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TEXTO Y FOTOS: SERGIO GARCÍA
Lunes, 9 de septiembre 2013, 14:55
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Dicen en Santa María de Lebeña, un pintoresco pueblo en el corazón de los Picos de Europa, que hace más ruido un árbol que derriban que todo un bosque cuando crece. Son esas reflexiones que surgen cuando uno tiene el privilegio de vivir en la naturaleza y cobran importancia cuestiones como el curso de las estaciones, seguirle el rastro a un rebeco o la graduación de la última cosecha de orujo. No es mal plan, y menos en verano, cuando cualquier recodo del río ofrece una corriente fresca y refugio a la sombra de hayas, robles y alcornoques. Para llegar allí hay que ir hasta Unquera, en la muga de Cantabria con Asturias, y bajar más allá de Panes. Comienza entonces el desfiladero de La Hermida, el más largo de España, una ruta angosta y alambicado de 21 kilómetros que se desliza entre paredes de piedra musgosa y cauces chispeantes, donde cada coche que viene de frente representa un desafío y el adelantamiento está descartado (o debiera). El paseo que proponemos atraviesa un paisaje agreste salpicado de valles donde la historia está presente en cada recodo del camino, cuajado de rutas de montaña de una belleza incomparable y aldeas a la sombra de collados que parecen inexpugnables.
La Hermida sigue la huella del río Deva que nace más allá de Potes, entre cumbres que se levantan desafiantes como si quisieran desprenderse del abrazo de la niebla y donde todavía en el mes de julio es posible ver neveros. El macizo marca la divisoria entre autonomías y Asturias queda atrás en cuanto llegamos a Urdón, con su central hidroeléctrica y el camino que conduce a Tresviso, un pueblo encaramado en la cima de la montaña al que se llega por un camino en zigzag de fuerte pendiente y extraordinaria belleza, al que asoma alguna que otra mata de yerba buena y bordas para el ganado. El sendero, pedregoso y accidentado, fue construido a finales del siglo XIX, cuando los yacimientos de cinc de la zona llamaron la atención de las empresas inglesas y comenzó la explotación intensiva de la blenda, que luego se enviaba en balsas por el río en cuanto las lluvias y el cauce así lo permitían. Tresviso es famoso por su queso, que junto al cabrales y el picón son la mejor credencial de ese tesoro gastronómico que esconden los Picos de Europa.
Unos kilómetros más allá de Urdón, se encuentra La Hermida, el pueblo que da nombre al desfiladero y donde se levanta un balneario de aguas ricas en cloruro y sodio que brotan de tres manantiales a 60º y que ha vuelto a abrir sus puertas después de décadas de abandono. El complejo, fundado por la compañía minera La Providencia, sirvió de cuartel y sanatorio a las tropas republicanas durante la Guerra Civil y de refugio a los niños que quedaron sin hogar tras el incendio de Santander de 1941, y debe su celebridad a los tratamientos con agua de hervida, Hermida- de afecciones de la piel, enfermedades respiratorias o artrosis. Desde aquí la carretera continúa hacia Lebeña, otro enclave de singular belleza encajado a los pies de Peña Ventosa, donde destaca su iglesia mozárabe de Santa María, que combina influencias islámicas y visigodas y al que da entrada un arco de herradura. El templo, junto al que se levantaba no hace mucho un tejo milenario que derribó la tormenta, ocupa un rincón boscoso batido por la brisa que llega del río y las montañas, y a sus pies se abre un cementerio donde las lápidas relucen las noches de luna llena.
El desfiladero se difumina conforme nos acercamos a Castro-Cillorigo, integrado por aldeas minúsculas como las del Valle de Bedoya: Esanos, Trillayo, Pumareña, Salarzón Rincones todos ellos pintorescos y donde el tiempo parece haberse detenido, ya sea a la puerta de una escuela abandonada o de una destilería explotada en régimen de cooperativa por los aldeanos y donde se elabora el famoso orujo de Liébana con el hollejo que queda de prensar la uva. Una tierra donde en invierno sacrifican cerdos en el patio de casa y en verano las ramas de los árboles se doblan por el peso de la fruta; los rebaños de ovejas y vacas pastando a sus anchas en praderías desde las que se divisa el puerto de San Glorio, en el camino a Riaño. Abajo, en la carretera de Potes, se suceden el centro de interpretación ambiental de Tama y los hornos para tostar blenda de Ojedo, población esta última de donde parte la vía que conduce a Cervera de Pisuerga. El paisaje de Peña Sagra se sucede entre casas de labranza y agroturismos, como en Cahecho y Cabezón de Liébana, y da refugio a joyas románicas como Santa María de Piasca. Es también el reino de lo que viene en llamarse turismo activo, desde excursiones a caballo y tirolinas hasta salidas en quad y 4 X 4.
Potes ocupa el corazón de la comarca y es también el punto donde confluyen todas las visitas. Torres como la del Infantado, casonas con blasones en la fachada como la que alberga el Museo de la Brujería, la iglesia vieja de San Vicente, los puentes sobre el río Quiviesa donde se ha habilitado un paseo agradable que atraviesa todo el pueblo-, los soportales de la plaza, los escaparates que asoman pletóricos de embutidos de ciervo y jabalí, miel de mil flores, sidra, fabes, crema de orujo, quesucos, corbatas de Unquera, sobaos y quesadas Y eso en las tiendas de souvenirs, entre un variado surtido de cucharas de palo, navajas, guías de senderismo y cencerros; porque en cuanto uno decide tomarse un respiro y llenar el estómago como Dios manda es decir, sentado-, es casi imposible sustraerse a la tentación que en forma de vaho diábolico recorre las callejuelas empedradas. Hablamos, cómo no, del cocido lebaniego, santo y seña de una región donde de acuerdo, en invierno te comerán los lobos- no es fácil morir de hambre. Un festival para los sentidos hecho de garbanzos, patatas, berza y el compango de la matanza del cerdo. Si al término de semejante homenaje plato único, ojo- le dan a escoger entre coger el coche y una siesta, no lo dude.
A la salida de Potes, siempre y cuando hayamos dejado para otro momento el alcornocal de Tolibes, aguarda otro de los hitos del viaje. Se trata del monasterio de Santo Toribio, donde allá por el siglo VIII el Beato de Liébana escribió y sobre todo ilustró- los Comentarios del Apocalipsis, un referente de la Cristiandad ya desde los tiempos de Carlomagno. Fue en esta época, y en buena medida debido a la labor del cenobio, cuando empezó a cobrar peso la creencia de que Santiago Apóstol había predicado en España y sus restos se hallaban en Galicia, dando así pie al Camino de Santiago, auténtica autopista cultural de la Edad Media. Aquí está el Lignum Crucis, la reliquia más grande que se conserva de la cruz de Cristo, envuelto en una carcasa de plata que a su vez se guarda en un magnífico camarín diseñado hace más de tres siglos. En 1512, el monasterio recibió la bula papal por la que se estableció el jubileo lebaniego, que se celebra los años que la festividad de Santo Toribio (16 de abril) cae en domingo. Posteriormente, este privilegio semanal fue ampliado por Pablo VI a todos los días del año siguiente a contar desde esa fech, una prerrogativa de la que sólo gozan otros tres lugares en el mundo: Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela. El complejo, originalmente encomendado a la regla benedictina, sufrió un duro golpe tras la Desamortización de Mendizabal y no volvió a levantar cabeza hasta los años 60 del siglo pasado, ya en manos de los franciscanos.
Otra vez en la carretera, para adentrarnos más aún en el Macizo Oriental de los Picos de Europa, una formidable barrera montañosa que se interpone entre Liébana y la costa, mitigando la influencia oceánica y que da lugar a un microclima más seco y soleado con vegetación mediterránea. Un espacio donde todavía es posible encontrar especies en peligro de extinción, como el oso pardo o el urogallo. Los pueblos vuelven a dar paso a aldeas como la de Mogrovejo, con su torre medieval recortándose sobre la cordillera, declarada conjunto histórico y donde muchas casas conservan sus hornos de pan. Los Llanos, Bárcena, Besoy O Cosgaya, con una oferta hostelera casi palaciega donde degustar unas carrilleras que dejan sin habla, truchas pescadas allí mismo, morcilla que se diría con label Si algo abunda en un itinerario como éste son los motivos para apartarse de la ruta y convertir una excursión de dos días en un viaje de una semana. De Espinama parte otro sendero hasta el mirador de Fuente Dé, donde un teleférico no apto para cardiacos salva un desnivel de casi 900 metros; una pared vertical que le obliga a cubrir el último tramo como si fuera casi un ascensor. Es arriba, en los Puertos de Aliva, rodeados por Peña Vieja, Torre Blanca y Pico Remoña, donde uno mira al abismo y descubre que hay muchos mundos, pero todos están en éste.
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