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IÑAKI ESTEBAN
Viernes, 4 de junio 2010, 10:34
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Fernando García de Cortázar lleva tiempo atareado en contar la historia de los que no suelen salir en los libros de historia, como las mujeres y los perdedores, y también se ha propuesto ver el pasado desde puntos de vista marginales para el historiador profesional, los del arte o la literatura.
En su último libro, 'Leer España', recorre la obra de clásicos como Polibio o Tucídides y de contemporáneos como Fernando Aramburu, Javier Cercas o Rafael Chirbes, para transitar de la época de la Roma imperial a los años del ladrillo y el pelotazo. En sus páginas hay más personas corrientes que gobernantes, más sentimientos que estrategias, más diálogos que discursos.
«Si alguien deja a un lado la novela picaresca sólo se entera a medias de lo que pasó en el siglo XVII. Sin ella no conoceríamos la lengua de los bajos fondos ni la Sevilla lumpen, con sus mendigos y sus prostitutas. Y además no podríamos relacionar los pícaros de entonces con los de ahora, una relación que puede ser de lo más reveladora. En muchos casos, los literatos cuentan lo que callan los historiadores», asegura García de Cortázar, director del Aula de Cultura de EL CORREO.
Por ejemplo, Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, escribió en una de sus poco conocidas novelas históricas que la peste negra vino muy bien a los pobres ingleses de la Edad Media, porque eliminó a la mitad de la población, lo que dejó a la otra mitad en condiciones de elegir para quién trabajar y con qué jornal. En la pluma de un historiador, habría sido un escándalo. En cambio, si lo cuenta Conan Doyle...
Pérez Galdós y el siglo XIX
La historia tiene que aprovecharse más de las posibilidades de la literatura, de su capacidad de transmitir emociones, resalta el autor. «Y no sólo hablo de la novela, sino también de los diarios o de las memorias. En el siglo XX se ha separado demasiado la historia de las obras literarias bajo el pretexto de aspirar a ser una ciencia. Marcial o el mismo Julio César creían que el relato histórico era un arte y que debían utilizar sus recursos».
En la época moderna ha habido excepciones, como la concesión del Nobel de Literatura en 1902 a Theodor Mommsen por su 'Historia de Roma', y en 1953 a Winston Churchill por sus memorias. Pero la regla en los textos históricos ha sido la de la prosa seca y anémica.
No hay mejor historiador del siglo XIX que Benito Pérez Galdós, ni nadie ha descrito mejor el clima moral de la Restauración que Clarín en 'Fortunata y Jacinta', sostiene García de Cortázar en 'Leer España', un libro que también propone una biblioteca personal para profundizar en los hechos narrados.
Autores como él mismo y como Antony Beevor han sabido relatar la historia buscando la expresión y la tensión narrativa. «Lo de Beevor me parece admirable y la gente lo agradece, porque se ha convertido en un superventas, como yo agradecí el libro de John Elliot sobre el conde-duque de Olivares, retrato sobre la ambición de poder».
La literatura, concluye García de Cortázar, tiene instrumentos que la historia profesional desconoce. «¿Qué historiador puede describir el miedo de los amenazados, de los apartados de la comunidad por ser víctimas de ETA? Y, sin embargo, Fernando Aramburu o J. A. González Sáinz ya lo ha hecho».
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