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Cámara de la muerte de la prisión de Huntsville, en Texas./ Ap
Las chapuzas de la pena de muerte en Estados Unidos
'polémica

Las chapuzas de la pena de muerte en Estados Unidos

Clayton Lockett fallecía de un infarto 43 minutos después de que le explotasen las venas tras fallar la inyección letal. Una sucesión de errores en las ejecuciones han reabierto el debate. ¿Sufren los condenados? ¿Deben hacerlo?

MIRIAM COS

Viernes, 2 de mayo 2014, 13:54

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Que Clayton Lockett no era un santo estaba claro. Asesino de una joven de 19 años, Stephanie Neiman, a la que pegó dos tiros delante de sus amigos tras obligarles a enterrarla aún viva en un paraje de la Oklahoma rural, llevaba varios años esperando su fatídico destino, la pena de muerte, a la que fue condenado por un jurado popular. Este martes su sentencia se cumplía en la prisión de McAlester con 43 minutos más de agonía de lo que está indicado en estos casos. La inyección letal falló, provocó que se le explotasen las venas y le hizo sufrir un proceso de muerte lento y doloroso que finalizó con un ataque cardíaco. Al final le mató un infarto, no la dosis letal de veneno que le había sido administrada. Casi tres cuartos de hora de aspavientos, estertores y dolores en los que incluso se llegó a abortar la ejecución pese a que ya se había llevado a cabo. El debate sobre la pena de muerte en Estados Unidos se reabre. Sobre la licitud de una condena inhumana y sin marcha atrás posible, aunque se demuestre con el paso del tiempo que el acusado era en realidad inocente, y también sobre la forma de aplicarla. Las chapuzas se han sucedido en el pasado reciente.

No hace falta remontarse mucho tiempo atrás para dar con un caso de este tipo. El pasado enero, Dennis McGuire tardaba 20 minutos en morir con una inyección letal. Según declaraciones de una de las propias hijas del reo, su padre "intentaba levantarse de la camilla pese a estar atado" debido al sufrimiento. "Le vi apretar el puño. Me parecía que estaba luchando por su vida mientras se ahogaba. La agonía y el terror de verle ahogarse hasta la muerte duró más de 19 minutos. Ha sido la experiencia más horrorosa de mi vida", sentenciaba. Lo mismo le sucedió al puertorriqueño Ángel Nieves Díaz en el año 2006. Pese a recibir una dosis doble de cóctel mortal, tardó 34 minutos en morir. Sus familiares, indignados, denunciaron los hechos, mientras que los responsables de la prisión de Florida donde se realizó la ejecución aseguraron que el reo padecía una enfermedad del hígado, lo que hizo que no procesara los fármacos que contiene la inyección.

En Estados Unidos, donde la práctica más extendida de ejecución es la inyección letal, se empiezan a cuestionar los componentes de las mismas y si es una buena e indolora forma de acabar con los condenados a muerte. Los estados del país donde se realizan estas prácticas han utilizado hasta tres compuestos diferentes en las inyecciones. Desde el año 2011 es casi imposible encontrar la sustancia que hace que los reos queden sedados y no sufran: pentotal sódico. Las grandes farmacéuticas dejaron de fabricarlo y la Unión Europea prohibió su exportación para así poder acabar con la pena capital. Ahora, los compuestos que se utilizan en muchas ocasiones son de importación ilegal. Además, estados como Texas u Oklahoma, donde más ejecuciones se realizan, han empezado a adquirir los productos a través de farmacéuticas particulares que no pasan ningún tipo de control. Los ciudadanos estadounidenses claman por que se elimine la pena de muerte, mientras que gobernadores de otros estados llegan a pedir que se desempolven las sillas eléctricas, que se construyan cámaras de gas o que se permitan los fusilamientos. Toda una locura.

Salir vivo de tu ejecución

Pero el sufrimiento de estos reos ante su ejecución no es el único. Algunos han llegado a salir vivos de su condena a muerte, aunque no por ello sin agonía y dolor. Así fue el caso de Romell Broom en el año 2009. Dos horas después de su 'ejecución', volvía a su celda con hasta 18 pinchazos en el cuerpo. Al parecer, la enfermera que debía ponerle el catéter para administrarle la inyección letal no encontraba una vena, por lo que le pincharon hasta casi en una veintena de ocasiones sin lograr su objetivo. En piernas, brazos e incluso en la rodilla, donde llegaron a tocar el hueso. "Empecé a ponerme nervioso. Lloraba, estaba mal y mis brazos se habían hinchado, las enfermeras pinchaban en las zonas ya contusionadas, pedí que pararan y solicité hablar con mi abogado", explicó el preso en su momento. Aunque esto no le libró de su sentencia a muerte, que se cumplió una semana después.

Desde la escasez de pentotal sódico los 32 estados que aún mantienen en sus códigos las penas capitales han experimentado con humanos llegando a resultados trágicos y provocando la paralización de las penas de muerte de otros presos. Al parecer, Clayton Lockett fue el conejillo de indias de la cárcel de Oklahoma para probar un nuevo compuesto que sustituye al ya casi desaparecido pentotal: el midazolam. Hasta ahora este fármaco se usaba solo en intervenciones sin importancia, por lo que sería bastante extraño que pudiese dormir al condenado para que no sintiese el efecto del bromuro de vecuronio, que detiene la respiración, y el cloruro de potasio, que para el corazón.

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