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Egibar intervino ayer en un acto político del PNV en Irún junto a Markel Olano. :: FLOREN PORTU
El PNV se siente fuerte
POLÍTICA

El PNV se siente fuerte

Los jeltzales, que han endurecido la crítica al lehendakari, se jactan de dejar «en evidencia» a un Gabinete «con fecha de caducidad»

OLATZ BARRIUSO

Domingo, 27 de febrero 2011, 04:04

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Hace ahora dos años, el PNV era un partido en la cuerda floja. Afrontaba entonces la formación de Iñigo Urkullu tres peligros que asegura haber sabido conjurar: la «desmoralización de la tropa», la posibilidad de «deshacerse como un azucarillo» al perder contacto con los resortes de poder y el riesgo de «desangrarnos en luchas internas». Cuando se cumple el segundo aniversario de las históricas elecciones que desalojaron al PNV de Ajuria Enea, los jeltzales mantienen alta la moral -insisten en que tienen posibilidades reales de ser primera fuerza en los tres territorios en mayo-, se vanaglorian de haber hecho los deberes que Ibarretxe les puso antes de salir de escena -gobernar desde la oposición- y niegan que el período en el dique seco haya hecho mella en el hasta ahora sólido liderazgo de Urkullu. No obstante, la proximidad del proceso interno para renovar la ejecutiva nacional y elegir al candidato a lehendakari sí está revelando una pugna soterrada entre los más prágmáticos -el líder del EBB, su entorno y el 'aparato' de Vizcaya- y quienes echan en falta el perfil enfático en lo identitario que encarnaba Ibarretxe.

La irrupción de una izquierda abertzale con vocación de normalidad política también ha agitado las contradicciones en el seno del PNV que, no obstante, se mueve con seguridad, anclado en una doble convicción: la escasa autoconfianza que aprecian en el rival y la constatación de que el Gobierno vasco y el lehendakari están «incluso peor que hace un año». No sólo por la negativa valoración en las encuestas sino también porque, según el PNV, los socialistas son conscientes de que su mandato tiene clara «fecha de caducidad» en 2013 y ese «factor emocional», dicen, pesa en su gestión diaria. El PNV incluso interpreta la polémica reforma de la Ley de Cajas que abandera el PSE -y que les restaría presencia en los órganos de dirección- como un intento de los socialistas de «atornillarse al poder».

«El Ejecutivo está paralizado. La realidad le tiene hecho un sandwich, atrapado entre el marcaje que le hace el PP, por un lado, y la mayoría social del país que representamos nosotros», sostiene el líder de los jeltzales vizcaínos, Andoni Ortuzar, convencido de que el Gabinete de López no ha sabido responder a las expectativas «que ellos mismos crearon». El incumplimiento del calendario legislativo sería, para el PNV, el principal exponente de una impotencia que Ortuzar ve arraigada incluso en los propios equipos gubernamentales: «Les viene muy grande».

El PNV se ha mantenido fiel a la estrategia de palo y zanahoria que tan pingües réditos políticos le proporcionó durante el primer año de la legislatura. Los jeltzales se lanzaron al desgaste de López mientras, al mismo tiempo, pulían su imagen de partido de marcada vocación institucional con acuerdos no sólo en Euskadi sino, sobre todo, en Madrid. Urkullu decidió obviar lo que le pedía el cuerpo a sus bases -una estrategia feroz de tierra quemada- y propició en 2009 un pacto presupuestario con José Luis Rodríguez Zapatero que permitió al PNV anotarse el tanto del 'blindaje' del Concierto.

En 2010 la jugada se repitió por todo lo alto: los peneuvistas se convirtieron en el salvavidas del presidente y el precio, en consecuencia, subió: nada menos que el cierre del Estatuto, treinta años después. «Hemos dejado en evidencia al Gobierno vasco», se jactan. Y ahondan en la herida: «Nosotros hemos estado en la cocina y ellos se limitan a servir el plato».

«Pinocho» y «pelele»

Los jeltzales explotaron el acuerdo con Zapatero durante todo el otoño para afear al lehendakari su supuesta falta de ascendiente sobre el Gobierno central. Con el botín a buen recaudo y una comisión bilateral PSOE-PNV de nuevo cuño en marcha, pudieron dedicarse a abrir nuevas vías de agua en el Ejecutivo, sobre todo en lo relativo al euskera, la cultura y la televisión pública, mientras José Luis Bilbao libraba su particular batalla política con los gestores socialistas de Transportes.

La táctica opositora jeltzale batió récords de agresividad: López recibió desde las filas peneuvistas apelativos como «Pinocho» o «pelele», una parlamentaria del PNV llegó a hablar del «odio» del Ejecutivo del PSE a la lengua vasca y el debate sobre la gestión de una EiTB con las audiencias en caída libre se volvió incendiario.

En Sabin Etxea se encendieron las alarmas y se acordó bajar el diapasón para no pasarse de frenada. No obstante, la apuesta de la izquierda abertzale por las vías pacíficas ha devuelto el balón al terreno de juego del PNV, que se siente cómodo en este escenario, pese a la pugna política que se avecina en el espectro nacionalista. En primer lugar, porque se atribuye parte del mérito -presenta como un logro propio el «tiempo de estabilidad» que proporcionaron a Zapatero para avanzar en la paz- pero, sobre todo, porque encuentra el terreno abonado para reprochar a López su «falta de liderazgo».

«No pinta nada el lehendakari en esto, hace el Tancredo. Su prioridad es no incomodar al PP», sostienen los jeltzales, que aseguran que, en su última reunión con Urkullu -la tercera en dos años, su relación con López sigue sin ser fluida- el lehendakari dedicó «siete minutos» al asunto de la legalización y la paz. «Y cinco habló Iñigo».

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