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Los promotores de Sortu explican las características del partido. :: I. PÉREZ
El reto de volverse demócratas
POLÍTICA

El reto de volverse demócratas

Siete expertos debaten sobre la conversión de la izquierda radical en un partido legal Creen que el colectivo deberá mostrar su «respeto a la discrepancia» y convivir con el riesgo de escisión «a largo plazo»

MIGUEL PÉREZ

Sábado, 12 de febrero 2011, 03:52

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Resulta sorprendente escuchar a Fernando Savater frases como «creo que la violencia está finiquitada». O a Teo Uriarte declarar: «ETA se ha acabado». Quizá porque el primero utilice escolta, esté amenazado de muerte y tenga muchas razones para el pesimismo. O porque el segundo, gerente de la Fundación para la Libertad y antiguo militante de la banda cuyas críticas a ésta le han supuesto verse también acosado desde hace años, haya acertado regularmente en sus pronósticos sobre el fin del terrorismo y ese devenir cuajado de episodios insinceros de la izquierda radical. O porque ambos siempre han sido, y en ello siguen, tremendamente escépticos con los movimientos de la antigua Batasuna.

Quizá por todo eso infunde cierta esperanza que tanto el filósofo donostiarra como el histórico político vasco, condenado en el proceso de Burgos y que más tarde figuró entre los impulsores de la fusión del PSE y EE, vean en las nuevas siglas de la izquierda abertzale -Sortu- el síntoma definitivo de que las armas estarían próximas a callar. No por voluntad de los terroristas, ni por confianza en la neonata formación -«veo apresurada la legalización, aunque depende de los jueces», precisa Savater-, sino porque están acabados. «Una ETA con fortaleza no hubiera permitido este partido», enfatiza Uriarte.

Ha coincidido la puesta en marcha de la nueva marca con días de buen tiempo en Euskadi. ¿Una metáfora de que se avecina el fin de la oscuridad y de la lluvia de lágrimas? Joseba Zulaika lo percibe así, aunque, como el resto de los expertos consultados por este periódico, mantiene la prevención ante la posibilidad de que aparezcan «grupúsculos de disconformes capaces de cometer un disparate». Profesor en el Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada (EE UU), ha vivido a uno y otro lado del Atlántico «las repercusiones trágicas de esta situación. Aquí, como antropólogo, el drama de los pueblos pequeños, de las cuadrillas. Y allí, porque el 80% de las noticias que se ven sobre Euskadi versan de terrorismo».

Coincide con el presidente del PSE, Jesús Eguiguren, en que la presentación de Sortu en Bilbao el pasado lunes constituyó un «nuevo día», «un antes y un después» en la convivencia porque «han dicho 'no queremos la violencia'. La disposición a matar o morir en ETA, que empezó con Txabi Etxebarrieta (dirigente etarra abatido por la Guardia Civil en 1968 después de que asesinara al agente José Pardines), esa cultura del sacrificio y de creer que constituye el centro del patriotismo de izquierdas, se ha terminado: ya no hay argumento por el que tú puedas justificar una muerte que yo considero un crimen aberrante», sentencia en alusión a los atentados de la banda terrorista.

Asamblea por asamblea

El Ministerio del Interior paralizó ayer la inscripción de Sortu al considerar que es sucesor de Batasuna. La izquierda abertzale se enfrenta así a su propio historial. A una docena de marcas y proyectos electorales que han ido cayendo uno tras otro en la ilegalización. Al hallazgo de vínculos entre sus dirigentes y ETA. A un sinfín de declaraciones cínicas y harto groseras sobre la «lucha armada» y las víctimas. En definitiva, se encuentra ante una pared de extrema verticalidad, de esas que abundan en la escarpada Euskadi interior donde «es seguro que la izquierda abertzale ha tenido una ardua labor de convencimiento pueblo a pueblo, asamblea por asamblea», sugiere Zulaika. «Digo yo que habrán hablado mucho con sus bases y también con la cúpula de ETA. Por eso te vas creyendo lo que dicen, porque para ellos supone mucho sacrificio y debate interno», apostilla el doctor en Ciencias de la Información por la UPV Ramón Zallo.

Sin embargo, la credibilidad no parece ser el fuerte de esta apuesta, que una parte sustancial de la sociedad opina que se juega con cartas marcadas. «Ahora mismo, salvo en los sectores sociopolíticos que la amparan, la izquierda abertzale tiene una credibilidad muy baja. Y que la genere dependerá de que demuestre de forma sincera, clara y nítida que ha roto con ETA. El problema es que esto tiene una demostración empírica difícil y complicada de confirmar a corto plazo. Si ETA no decide disolverse, va a convertirse en un debate abierto permanentemente que no beneficia a ese colectivo», dice el catedrático en Sociología Ander Gurrutxaga.

Los expertos dan por sentado que el alumbramiento de Sortu ha generado fuertes tensiones dentro de la izquierda radical, donde habrá quienes «piensan que ha habido una cesión excesiva» y otros que observan con malos ojos la conversión en un partido «por el riesgo de apoltronamiento», razona Zallo. De ahí, que el politólogo Carlos Taibo abogue porque las instituciones se muestren «generosas» para que el colectivo «pueda respirar ante sus problemas internos», convencido de que «cuando algunos políticos y tertulianos hablan en público dicen algo distinto a cuando lo hacen en privado. Tengo la certeza también de que muchos de quienes ha estado amenazados por ETA desde hace años ahora se sienten moderamente liberados».

Al sociólogo Xabier Aierdi le sorprende que el paso dado por un sector ideológico tradicionalmente inconmovible se haya producido sin una división previa. Si sucede, dice, «será a posteriori, pero es una incógnita. Los estatutos y el nuevo partido representan el triunfo del brazo político sobre el armado. Yo, que soy muy escéptico, pensaba que difícilmente eso podría suceder sin una escisión previa, más aún cuando los dirigentes han transmitido un claro mensaje a sus bases: el que quiera jugar en el terreno político, bien; y el que no, se va fuera».

Según Aierdi, un factor determinante para alejar el riesgo de la escisión reside en «el grado de disciplina» de este colectivo. «Cuando presentaron los estatutos, todos estaban en la foto, desde los más adeptos a dejar la violencia hasta los radicales. También son inteligentes y plantean este relato como si no hubieran perdido, con moral de victoria aunque hayan sido muchos los años perdidos en un camino hacia la nada. Al final, la izquierda abertzale llegará a una fase de implosión. Y eso es mejor que los tiros».

Tiros. Ni Teo Uriarte ni Fernando Savater creen en la bondad de Sortu. De hecho, el gerente de la Fundación para la Libertad afirma sin ambages que se trata de «la sucesión de Batasuna, por mucho estatuto escrito en función de sentencias anteriores que presenten». La única lectura positiva que hace de la iniciativa es que «evidencia una escisión en ETA» y que ésta «se ha debilitado tanto que ha tenido que tragar, con la esperanza de que el nuevo montaje de Batasuna la levante políticamente de su agonía. Sufre una debilidad operativa que raya con la supervivencia. Ahora bien, ETA es una artista de la superviviencia y que resucite dependerá de la unidad democrática y el pleno ejercicio del Estado de Derecho que se le coloque enfrente».

De la misma opinion es el filósofo guipuzcoano, quien cree que ni Rufi Etxeberria ni Iñigo Iruin -ponentes el lunes pasado de la nueva iniciativa abertzale- «hayan saltado a la piscina sin saber si hay agua o no. La gran violencia, la del tiro en la nuca o la bomba, está finiquitada. Ahora bien, ETA tendrá que decirlo».

Cambio de mentalidad

En cualquier caso, los expertos aventuran que la legalización no será el último peldaño de Sortu para poder desenvolverse en las instituciones. La antigua Batasuna constituye un «mundo opaco», de carácter asambleario y en el que «hay o ha habido vinculaciones ideológicas y estratégicas con una banda armada», además de una serie de espacios intocables por medio como el colectivo de presos, «comunidades que nadie quiere molestar porque se sienten acosadas». De hecho, una de las primeras reacciones a Sortu, y no precisamente positiva, ha procedido del frente de 'makos', estupefacto porque el proyecto ni cite a los reclusos ni contemple una salida para ellos.

A la izquierda abertzale «le costará pasar de movimiento a partido. Son dos lógicas diferentes. Un partido tiene un secretario general y una ejecutiva y, al final, la toma de decisiones queda en manos de un núcleo pequeño de dirigentes, nada que ver con el esquema asambleario», explica Xabier Aierdi. Y Ramón Zallo lo confirma: «Hay que montar estructuras partidarias, evidenciables y transparentes. Hasta ahora la asamblea podía ser fuente de respuesta inmediata a determinadas cosas, como la lucha de calle, pero no vale en temas de pensamiento, de balances anuales, de establecimiento de estatutos... Representa aparato. Supongo que apostará por un modelo doble partido-asamblea».

En palabras de Ander Gurrutxaga, de lo que se trata es de que la izquierda abertzale tradicional asuma que la democracia es «un modo de vida, no un refugio instrumental. Tendrá que demostrar que acepta este concepto no solo en las instituciones, con el respeto a la discrepancia, sino sobre todo en esos municipios pequeños que han sufrido el comportamiento extemporáneo de Batasuna. También tendrán que acercarse a las víctimas. La democracia se hace con demócratas».

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