El bulo de los secuestradores de la furgoneta: la credulidad es el problema
El miedo y la codicia llevan a mucha gente a convertirse en difusora de bulos por no pararse a pensar ni a comprobar la veracidad de afirmaciones más que chocantes
LUIS ALFONSO GÁMEZ @lagamez
Viernes, 11 de octubre 2013, 20:19
El problema no es que haya hombres malos con furgonetas negras que se lleven a niños de los colegios, ni que circulen por WhatsApp fotos de universitarias de Deusto desnudas, ni que algunas jóvenes se metan tampones empapados en vodka en la vagina para emborracharse, ni la inseguridad de las Wi-Fi abiertas, ni que en las redes sociales y a través de los sistemas de mensajería los rumores se extiendan con una rapidez increíble, ni El problema es la credulidad. Vivimos en una sociedad en la que hay más información que nunca y esta circula más rápidamente que nunca, y en la que gran parte de la población se cree cualquier cosa.
Cada cierto tiempo vuelve a circular un mensaje de correo que nos avisa de que vamos a ver Marte tan grande como la Luna o que colocar imanes decorativos en la puerta de la nevera altera la composición de los alimentos en ella guardados hasta volverlos cancerígenos, como se ha comprobado en un estudio hecho en ratones. Marte tiene el doble del diámetro que la Luna, pero está unas 150 veces más lejos cuando se encuentra más cerca de nosotros, por lo que nunca podrá verse tan grande como el satélite. Y la puerta de la nevera cierra herméticamente gracias a imanes colocados en sus márgenes, además de que el presunto estudio al que se refiere el mensaje de correo no existe. Estos y otros bulos, que generalmente se aprovechan de nuestros miedos y de nuestra codicia, se reproducen ahora más rápidamente que nunca porque su difusión masiva es también más fácil que nunca.
Herederos de las cartas-cadena
Los más viejos del lugar nos acordamos de la carta-cadena con una peseta pegada que iba a traernos la fortuna si la mandábamos a diez amigos con una 'rubia' incluida y todo tipo de desgracias si nos limitábamos a guardarnos la pela. (No me hice rico, pero yo me quedé con unas cuantas.) Si antes había que comprar sellos y sobres, hacer fotocopias de la carta, escribir las direcciones a mano y bajar al buzón para perpetuar el bulo, ahora basta con pulsar un botón y llega instantáneamente a decenas, centenares o miles de personas gracias a un servicio de mensajería o del correo electrónico.
Dos equivalentes tecnológicos a la carta de la peseta son un mensaje por WhatsApp que, en noviembre pasado, alertaba de que ese servicio pasaría a ser de pago para todos aquellos que no enviaran a veinte personas ese mismo mensaje y otro de correo, que empezó a circular en 2000, en el que se decía que una marca de ordenadores te regalaría un portátil si mandabas el mensaje de marras a ocho de tus conocidos. Quienes envían a sus amigos mensajes del estilo de los citados sin haber hecho una mínima comprobación acerca de su certeza están actuando como los que se gastaban el dinero en la carta-cadena de la peseta.
La próxima vez que reciba un mensaje de correo alertándole de la presencia del hombre del saco en un parque de su ciudad o de que le van a regalar un iPad si reenvía ese mismo texto a mucha gente, párese a pensar un poco. ¿Quién se lo manda? ¿Le conoce? ¿No? Pues, tírelo a la papelera. Sí, pues, si es un aviso de actitud delictiva, una simple llamada a la Policía le sacará de dudas. No se deje llevar por el miedo. Y, si se trata de un chollo increíble, no se deje llevar por la codicia, por el por si acaso. Recuerde el viejo dicho: Nadie da duros a cuatro pesetas. Ningún magnate nigeriano te convierte en destinatario de millones por tu cara bonita. Si algo parece demasiado bueno para ser cierto, seguramente no lo es. Seguramente, es un timo.