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«Con el Astoria subimos al 'Coloso en llamas' y nos aterrorizamos con 'Tiburón'». :: EL CORREO
La casa fantasma
BILBAINOS CON DIPTONGO

La casa fantasma

JON URIARTE

Lunes, 14 de junio 2010, 10:34

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De repente, su casa había desaparecido. Vivía en el cuarto piso del 19 de Alameda San Mamés. Allá por el año 96 compartimos mañana, café y conversación. Octogenario, guardaba aún, en su pequeño cuerpo, tantas historias como energía. Se llamaba José Aguirre. Ya no está. Cosas del calendario. Unos se van y otros llegan. Y eso vale para el ser humano y para los edificios.

Muchos bilbaínos, y aún más bilbaínas, con diptongo me han pedido que hable sobre los rincones que un día fueron. Lugares que recuerdan a personas y personas que no son nada sin esos lugares. Así que hoy bucearemos en la memoria de Bilbao. Empiezo yo. Quizá el primer recuerdo sea el de la repisa exterior del restaurante Uriarte, familia obliga, donde mi abuela me sentaba antes de que existiera el puente de La Salve. Ahora hay otra casa de comidas, pero con otros sabores. Luego está el Trueba. Allí Blancanieves no se acompañaba de siete enanitos, sino de miles. Tantos como butacas. Hablando de cines, el Astoria. Campuzano está preciosa, pero le falta celuloide. En él subimos al 'Coloso en llamas' y nos aterrorizamos con 'Tiburón'. Antes, pasábamos por Fernando, frente a Jesuitas, para comprar regalices de Zara. O por la Tiendita verde, junto al Chufo y la plaza San José. Recuerdo el Chacalá, su chocolate con churros y las broncas de las camareras. Los billares del King Ball de Pozas, los combinados del Ugari en Henao y la tienda Fancy, templo de vaqueros etiqueta roja y zapatillas John Smith. También otras, como Sheriff, Casa Manzanos, Galerías Preciados, Guijarro y Simago, donde comprabas palomitas por un duro. Desaparecieron el Pub Citroën, en el que me eché novia y celebré la liga del Athletic, y el Kelder, donde celebré el doblete y perdí a la novia. Qué decir del Yoko-Lennons. La de viajes de estudios que buscaron financiación allí. Tengo un amigo que, emulando a Travolta, lanzó la chaqueta y rompió treinta vasos. No le volvieron a dejar entrar. Tampoco en la pista de Nogaro, ni en el Parque de Atracciones. Torpe que era el chico.

La Goleta de Ibáñez de Bilbao partió, una noche y sin avisar, cargada de espumosos. Y nos dejó huérfanos de agua autóctona y tardes eternas. Como el salchichauto, el único edificio con ruedas del mundo mundial. Se fueron también los boteros que despachaban frente a La Alhóndiga y de los que algún día hablaremos. O el JK, donde Joseba, digno heredero de sus tíos pero con mejor sonrisa, preparó combinados a Kraus y a Pavarotti, a escritores y actrices, a triunfadores y derrotados. Y todo, en el lugar más democrático. La barra de un bar. Pero ojo, si salimos del botxo, sumamos más ausencias. Como la oficina de turismo de Ereaga. Era nuestro guiño a California, al mar y a otras tierras. Y era preciosa. Hay quien afirma que en Sodupe, por las noches, más de un paisano palpa la pared de cierto edificio buscando la entrada del Tulua. Lo mismo sucede en el Barrabás de Amorebieta. Estos son los míos. Ahora les toca a ustedes.

Pasear por Bilbao y Vizcaya te llena de orgullo. Vamos a mejor. De eso no hay duda. Pero no es menos cierto que vamos perdiendo referencias. Es como si uno no se muriera de golpe, sino a plazos. Por eso, cada vez que llego a cierta altura de Alameda Rekalde, saludo a Aguirre. Está asomado a su ventana. Entro en el portal y subo las retorcidas escaleras. Me abre la puerta y compartimos un café. Ya sé que todo eso no es cierto. Que no existe. Que son fantasmas del ayer. Pero quién sabe si no hay otro Bilbao en un universo paralelo. El Bilbao que un día fue y no deberíamos olvidar. Porque, con los años, «todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia». La lluvia de un viejo Bilbao que nunca debería morir.

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