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BLANCA ÁLVAREZ
Jueves, 13 de enero 2011, 03:34
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Solo se humilla a quien se considera inferior; el más humillado de los varones encuentra un resquicio de venganza en el acto de violar a una mujer, tan humillada como él, pero mucho más vulnerable. Añádanle a cualquier desgracia, guerras, hambrunas, pestes, desastres naturales , el hecho de ser mujer y tal vez alcancen a comprender la condena añadida de servir como receptáculo de otras desesperaciones.
África está saturada de mujeres y niñas violadas sistemáticamente y como parte complementaria de todas las guerras y conflictos; ellas cargan con la violación y con el hijo del violador, repudiadas por los suyos y sin ayuda. En Haití, cada noche, las mujeres refugiadas sufren la violación múltiple de varios machos, violaciones en grupo, ante sus hijos y familiares, sin posibilidad ni de respuesta ni de denuncia. En Ciudad Juárez, tras violarlas las asesinan, y van varios miles. La violación es un método añadido de horror ante cualquier otro horror. En la Cuenca Minera de Asturias, aún se recuerda como parte de la represión, la violación de madres, hijas o hermanas de posibles rojos. Los japoneses, utilizaron esclavas sexuales involuntarias, prisioneras de guerra que aún hoy no han sido indemnizadas por sus violadores. En Bosnia, cuando una mujer salía del campo de concentración a donde la habían llevado a la fuerza, si regresaba embarazada, es decir violada, era rechazada por los miembros masculinos de su familia por 'deshonrarlos'. Por entre las niñas que deambulaban en la frontera de la guerra de Irak, alguna llevaba, entre sus pertenencias, bebés paridos con dolor y miedo, hijos de sus violadores.
Y así, ad infinitum. Aún no hace demasiados años, en este país, ninguna violación era denunciada porque quien terminaba estigmatizada era la violada, nunca el violador. Tampoco quedan tan atrás aquellas estupendas sentencias de los jueces capaces de 'culpar' a la mujer por 'provocar' el instinto del violador. Ni siquiera me atrevo a imaginar el destino de las violadas en algún punto del globo como Haití, donde ha de sumar el silencio y el descrédito al abuso humillante; no consigo imaginar la pesadilla de esas menores violadas hasta perder la sensibilidad con el fin de servir en burdeles y otros antros. Digo que ni me atrevo a poner palabras sobre esas mujeres porque aún tengo clavados en la memoria los ojos vacíos y el alma enferma de otras mujeres, occidentales y privilegiadas, que tropezaron con un violador en sus vidas. Es como estar muerta en vida. Así lo definió una de esas mujeres que no ha logrado escapar de esa violación que, en su cabeza y en su cuerpo, se repite a diario sin servir como barrido ni las píldoras ni los psiquiatras. Un violador es un asesino, con el añadido de ser asquerosamente cobarde, tan sádico en la violación como impotente en lo cotidiano. Un violador es un cliente de burdel tratando de suplir su impotencia como hombre.
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