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La gasolinera de Trujillo recuerda a los autoservicios de Texas en los que nunca para nadie. A su izquierda hay un Lidl y a su derecha, un cuartel militar.
¿Reventará el spray antiviolador?
A DEDO | De Móstoles a Ceuta3ª JORNADA | TRUJILLO

¿Reventará el spray antiviolador?

El autoestopista quiere abandonar Trujillo para dirigirse a Mérida. Tiene resaca y se ha colocado en una vieja carretera general por la que apenas pasan coches

POR JAN ECHEVARRIA

Miércoles, 5 de agosto 2009, 09:18

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El mochilero busca una gasolinera a las afueras de Trujillo. Tiene resaca. Acaba de hacerse un cartel en el que pone 'Mérida', su nuevo destino. Busca encontrar nuevas tierras al igual que hicieron extremeños como Pizarro, conquistador del Perú. Trujillo es tierra de exploradores. A duras penas ha ido a ver el casco antiguo del pueblo. Le han dicho que es lo único que merece la pena. No es cierto, la fiesta también mola, aunque no quiere volver a beber nunca más. Es una buena forma de autoengañarse. Allí, una camiseta del Athletic de Bilbao ha llamado su atención. Como siempre, es imposible ir de viaje y no encontrarte a alguien de tu ciudad. ¡Qué agonía!

El grupo de paisanos debate la posibilidad de entrar al museo de la Coria, muy conocido en la localidad. La mayoría lo tiene claro: «No, cuesta dinero». Una mujer llega incluso a soltar esta perla: «Por entrar a un museo voy a pagar yo...». Sus hijos están delante. Es muy triste. El que escribe saca algo provechoso de este encuentro. Un chaval del grupo le muestra el escudo del Athletic en la cumbre de la iglesia de Santa María, la mayor de la localidad cacereña, que está en lo alto del pueblo. Piensa que sigue borracho, pero no. El cantero Antonio Serván lo labró durante una restauración en 1972 y lo colocó allí. Es increíble. El casco antiguo, además, está repleto de soberbios palacios, como el de Piedras Albas y el de los Marqueses de la Conquista. La vuelta de aquellos que descubrieron tierras americanas supuso la llegada de oro y de grandes fortunas. La herencia árabe también ayudó a crear esta monumental villa. Es una pasada.

Necesita reponer fuerzas. Va a desayunar a un bar de la plaza que está pegado a la cafetería en la que cenó la noche anterior. Es peor. Toma un zumo de naranja natural muy pequeño, parece un chupito; un Cola-Cao, que se lo sirven a una temperatura perfecta, misión imposible para la mayoría de los camareros -el mochilero siempre ha pensado que lo sirven ardiendo para que consumas algo más (medio kilo de hielo picado, por ejemplo)-, y dos donuts, uno natural y otro de chocolate. Son 6,70 euros.

Un amigo, Aitor, le llama al móvil. El mochilero le cuenta la aventura.

-Qué envidia me das, cabrón.

Es un buen colega.

Durante la conversación, un señor mayor empieza a gritar como un loco: «Al ladrón, al ladrón...». Acusa a una rumana de las que piden firmas para todo tipo de cuestiones, algunas inimaginables, de haberle intentado robar la cartera. Eran dos. Mientras una le entretenía, la otra aprovechaba. Un trabajador del pueblo logra atrapar a la más lenta. La Policía la interroga allí mismo. No ha llegado a terminar 'el trabajo' y si no hay crimen no hay delito. La dejan libre.

El buscavidas sigue hablando con su amigo. Le cuenta que su objetivo es llegar hoy a Mérida. Le apetece. Además, ya tiene un camarada allí: Lolo, al que conoció la noche anterior. Su intención ahora es conseguir un cartón. A lo lejos ve a Ana, la compañera de piso de Sonia, la camarera a la que también conoció en la fiesta de anoche. Lleva al menos cinco cajas en la mano. No le pregunta, simplemente le pide una. Prueba superada.

La gente exagera

De camino a la gasolinera que le han recomendado, aprovecha para comprar un rotulador gordo. Huele bien y siempre se verá mejor que con un boli. Además, se pinta mucho más rápido. La gente flipa viéndole con un cartón. Parece un indigente. Pregunta a un albañil de unos 30 años con un moreno casi morado -el sol allí pega muy fuerte- por el camino al área de servicio. Éste le explica que a las afueras del pueblo hay varias gasolineras. «Yo iría a la de la derecha. Está más cerca -a unos 20 minutos, dice- y además es la carretera que tira hacia Mérida». Al despedirse le aconseja que se dé crema. Un «tomo nota» le sirve de respuesta.

El mochilero tarda menos de diez minutos. La gente es muy exagerada. No llega a la gasolinera, se queda en un cruce. Está vacía y no tiene pinta de ser casualidad. Sólo falta el típico chaparral del Oeste dando vueltas por allí (esas bolas de arbusto que se ven rodando en las pelis de vaqueros). Parece un autoservicio de Texas de una película yanqui, pero sin Walker. A su derecha hay un cuartel militar. Menuda faena, no tendría ninguna gracia que le pusiesen una multa. No por hacer dedo, que es legal, sino por llevar un spray antiviolador en el bolso cruzado en el que guarda las cosas importantes -le sirve para sentirse más seguro si la cosa se complica-. Espera que si le sancionan pague 'la casa', pero es un marrón que prefiere evitar. No obstante, lo tiene claro: siempre será mejor que le llegue una multa a casa que salir en las páginas de sucesos. Está acojonado pensando que el bote puede reventar con el calor. Sería patético. Cree que no lo contaría en estas líneas, pero nunca pasó.

Cada cinco minutos pasa un coche. La mayoría de las veces los conductores le hacen un gesto con la mano. Indica que van a la izquierda. Pasa la Guardia Civil. Disimula como puede. El mochilero no entiende qué hay en esa dirección para que todos se dirijan hacia allí. Después, descubrirá que está haciendo autoestop 200 metros antes de un Lidl que abastece a todos los habitantes de la localidad. No está bien situado. Toca moverse.

En la gasolinera Repsol, el encargado -sólo hay uno y no para nadie- recarga las neveras que están en la entrada del 'garito'. Es un tío muy simpático -normal, si el aventurero pasase tantas horas solo también intentaría retener a todo el que se acercara- y le recomienda que haga dedo resguardado tras un pequeño arbusto que, de momento, da sombra. El autoestopista compra una botella de agua. No cree que vaya a durar mucho tiempo fría. Parece que hoy va a costar salir de Trujillo. Pasa un 'Fiat Stilo' azul. Tira para adelante. Piensa que tendrá que esperar otros cinco minutos, pero oye la bocina. Ha parado. Coge la pesada mochila del suelo y corre. Ha pasado poco más de un cuarto de hora. La gente para y además lo hace rápido. El autoestop todavía vive. ¡Vámonos!

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