ayer fruncía los labios, miraba al frente, a nadie. «Mi sanción no es justa». Lanzó un leve saludo y se fue. Hasta el 5 de agosto, a tiempo para correr la Vuelta. En la primera fila, tras los trípodes de las cámaras, su familia lloraba por él. Castigado, pero aún ciclista.

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