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Antiguas instalaciones militares de Punta Lucero (Zierbena).
La Línea P, la paranoia de Franco
Desde el Cantábrico hasta Cataluña

La Línea P, la paranoia de Franco

La dictadura construyó una red de fortificaciones militares para defenderse de una temida invasión procedente de Francia. Son pocos los restos que quedan de ella, pero en Bizkaia todavía se pueden visitar algunos

ANJE RIBERA

Miércoles, 18 de septiembre 2013, 13:23

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La mayor obra de fortificación militar construida en Europa tras la Segunda Guerra Mundial se ubicó en España. Bajo la denominación oficial de Organización Defensiva de los Pirineos, la dictadura de Francisco Franco construyó entre 1937 y mediados de los cincuenta un conjunto de búnkers con la finalidad de impermeabilizar la frontera con Francia ante una hipotética invasión, bien de los republicanos exiliados o los maquis y sus aliados, una vez finalizada la Guerra Civil.

Existía asimismo temor por una posible operación relámpago de las tropas nazis de Adolf Hitler, que, en su afán de controlar todo el territorio continental, vigilaban los pasos fronterizos galos mediante la Gestapo a pesar de que oficialmente era el régimen colaboracionista de Vichy quien debía hacerlo. La amenaza aumentó tras el desencuentro del Fuhrer con el Generalísimo en la entrevista de Hendaya.

El régimen quiso imitar la Maginot francesa o las alemanas Hindenburg o Sigfrido. En ese intento nació la llamada Línea P o Línea Pirineos. Fue la gran paranoia de Franco. La militarización de la cordillera que separa a España de las Galias y constituye una frontera natural abarcaba aproximadamente unos quinientos kilómetros, desde el Cantábrico hasta el Mediterráneo, con un proyecto inicial faraónico que contaba con entre 8.000 y 10.000 asentamientos militares, aunque solamente se construyeron unos 4.000.

El plan original estaba ideado para que cada centro estuviera rodeado de trincheras comunicadas entre sí, con pozos, observatorios y alambradas. Alojarían un arsenal compuesto por ametralladoras, cañones antitanque, piezas de infantería y morteros. Los asentamientos estaban divididos en cinco modalidades: de observación o mando, de combate, de artillería, a cielo abierto o abrigos.

Muchas de las fortificaciones habían sido erigidas por las tropas republicanas en los frentes de combate de la contienda fratricida, siendo modificados por los nacionales en plena guerra, a medida que controlaban territorios, o una vez finalizada mediante la utilización de presos políticos. Los trabajos se realizaron en el más absoluto de los secretos militares.

El sigilo fue tal que en 1946 la ONU investigó si en los Pirineos se estaba construyendo una estructura de carácter ofensivo, lo que, finalmente, fue descartado por su técnicos tras inspeccionar parcialmente la zona. Franco consiguió que los inspectores sólo visitaran pueblos, donde los soldados fueron disfrazados con trajes de paisano y ocultados en los bosques. Además camuflaron algunos fortines colocando delante grandes letreros en los que se anunciaban hoteles.

Nunca entró en servicio

No obstante, la efectividad a la hora de la calidad de las obras no fue tan escrupulosa y los búnkers adolecieron de numerosas deficiencias. Los expertos que las han analizado en la actualidad aseguran que las dimensiones de los nidos no eran las adecuadas para las nuevas armas, muchos estaban prácticamente al descubierto o en zonas estratégicamente malas y además algunas de las protecciones de hormigón difícilmente podrían resistir los obuses más potentes. Además, las estrategias bélicas habían cambiado tras el desembarco de Normandía y la demostración de la viabilidad de los lanzamientos masivos en paracaídas.

Se usaron cantidades ingentes de hierro y cemento, materiales que escaseaban en la postguerra. Gran parte de este material acabó en manos privadas, porque los militares idearon negocios paralelos y tampoco era de extrañar que se derivaran a construcciones particulares.

La obra nunca llegó a culminar ni entró en servicio, aunque el Ejército mantuvo activo el plan hasta 1985. Lo abandonó una vez que España ingresó en la Comunidad Económica Europea y formó parte también de la estructura militar de la OTAN. Desde entonces esta infraestructura militar defensiva ha derivado en un recurso patrimonial de primer orden y en una atracción turística más. Sin embargo, la falta de mantenimiento en realidad han convertido los búnkers en refugio de murciélagos, de cazadores o pastores, o, en el peor de los casos, centro de atención de los recuperadores de chatarra.

Cuando Franco fortificó los Pirineos incluyó a Bizkaia en el plan defensivo de la cordillera montañosa. De muchas de las infraestructuras que en la provincia formaron parte de la Línea P apenas quedan vestigios, pero todavía podemos ver algo de ellas en Punta Lucero (Zierbena), Durañona (Trápaga), Ganguren (Galdakao), Munarrikolanda (Berango), Punta Galea (Getxo y Sopelana) y Cabo Villano (Gorliz).

La más conocida y quizá la mejor conservada es la posición de Punta Lucero, sobre el puerto de Bilbao. Todavía sobreviven los restos de los cañones y varios edificios castrenses construídos sobre el antiguo Cinturón de Hierro diseñado por Goicoechea. En Gallarta, concretamente Durañona, acogió un cuartel con cañones y túneles.

La posición de Ganguren era una de las más amplias. Disponía de cuatro cañones ya desaparecidos y una excavación subterránea bastante prolongada.

El fuerte de la Galea, situado en Getxo, está en desuso desde 1947. Pese a ello es una de las edificaciones que mejor han resistido el paso del tiempo. No ocurre igual con el búnker de Sopelana, que se encuentra en lamentables condiciones. Su hermano, el de Azkorri, ya fue destrozado hace mucho.

Gorliz asimismo fue uno de los enclaves que Franco eligió para proteger una invasión marítima por el Cantábrico mediante ingeniería bélica. La posición de Cabo Villano constaba de cuatro piezas y de un búnker de tres alturas.

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