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Sin esperar el testamento
Herencias anticipadas

Sin esperar el testamento

Tiene algo de absurdo que el potencial heredero sufra penalidades para pagar la hipoteca o los estudios de sus hijos mientras el dinero que va a heredar duerme en el banco

JOSÉ MARÍA ROMERA MARTÍN OLMOS

Domingo, 28 de junio 2009, 05:21

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Dudan entre vender el piso para sufragarse la tranquilidad de una residencia digna en el tramo final de sus vidas o conservar contra viento y marea el hogar familiar para legarlo a unos hijos que probablemente se deshagan de él en cuanto ellos mueran. No saben si hacer las maletas y pasar dos meses de descanso en una plácida cala mediterránea, destinar el coste de ese capricho al banquete de primera comunión del nieto o, simplemente, no hacer el gasto para que no se resienta la cartilla bancaria. Sea como fuere, pasaron aquellos tiempos en que la propiedad iba asociada al linaje, en escala grande o pequeña, y con él a la obligación de preservarla aunque fuera a costa de sufrir penalidades. Transmitir los bienes de padres a hijos ya no se considera una imposición social, ni tampoco moral. Hay otras opciones. Nada obliga a amasar una fortuna o a acumular unos pequeños ahorros que pasarán a la siguiente generación en virtud de una costumbre inveterada o de un acto de generosa entrega consagrado por la tradición.

¿Por qué razón los bienes conquistados por unas personas a lo largo de su existencia no pueden ser disfrutados por esas personas y en cambio han de pasar a manos de otras que no han hecho nada por ganarlos, aunque esos receptores sean los descendientes? Durante mucho tiempo se ha considerado una pregunta tabú. Se suponía que la transmisión era para los herederos el premio a los sacrificios y las atenciones dedicadas a sus padres mayores en la etapa de decrepitud. Estaría bueno que el viejo, después de haber condicionado la vida de sus hijos-cuidadores, se negara a dejarles sus propiedades. Pero hoy en día ni todos los hijos están dispuestos a hacerse cargo de sus padres cuando se convierten en dependientes, ni todos los padres están de acuerdo con esta clase de canjes que se prestan a malentendidos, rivalidades, intereses ocultos y presiones de todo tipo.

¿Cómo poner precio al afecto? ¿Dónde está el baremo que sirva para medir la cuantía de la recompensa cuando se trata de padres e hijos? El descendiente codicioso siempre se considerará injustamente gratificado, y el desprendido se sentirá incómodo y culpable si ve que sus mayores renuncian a placeres de última hora por dejarle a él un pellizco más en su testamento. Nada hay más lastimoso que un pleito entre hermanos que litigan sobre la tumba del progenitor recién muerto. O tal vez sí existe algo peor todavía: el inconfesado deseo de que la persona mayor se muera cuanto antes para poder recibir su herencia.

Los últimos caprichos

Quizá es para evitar eso por lo que empiezan a abundar los casos de 'herencias anticipadas' o 'pre-heritances', en la terminología de las compañías aseguradoras. Son las cesiones, los regalos o las dádivas que los padres reparten en vida a sus herederos sin aguardar a que la muerte venga a hacer la operación. Ventajas fiscales aparte, el hecho de donar una propiedad o una suma de dinero a los sucesores permite darse un gusto que de otro modo quedará reservado a los gusanos.

Aferrados aún a la vieja práctica de la herencia post-mortem, muchos potenciales herederos sufren penalidades para devolver el préstamo hipotecario o sufragar los estudios de sus vástagos mientras quizás haya unos miles de euros esperándoles y que caerán en sus manos cuando ya no sean tan necesarios. Tiene algo de absurdo esta situación, que los mayores más sensatos empiezan a evitar anticipando las donaciones a los suyos. De esa manera es menos probable que nadie quiera vernos muertos.

Pero al romper esa especie de blindaje que inmovilizaba las grandes o pequeñas fortunas de cada familia también se abre un nuevo horizonte respecto a la forma de gestionarlas. Si no hay que esperar a la muerte del ser querido, tampoco éste tiene que abstenerse de gastar lo que le venga en gana aunque eso repercuta en una mengua de los bienes repartidos a los otros. Si antes cabía la inquietante sospecha de que los allegados estuvieran deseando la muerte del propietario, ahora los recelos se dirigen a la manera en que éste dilapida su dinero invirtiéndolo en la cada vez más amplia y atractiva oferta de ocio o de asistencia que le muestra el mercado. No tiene sentido vivir con lo justo cuando los bancos conceden hipotecas inversas a cambio de atractivas liquidaciones mensuales ¿Por qué renunciar a un merecido crucero por el Adriático, a la inscripción en un club de golf, a la compra de un bonito todoterreno, para que luego se lo lleven todo esos desagradecidos que sólo se dejan caer por casa cuando necesitan los servicios de la niñera gratuita?

Padres hasta el fin

Sin embargo, las estadísticas certifican que, al lado de una tercera edad derrochona y egoísta, hay otra amplísima mayoría de padres que optan por la transmisión precoz. Saben de las insalvables dificultades a las que un treintañero mileurista se enfrenta en el día de hoy para conseguir una vivienda. Sienten como suya la incertidumbre laboral de unas nuevas generaciones condicionadas por el empleo precario y el despido libre. Contemplan con paternal indulgencia la filosofía de vida de esos hijos que no quieren renunciar a cierto nivel de confort aunque eso les suponga entramparse para los restos. Y acaban asumiendo las necesidades de su prole adulta, a la que pagan las deudas, financian los viajes, resuelven las necesidades materiales y protegen de forma incondicional como si continuaran siendo las criaturas de años atrás. La herencia se adelgaza, pero la ayuda llega antes. Con todos sus inconvenientes, la opción de la herencia anticipada se erige hoy como el procedimiento más razonable, equilibrado y satisfactorio de administrar los bienes atesorados en vida.

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