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En el centro, 'Bodegón con liebre y aves muertas', de Jan Weenix. :: FERNANDO GÓMEZ
Cuando el arte se hizo burgués
pintura

Cuando el arte se hizo burgués

El Guggenheim deslumbra con 130 obras de pintores de los Países Bajos del siglo XVII

IÑAKI ESTEBAN i.esteban@diario-elcorreo.com

Jueves, 7 de octubre 2010, 11:08

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En dos cuadros expuestos desde ayer en el Guggenheim Bilbao se puede resumir el ambiente revolucionario que, en el siglo XVII, posibilitó la edad de oro de la pintura holandesa y flamenca. En uno de ellos aparece una iglesia protestante sin cuadros ni esculturas, sin imágenes dramáticas, reflejo de una espiritualidad centrada en la conciencia más que en los gestos y ritos. En el otro, la Bolsa de Amsterdam, a cuya salida esperaban los pintores el encargo de los comerciantes, generosos si los negocios les habían ido bien.

Como los templos ya no necesitaban pinturas y la aristocracia estaba de capa caída, los artistas se vieron en manos de los primeros capitalistas, burgueses con buenas casas y deseos de decorarlas a su gusto. Entre todos ellos, civiles sin uniformes y dependientes de su trabajo, dieron forma a una nueva época, la modernidad.

En una de las mejores exposiciones de sus trece años de vida, el Guggenheim muestra los logros de esos pintores convertidos en 'autónomos', en profesionales libres que protagonizaron una era gloriosa para el arte a través de paisajes y retratos, de bodegones, de estampas de contenido histórico y bíblico. Las 130 obras proceden del museo Städel de Fráncfort, gracias a una oportunidad única: las obras para la ampliación de la pinacoteca alemana. «Si no hubiera sido por ellas, muchos cuadros de los que se ven aquí no habrían salido de sus salas», confesó el director del centro artístico, Max Hollein.

Si bien los organizadores de la muestra han elegido como punto central la pintura de Jan Vermeer 'El geógrafo', un prodigio técnico y testimonio de la importancia que los 'modernos' atribuyeron a la ciencia, el resto de la lista merece también un aplauso; entre ellos Rembrandt, Frans Hals, Rubens, Brueghel El Viejo y El Joven, Jordaens y Teniers.

En cualquier caso, el espectador puede ir a ver a los grandes y admirarlos, aunque uno de los atractivos de la muestra consiste en descubrir a los menos conocidos en España, desde las pinturas florales de Rachel Ruysch, raro ejemplo de artista femenina, a los paisajes fluviales de Van Ruysdael. Son ellos los que dan la dimensión de la riqueza artística del periodo y los que acreditan que el título de 'edad de oro' no es ninguna exageración.

Los elegidos por Dios

El director general del Guggenheim, Juan Ignacio Vidarte, presentó la muestra patrocinada por la Fundación BBVA, cuyo director, Rafael Pardo, estuvo ayer en Bilbao. Por la parte alemana, Max Hollein puso el énfasis en el carácter cívico de la colección, fundada por el banquero y comerciante del siglo XIX Johann Friedrich Städel en una ciudad, Fráncfort, con un estatus especial de libertad dentro de los estados alemanes del momento.

El subdirector del museo germano y comisario de la muestra, Jochen Sander, que ofreció ayer una lección impecable, situó las obras en su contexto, la independencia de los Países Bajos respecto al imperio de Carlos V y de Felipe II, y el extraordinario despegue comercial de Holanda -más que de Bélgica- gracias a la explotación de las vías marítimas, lo que convirtió al pequeño país en una potencia mundial.

En pocos años el número de ricos sin raíces aristocráticas creció de manera exponencial. Tanto que los holandeses se creyeron los elegidos por Dios, pues Calvino aseguraba que a los llamados a la salvación se les notaba por los frutos que sacaban de su trabajo. De hecho, la muestra no puede entenderse sin la religión protestante, sin el despegue de la burguesía y sin el nuevo orgullo holandés, como se muestra en los paisajes, con sus dunas y sus casas de pueblo típicas.

En realidad, hasta la imagen más inocente está cargada de simbolismo. El lujo de las flores y objetos de los bodegones recalcan el estatus de los holandeses, si bien aparecen al lado de las calaveras o 'vanitas', recuerdo del final de la vida. A través de los cuadros de historia, sus propietarios mostraban que tenían la suficiente cultura para leer las representaciones con propiedad. Escenas del Antiguo Testamento como la que pintó Rembrandt, en la que Saúl, rey de Israel, decide matar por celos al pastor David, que en ese momento toca el arpa.

La muestra incluye una deslumbrante galería de retratos, que ya no son de reyes ni de papas sino de mujeres, niños y hombres particulares que querían que su imagen quedara colgada de la pared de su casa como recuerdo. Al final de la exposición, una de las secciones más sorprendentes: los retratos de bebedores y fumadores, escenas tenebrosas de las clases inferiores que gustaban a los burgueses porque justo expresaban lo que no eran. Su gusto no anduvo desencaminado, ya que sin él no hubiera existido esta edad de oro que ahora se muestra en el Guggenheim en todo su esplendor.

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