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Manuel Díaz, 'El Cordobés. / J.R Ladra
"Papá, ¿por qué el abuelo no te quiere?"
MANUEL DÍAZ 'EL CORDOBÉS', TORERO

"Papá, ¿por qué el abuelo no te quiere?"

El matador escribe sus memorias 44 años después de nacer huérfano sin serlo

FRANCISCO APAOLAZA

Martes, 1 de enero 2013, 18:17

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Detrás de las cámaras, detrás de las exclusivas de posado con almíbar, detrás de las polémicas abiertas en canal en los platós, detrás del flequillo simpático, el salto de la rana, la sonrisa y el desparpajo de sus vaqueros se esconde la historia enorme de un hombre que nació huérfano de padre sin serlo. Si se obvia toda la pirotecnia que ha prendido en la prensa rosa, asomarse a la vida de Manuel Díaz "El Cordobés" es una pirueta psicológica en la que un hijo basa su vida en un padre que lo evita y al que ya no se atreve a conocer, y un padre que no quiere aceptar de manera abierta a un hijo que es su vivo retrato. Como si fueran dos gemelos lejanos. «Mi hija Alba ya me pregunta, "Papá, ¿por qué no te quiere el abuelo?" y ya no sé qué responder». Para explicárselo a la niña, una mujercita que ya tiene trece años, y explicárselo a él y al que quiera escuchar, Manuel Díaz se ha hecho el "harakiri" sentimental en el libro "De frente y por derecho" (Mr Ediciones), unas páginas escritas por Jaime Royo-Villanova en el que pretende defender la verdad de su madre.

1967. Ella se llama María Dolores y sirve en una casa bien de Madrid. Según el relato el «antiguo ladronzuelo» que trabajaba para los terratenientes de Palma del Río, convertido en figura del toreo, desgrana su gracejo en los salones de postín. Se fija en ella. «Qué bonita eres». A la salida, alguien le toca la bocina. La sube al coche. La lleva a casa. «¿Cómo te llamas?» María Dolores. «Es un nombre demasiado serio». «Así llaman a mi padre: El Serio», responde ella. «A ti te pega llamarte Marijose».

A las seis de la mañana del 30 de junio de 1968, ella siente dolores, se mira y a las once y cuarto nace un niño. El destino trae al mundo agarrado de las orejas a Manuel Díaz, hijo no reconocido, clavadito a "El Cordobés" como dos gotas de agua, también torero y protagonista de esta historia nunca reclamada en los tribunales.

- ¿Cuál es la frase que más le ha costado decir en el libro?

- "Yo creo". He escrito este libro para defender la honestidad de mi madre y creer en su palabra. A partir de ahí, creo en mí, en mi madre, en mis circunstancias, en lo que soy y en lo que siento.

- ¿Y lo más difícil de leer?

- Lo que sufrió mi madre. Su incertidumbre, la severidad de mi abuelo, esa manera de sentirse avergonzada... Quedarse así en estado, antes era una deshonra. También quiero hacer un homenaje a las madres para que no se escondan. Yo quiero decirles que un hijo es el mejor regalo del mundo.

En adelante, Manuel traerá al mundo tres hijos: Alba (con Vicky Martín Berrocal), Manuel y Triana (de su actual esposa Virginia Troconis), pero ahora es un bebé de quince meses que sube de la mano de su madre las escaleras del hotel Wellington en Madrid. Antes de hacer las américas, su padre ha llamado a casa de Marijose y ha pedido verlo. El torero les mira y se queda en silencio en la habitación después de mandar fuera a su equipo. «Tiene el pelo igual que yo cuando era pequeño. ¿Cómo se llama?». Manolo, y el pelo es de oro, como el de la Triana. «Bueno, mujer, que yo también lo tenía así». Lo coge en los brazos extendidos, lo observa, sonríe. El libro relata cómo se quita un reloj de oro, se lo da a la madre y mete un fajo de billetes en el bolsillo de la camisa del chaval. Nunca más ejercería de hijo.

Sí, una vez más. En la escena que dibuja Manuel hay un chaval que juega con un muñeco en la puerta de una casa. Está con su madre, que ha ido a reclamar lo suyo a "El Cordobés" padre. Pasan dos días allí hasta que se acerca un coche. «Anda, ve a verlo». Cuarenta y dos años después el chico recordará todavía una ventanilla cerrándose, un «Tira, tira, vámonos» dicho con prisa al chófer y un coche que se va. «Salió pitando»

- ¿Le guarda rencor?

- He idolatrado a mi padre por mi profesión, por la admiración que le siento. Es el espejo en el que me he mirado.

- Pero de lejos.

- Sí, mi padre me ha marcado mucho como algo que no existe y que yo he creado. Como un fantasma.

Los dos en el ruedo

Desde que era un crío jugando al toro con un abrigo rojo, siempre quiso ser matador de toros. Pasamos unas cuantas páginas más y ahora Manuel es un adolescente que busca una oportunidad en Córdoba y dentro del abrigo, esta vez esconde una muleta. Un hombre se la ha dado con una entrada a las puertas de la plaza. Torea su padre y al crío le han ofrecido diez contratos y un millón de pesetas a cambio de que haga «algo de marketing», aunque sea marketing asesino. Tiene que saltar como espontáneo. «Ahora», le dicen. Vuela hasta el ruedo, cae, cita al toro y le prenden los subalternos. En las tablas, El Cordobés lo agarra por el cuello. Esa tarde reaparece tras unos años sin torear después de que un aficionado saltara durante su faena y hallara la muerte en los pitones.

En adelante, solo tratarían en los tribunales, enfrentados por el nombre de "El Cordobés", que los jueces concederán a Díaz. No cruzan una sola palabra.

Corre el tiempo. Nos acercamos al 2000. Manuel Díaz ya no es el chaval que buscaba una oportunidad en Córdoba para comprarle un piso a su madre y asegurar un futuro a sus seis hermanos. Su imagen ha salido en cien portadas de distintas revistas del corazón y ha toreado en las primeras ferias. En 1998 llega a número uno del escalafón de matadores con las mismas formas, las mismas muecas y los mismos saltos de la rana que hicieron famoso a Manuel Benítez.

Primeros años del siglo XXI. Vagón del AVE camino de Sevilla. Parada en Córdoba. Manuel ve como entra su padre. Se miran durante ocho o nueve segundos. Manuel siente «un calor muy fuerte en la barriga y la aceleración del corazón como nunca en la vida. Siento pánico». No se dicen nada y se separan en silencio. Entonces, llama a su mujer: «Virginia, le acabo de ver. Va en el tren». Ella le anima a que le hable, a que le salude, a que le diga «Hola, maestro, como estás». Lo que sea. No ocurre. Más adelante, en la venta Puerto Blanco, al lado de su finca en Las Pajanosas, se repite la escena. Los dos de hielo.

Miedo al encuentro

- ¿Pero por qué no le habla?

- Creo que cada uno está esperando a que el otro dé el paso. Los dos tenemos miedo a encontrarnos. Supongo que es miedo al rechazo. Yo temo a aquel chaval que jugaba con el muñeco. Los dos estamos asustados. A lo que se tiene miedo es a la verdad, a la decepción, a cómo afrontarlo. Temo a sentirme rechazado, creo que eso es mi todo.

-¿Lo teme más que a los toros?

-Sí. Las cornadas duelen, pero esta es una cornada que tenemos los dos en el corazón.

Dicen que los toreros cicatrizan rápido, que son de otra pasta. No para todo. Díaz admite que de vez en cuando, todavía piensa en él y llora. «He pensado en cómo hubiera sido mi vida con él, lo que hubiéramos disfrutado... Pero me lo he perdido. En cierta manera, he conseguido ser El Cordobés. Es más importante que se me reconozca».

No tiene su teléfono, pero sabe de él por amigos comunes que han intentado sin éxito organizarles la encerrona del reencuentro, de esas que en las películas siempre terminan en abrazo, lágrima y pelillos a la mar. Tampoco se le ocurre llamarle, pero en la conversación a tumba abierta en un despacho de Mr Ediciones en Madrid, él es una constante. «Espero saber algún día que él ha estado orgulloso de mí. Creo que este ibro es el último cartucho».

- ¿No tiene miedo a que sea en un funeral?

- Sí.

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