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Renovación. El puente no dejará de funcionar mientras duren las obras. :: FOTOS: GABRIELA BARNUEVO
Test de color para el Puente Colgante
reforma a partir de septiembre

Test de color para el Puente Colgante

Usuarios reciben con escepticismo los cambios en la estética de una de las señas de identidad de Vizcaya

GUILLERMO ELEJABEITIA

Martes, 20 de julio 2010, 10:59

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«¿Que van a cambiar de color el Puente Colgante? ¡No me tomes el pelo, chaval, que ya tengo unos años!». Así de contundente se mostró ayer Víctor al conocer la inminente renovación de uno de los emblemas más reconocibles de Vizcaya. Sentado en el muelle de Tomás Olabarri, junto al pilar getxotarra del puente, este vizcaíno no daba crédito a sus oídos: «Llevo viéndolo desde que la barquilla era de madera, hace más de cincuenta años, y siempre ha sido negro. ¿Cómo es que lo van a cambiar?», se preguntaba.

Víctor ignoraba ayer la ambiciosa reforma que vivirá el Puente Colgante de Vizcaya a partir de septiembre. Cuatro meses de trabajo y un millón y medio de euros se destinarán para un proyecto que incluye la sustitución de varias piezas y la consolidación de la estructura de este icono, pero del que llama especialmente la atención el cambio de color. A partir del próximo año, el 'primo vasco' de la torre Eiffel lucirá un elegante color champán, tirando a marrón oscuro .

Exactamente el tono que luce el famoso icono parisino: «¡Qué manía con querernos parecer siempre a lo extranjero!», exclamó Amparo. «El color que tiene ahora es perfecto para una tierra de hierro como esta», argumentó su amiga Carmen. «Yo lo dejaría como está, como ha estado toda la vida», zanjó Blanca, que lleva décadas cruzándolo. Ayer lo hizo junto a su hija Carmen y su nieta Aroa. Ninguna de ellas se mostró muy convencida con el cambio: «El negro le va muy bien, pero los que mandan, mandan», apuntaron con resignación.

Lo cierto es que la mayoría de los usuarios sondeados se muestra todavía algo reticente a cambiar la apariencia de una de las señas de identidad del territorio. «Estamos acostumbradas al color de siempre», subrayaron Esmeralda y Digna mientras paseaban por la orilla jarrillera de la ría. Tampoco a Andoni y Unai, dos jóvenes de Sestao y Portugalete que esperaban montados en sus bicicletas para tomar el trasbordador, parece haberles hecho mucha gracia el cambio: «Desde que recordamos, ha sido negro y será un poco raro verlo de otro color. Ya que se ponen, que lo pinten rojiblanco», bromearon.

«Cien años en darse cuenta»

Pero el cambio en la tonalidad no responde a razones estéticas ni sentimentales, sino que tiene una justificación práctica. El negro azabache provoca una concentración excesiva de calor y deforma ligeramente su estructura. Durante los meses de verano las variaciones en el esqueleto metálico suponen varios milímetros por cada grado centígrado. La nueva pintura marrón evitará problemas como atascos en la barquilla por culpa de la dilatación y mitigará la erosión de las piezas. Pero ni con los argumentos de los ingenieros en la mano la gente se daba por convencida. «¿Y han tardado cien años en darse cuenta de que el negro es perjudicial?», se preguntó Iker con no pocas dosis de sarcasmo.

Aunque el cambio de look, ha generado cierta polémica, donde sí hay consenso es en la necesidad de una renovación integral que sitúe esta obra decimonónica nombrada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en la senda del siglo XXI. «Está muy bien que vaya mejorando, porque lo usamos mucho», explicó Esmeralda. «¡Acuérdate del frío que pasábamos en la barcaza antigua y lo a gusto que se va en la nueva», corroboró su amiga Digna.

Marian es de las que opinan que hay que «adaptarse a los tiempos. Al fin y al cabo, el puente tiene que seguir dándonos servicio muchos años más». Itxaso, Jasone, Saúl y Miriam, cuatro jóvenes que usan habitualmente el trasbordador para ir a la playa, coincidieron en la necesidad de la reforma, «que buena falta le hace». Melquiades, portugalujo con muchos años de experiencia en la construcción, lo confirmó nada más bajar del ascensor panorámico que da acceso a la pasarela superior del puente: «Ahí arriba se ven piezas con varios centímetros de corrosión».

Aunque llevan viéndolo toda la vida, él y su mujer Rosario aprovecharon la tarde para conocer mejor esta joya de la ingeniería y, de paso, despedirse del negro azabache que le ha acompañado durante sus 117 años de vida. «Teníamos el día libre y nos picaba la curiosidad», señalaron. «Si los turistas vienen a verlo, por qué no vamos a subir nosotros». Turistas como la francesa Solange, que conoció ayer el Puente Colgante de la mano del barakaldés Iker. Resulta difícil impresionar a una parisina, pero Iker lo consiguió: «He subido muchas veces a la Torre Eiffel, pero no hay nada como esto en París», confesó emocionada.

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