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ROBERTO RIVERA
Viernes, 14 de agosto 2009, 04:23
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Atípica madrugada en la localidad jarrera tan acostumbrada a las siete de la mañana a asistir desde la cama, o camino del 'currelo', al primer salto de sol. Dentro y fuera del 'Ciudad de Haro' se atisba movimiento de gentes, la mayor parte con vestimenta ligera. Vistazos desde la pantalla de los ordenadores a la previsión de las isobaras y convocatoria urgente para poner orden en tanto ajetreo.
Madrugada de regata en vela aerostática, formato de bombilla de pera (salvo excepciones como la de la nave Movistar que adopta formato comercial, en verde limón y azulón total), y espera a que se decida cómo se dirime la primera de las pruebas de una competición más visual que deportiva, por mucho que lo sea.
Por los pasillos del hotel corretea nervioso Óscar Ayala, máximo responsable de la convocatoria que anota puntos para la Copa de España, antes de convocar un encuentro para la puesta en conocimiento de la fórmula de competición que inaugurará la cita y reconducirá al personal.
«Dianas. Vamos a disputar la primera prueba mediante la colocación de dianas» a medio camino entre Haro, Anguciana y Zarratón, respondiendo a la previsión de vientos.
Los veintisiete pilotos (y globos) que participan en la competición se ponen en marcha. En principio acompañados de sus rescates, buscando un punto de despegue que garantice una línea de vuelo impecable, que conduzca con el soplo de las corrientes dominantes a las dianas de la mañana y que facilite las cosas para consolidar opciones en la Copa.
Desde la ladera
Cada uno a lo suyo. Cada uno desde un punto diferente. Casi todos desde la ladera que ve con claridad y desde todo lo alto el municipio de Villalba, asomado a la riera del Tirón que algunos pilotos ni siquiera llegan a cruzar. Para el vecindario de la ciudad jarrera, que espera expectante el vuelo de sus naves, toda una explosión de color que hincha el pulmón del cielo de la comarca y los viñedos que, en busca de la primera diana situada junto a una finca de rastrojo próxima a la carretera de Anguciana, parecen peinarse con el vuelo rasante de las barquillas.
Todo ello después del trajín a pie de campo. Del despliegue de las velas que se llenan con el vómito de los ventiladores y ganan volumen (y pierden densidad) con el fuego de los quemadores de gas que queman su contenido para hacerlos más livianos y ligeros, más sutiles que la atmósfera que acaban rasgando en un arranque plácido y señorial.
«Esto es una auténtica gozada», desparrama emocionado (nunca ha podido evitarlo a pesar del paso del tiempo) Óscar Ayala después de ayudar a naves foráneas a desplegarse desde el suelo de la comarca y garantizar una aventura inolvidable a invitados y medios de comunicación. El cuadro, lleno de aire y de color, se prolongará por espacio de tres días más.
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