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Adiós a Ricardo Blázquez
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Adiós a Ricardo Blázquez

BORJA VIVANCO DÍAZ

Martes, 16 de marzo 2010, 03:38

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Era conocido que la Santa Sede no podía demorar más la promoción de Ricardo Blázquez a arzobispo. Recordemos que Blázquez ha sido el anterior presidente de la Conferencia Episcopal Española. Durante casi quince años, ha sabido lidiar la siempre complicada Iglesia de Vizcaya. Por supuesto, goza de prestigio como teólogo y se cuenta entre los pocos obispos españoles que han trabajado, codo con codo, con Benedicto XVI en sus tiempos de cardenal. Y fue precisamente el Papa quien le encomendó, hace un año, la embarazosa tarea de inspeccionar a los Legionarios de Cristo conmocionados por la divulgación de los escándalos sexuales de su fundador.

Si a todo ello añadimos que -dentro de poco más de un lustro- Blázquez deberá presentar su dimisión como obispo por razones de edad, su traslado a una archidiócesis tendría que producirse cuanto antes; como al final así ha sucedido.

El título de arzobispo supone, ciertamente, un escalafón más alto dentro de la jerarquía de la Iglesia Católica pero, hoy en día, sus atribuciones no se distinguen, casi en nada, de las de quien es sólo obispo. Asimismo, la archidiócesis de Valladolid no es de las más relevantes de España e incluso su volumen de población es menor que el de la diócesis de Bilbao. En consecuencia su promoción 'sabe a poco'; más teniendo en cuenta que, en los últimos meses, se han ido cubriendo los arzobispados de sedes tan relevantes como Sevilla, Valencia o Toledo, y para los que el 'capelo' cardenalicio les está casi asegurado.

La carrera episcopal de Blázquez comenzó en Santiago de Compostela, de la mano del entonces arzobispo de la ciudad, Antonio María Rouco; quien propuso a la Santa Sede su candidatura para obispo auxiliar. Para aquel entonces, Blázquez ya se había abierto paso como respetado profesor de teología en Salamanca. En la encrucijada de los años 70, cuando la Iglesia católica se debatía entre el 'progresismo' o la 'restauración', Blázquez se decantó por la segunda corriente, que finalmente prevaleció, nada más ocupar Juan Pablo II el solio pontificio en 1978.

De la plaza del Obradoiro fue trasladado en 1992 a Palencia y en septiembre de 1995 a Bilbao. Sectores nacionalistas mostraron su disconformidad con el nombramiento de Blázquez ya que no hablaba euskera y desconocía la realidad social vasca; en tanto que el 'alto clero' de la iglesia de Vizcaya, que anhelaba el regreso de Juan María Uriarte a Bilbao, interpretaba que el nuevo prelado era enviado por el Vaticano para 'domesticar' una diócesis 'demasiado escorada hacia el progresismo'. Pero, en realidad, pocos conocen que Blázquez fue el número dos de la lista que la nunciatura apostólica confeccionó y al que la Santa Sede recurrió; una vez que el prestigioso historiador guipuzcoano José Ignacio Tellechea rechazó ser obispo de Bilbao.

El golpe de timón, que algunos temieron de Blázquez, jamás se produjo. Si el 'progresismo' ha ido perdiendo fuelle en la diócesis, cabe atribuirlo a su desgaste natural, al desencanto sufrido o a su propia incapacidad para sumar nuevas voluntades. Muy poco, o nada, ha tenido que ver Blázquez con todo ello. De hecho, ha sabido conservar las mejores aportaciones del 'progresismo', como son la promoción de la justicia social, la corresponsabilidad de los laicos y el diálogo con los valores del mundo de hoy. Es más, pienso que Blázquez se ha dejado interpelar por el 'progresismo'. Y, seguramente por ello, ha sido contemplado como el contrapeso y la alternativa a la línea oficial que el cardenal Rouco lidera en la Conferencia Episcopal.

No obstante, Blázquez ha trabajado a favor de la participación activa -en la vida de la diócesis- de los nuevos movimientos de laicos que despegaron al calor del pontificado de Juan Pablo II, o ha deseado recuperar la olvidada y subestimada religiosidad popular (Semana Santa bilbaína, procesión del Corpus Christi…). Creo en definitiva que, en el episcopado de Blázquez, la Iglesia de Vizcaya ha ganado en pluralidad, equilibrio o representatividad; frenando el 'capillismo' y el 'elitismo' que antes, en cierta medida, también la distinguía. En el futuro, será necesario seguir trabajando en esta misma dirección. Sin ser un personaje especialmente carismático, su carácter sencillo y bondadoso ha despertado la unánime simpatía personal de quienes, unos más y otros menos, le hemos ido conociendo en Bilbao.

A pesar de que muchos sacerdotes se lo desaconsejaron, por las interpretaciones políticas que podían sustraerse, Blázquez decidió presidir los funerales de los asesinados por ETA, a lo que después el resto de obispos del País Vasco se sumaron también. Por sus orígenes y por las críticas iniciales que su designación recibió, más que por sus pronunciamientos públicos, la figura de Blázquez ha favorecido que la imagen nacionalista -casi siempre estereotipada- de la Iglesia vasca se haya ido diluyendo, para bien de todos los ámbitos de la sociedad.

La opción más razonable es que la Santa Sede opte por Mario Iceta como nuevo obispo titular y que, además, lo haga cuanto antes. Demorar tal nombramiento, que muchos concebimos como una sucesión natural, evitaría las especulaciones o controversias tan dolorosas como las que se han reproducido recientemente en la vecina diócesis de San Sebastián. Si Iceta fuera finalmente elegido, Blázquez creería que deja Bilbao en buenas manos.

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